viernes, 7 de agosto de 2009

KRISTIAN BERNAL

CIRO MURAYAMA

A propósito de la organización de un seminario conjunto entre la revista Nexos y el Instituto Electoral del Estado de México sobre la reforma electoral de 2007, Lorenzo Córdova me propuso como ponente a Kristian Bernal, un abogado joven, profesor de carrera de la Facultad de Derecho de la UNAM, doctor en derecho por la Universidad Complutense de Madrid, quien estaba trabajando el tema de las atribuciones de las autoridades electorales. Kristian hizo una exposición clara, ordenada, de la lógica y efectos de la reforma sobre el Instituto Federal Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, así como del sentido político e histórico de las modificaciones constitucionales y legales. Desde entonces, fue frecuente coincidir con Bernal. Trabajó, por invitación de Ricardo Becerra, en la coordinación de asesores de la Secretaría Ejecutiva del IFE, a cargo de Edmundo Jacobo. Ahí le tocó contribuir a sustentar jurídicamente los primeros procedimientos especiales desahogados por el Consejo General, y que correspondía sustanciar a la Secretaría Ejecutiva del Instituto. Así, lo que había sido su objeto de estudio como académico, la autoridad electoral administrativa se volvía su materia de trabajo profesional. Fue pionero, de esta manera, junto con sus compañeros de trabajo, en aplicar las nuevas responsabilidades que el legislador le confirió al IFE y, en especial, a la Secretaría Ejecutiva. Kristian hablaba de su trabajo con interés y entusiasmo y, gracias a su inquietud como analista e investigador, pronto comenzó a publicar artículos sobre el tema. Sus informadas colaboraciones aparecieron en “Enfoque” del diario Reforma y en El Universal. Al inicio de este año, recibió una invitación de Fernando Serrano Migallón, quien había sido director de la Facultad de Derecho de la UNAM y con quien había trabajado de manera cercana antes, para sumarse al nuevo equipo del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta). Ahí se fue Kristian a una nueva empresa intelectual y profesional. Siguió, sin embargo, escribiendo sobre asuntos electorales, dado su buen conocimiento del tema. Así, se encargó de un capítulo del libro “Democracia sin garantes. Las autoridades vs. La reforma electoral”, que coordinaron Lorenzo Córdova y Pedro Salazar. En la presentación del libro, hace apenas un mes, el 2 de julio, me comentaba de los retos que tenía la institución de su nuevo trabajo, el Conaculta, pues con rapidez y disposición se comprometía en sus tareas profesionales. En suma, tenía vocación por la academia, por el servicio público y por el debate informado, razonado.En los meses recientes Bernal se acercó al grupo de colegas y amigos que conforman el Instituto de Estudios para la Transición Democrática (IETD) y acudía puntual al seminario permanente, una mañana de sábado de cada mes, en el museo Trotsky. Tras el seminario, se incorporaba a las tradicionales comidas y a las largas y plácidas sobremesas. Le recuerdo en esas reuniones, como en los momentos de trabajo, siempre cordial, de sonrisa espontánea, amable, con facilidad para la conversación amena, es decir, como una persona muy agradable por la que se siente aprecio, afecto, de forma natural. La madrugada del jueves 30 de julio, la semana pasada, Kristian fue asesinado. Tras ir al cine con una amiga y dejarla en su casa en la colonia Roma, recibió un balazo en el hombro. Al parecer un robo. Le quitaron el teléfono celular, la cartera y le pegaron un tiro. Herido, tuvo la serenidad que le era tan propia, la inteligencia, para conducir su coche hasta un hospital cercano, el Dalinde, donde pidió ayuda, atención, y donde murió. Tenía, apenas, 34 años. Bernal le había dado un sentido a su vida gracias a su dedicación al trabajo, a su buena educación, y el mayor sinsentido de esta ciudad, la inseguridad, le arrancó de manera abusiva la existencia. Por unos cuantos pesos (¿cuánto puede valer un celular robado?), un delincuente, tan estúpido como peligroso y despiadado, le quitó la vida. A la tristeza honda por la muerte de un hombre joven y bueno, se suma la desazón que crece en la certeza de que el responsable difícilmente será hallado y enjuiciado. El asesinato de Kristian es la constatación brutal de la vileza cotidiana que nos rodea, la degradación en que esta ciudad ha caído y la fragilidad de nuestra existencia aquí.En los últimos instantes de su vida, al llegar malherido de bala al hospital, Kristian dio su nombre y explicó que era profesor de la Facultad de Derecho, fue la manera de identificarse para recibir auxilio: en ese momento quiso que se supiera que tenía una profesión noble, que trabajaba en una institución digna, ese era él. Murió así, identificándose como maestro universitario, como una persona de bien. Por eso, su pérdida es tan triste, tan indignante, tan encabronante.

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