Hace muchos años que no participaba en un debate abierto sobre la cooperación entre los países del sur. El reencuentro se produjo los primeros días de este mes, en el puerto marroquí de Assilah que atesora, junto a la fascinación medieval de la Medina, su luminosa vocación de umbral del Mediterráneo.
En varios sentidos es este un país de frontera. Por cultura y geografía es el espejo en que se mira la España morisca. Esquina noratlántica del continente africano, ha sido destino de navegantes, transterrados y conquistadores. Como nosotros, es corredor de éxodos humanos y espacio de integración cultural. En el marco de homenajes a poetas y escritores de la región, el diálogo se concentró en las relaciones entre África e Iberoamérica. En opinión de los ponentes de América Latina, la triangulación con la península europea puede ser útil pero no indispensable. Manifestamos la necesidad de recuperar vínculos múltiples y directos con nuestros amigos africanos y de otras comarcas del sur.
Añoramos los tiempos del sólido compromiso moral y político con sus procesos de independencia. El horizonte de nuestra generación está marcado por un transcurso que comprende la creación en Bandung del movimiento no alineado, las penalidades libertarias de Argelia, Angola y Namibia, y la aparición de un centenar de estados en el escenario internacional.
Nos preguntamos si asistimos a un regreso de la historia o sólo a testimonios valederos. A fin de cuentas, estamos al fin del ciclo neoliberal, lo que debería implicar la reparación de sus peores estropicios. Entre ellos, la implantación de un concepto vertical y codicioso del mundo y el abismo creciente entre globalizadores y globalizados.
Definimos en su radical crudeza el sentido de nueva colonización que inspiró al pensamiento único. Los términos deliberados de la desigualdad, el renacimiento de la ley del más fuerte, el opacamiento de las identidades y —al final del túnel— la amenaza del choque de civilizaciones, justificativa de abyectos desmanes.
La noción misma de tercer mundo —clave de afinidades— parece estar resurgiendo, ahora encarnada o promovida por el éxito de las potencias emergentes —Brasil, China, India, Sudáfrica— y mantenida siempre por la tenacidad de los cubanos. Las cuestiones primordiales son: el carácter horizontal y solidario de la cooperación, la expansión de su alcance y la definición de sus campos privilegiados.
El plano político es fundamental: hemos acrecentado nuestra membresía en los organismos multilaterales y se esperaría de nosotros una iniciativa concertada para la reforma de las Naciones Unidas. Los empeños a favor de la integración regional debieran ser resueltamente fortalecidos. También nuestra participación, en pie de igualdad, en las decisiones económicas globales. Esa sería la mejor señal de una salida promisoria de la crisis.
En nuestros territorios se alojan los más densos caudales demográficos y recursos naturales del planeta. La concentración del ingreso, que estuvo en el origen del desastre económico que padecemos, ha generado sin embargo migraciones que se antojan indetenibles. Una nueva relación entre el norte y el sur exigiría la puesta en marcha de un proyecto de recuperación compartido y el reconocimiento del derecho humano a la migración.
Supone también, de nuestra parte, un esfuerzo genuino de interculturalidad y de cohesión social. La práctica del colonialismo interno en nuestros países nos priva de argumentos para exigir una política mundial más justa y respetuosa. Lastra además el desarrollo de las fuerzas endógenas que podrían promoverla.
En caso de que México lograra escapar de la degradación y reconstruir el Estado-nación, tendría que enfocar sus programas a la descentralización política y económica tanto como al rescate de la soberanía popular. Una diplomacia de gran aliento nos pondría en consonancia con el mundo que viene.
En varios sentidos es este un país de frontera. Por cultura y geografía es el espejo en que se mira la España morisca. Esquina noratlántica del continente africano, ha sido destino de navegantes, transterrados y conquistadores. Como nosotros, es corredor de éxodos humanos y espacio de integración cultural. En el marco de homenajes a poetas y escritores de la región, el diálogo se concentró en las relaciones entre África e Iberoamérica. En opinión de los ponentes de América Latina, la triangulación con la península europea puede ser útil pero no indispensable. Manifestamos la necesidad de recuperar vínculos múltiples y directos con nuestros amigos africanos y de otras comarcas del sur.
Añoramos los tiempos del sólido compromiso moral y político con sus procesos de independencia. El horizonte de nuestra generación está marcado por un transcurso que comprende la creación en Bandung del movimiento no alineado, las penalidades libertarias de Argelia, Angola y Namibia, y la aparición de un centenar de estados en el escenario internacional.
Nos preguntamos si asistimos a un regreso de la historia o sólo a testimonios valederos. A fin de cuentas, estamos al fin del ciclo neoliberal, lo que debería implicar la reparación de sus peores estropicios. Entre ellos, la implantación de un concepto vertical y codicioso del mundo y el abismo creciente entre globalizadores y globalizados.
Definimos en su radical crudeza el sentido de nueva colonización que inspiró al pensamiento único. Los términos deliberados de la desigualdad, el renacimiento de la ley del más fuerte, el opacamiento de las identidades y —al final del túnel— la amenaza del choque de civilizaciones, justificativa de abyectos desmanes.
La noción misma de tercer mundo —clave de afinidades— parece estar resurgiendo, ahora encarnada o promovida por el éxito de las potencias emergentes —Brasil, China, India, Sudáfrica— y mantenida siempre por la tenacidad de los cubanos. Las cuestiones primordiales son: el carácter horizontal y solidario de la cooperación, la expansión de su alcance y la definición de sus campos privilegiados.
El plano político es fundamental: hemos acrecentado nuestra membresía en los organismos multilaterales y se esperaría de nosotros una iniciativa concertada para la reforma de las Naciones Unidas. Los empeños a favor de la integración regional debieran ser resueltamente fortalecidos. También nuestra participación, en pie de igualdad, en las decisiones económicas globales. Esa sería la mejor señal de una salida promisoria de la crisis.
En nuestros territorios se alojan los más densos caudales demográficos y recursos naturales del planeta. La concentración del ingreso, que estuvo en el origen del desastre económico que padecemos, ha generado sin embargo migraciones que se antojan indetenibles. Una nueva relación entre el norte y el sur exigiría la puesta en marcha de un proyecto de recuperación compartido y el reconocimiento del derecho humano a la migración.
Supone también, de nuestra parte, un esfuerzo genuino de interculturalidad y de cohesión social. La práctica del colonialismo interno en nuestros países nos priva de argumentos para exigir una política mundial más justa y respetuosa. Lastra además el desarrollo de las fuerzas endógenas que podrían promoverla.
En caso de que México lograra escapar de la degradación y reconstruir el Estado-nación, tendría que enfocar sus programas a la descentralización política y económica tanto como al rescate de la soberanía popular. Una diplomacia de gran aliento nos pondría en consonancia con el mundo que viene.
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