Sin darle tantas vueltas al asunto, refundar quiere sólo decir volver a fundar y no más, independientemente de los contenidos o los valores políticos o de otra índole que el acto pueda implicar o se quiera que implique. Por supuesto que el PRD debe refundarse, porque es un partido que ha perdido la brújula, el rumbo y la idea original que le dio nacimiento. El asunto que viene de inmediato a la mente, empero, es si se trata de algo sólo concerniente al PRD. Creo que todos los partidos o, por lo menos, los que de verdad importan, el PRD, el PRI y el PAN, deberían refundarse, porque todos han fallado, al igual que el PRD, en su misión histórica como hacedores de un régimen democrático que fue lo que los reunió al inicio.
Un régimen democrático, suponiendo que el nuestro lo sea, es obra y no puede por más de ser obra de unos partidos políticos que se ponen de acuerdo para fundarlo. No es concesión gratuita de un soberano superior, como postularon los priístas desde Reyes Heroles, que argüían que su presidente había hecho la concesión. En todo caso, su presidente se puso en la condición de un partido para dialogar con los otros y pactar la reforma política. No puede haber y no lo ha habido en la historia entera del planeta, en la era moderna, un régimen democrático que no haya sido pactado en su origen. En ello todos los partidos tienen su responsabilidad.
En México el régimen democrático nació gangrenado, precisamente por las condiciones abusivas que le impuso el partido dominante y porque los demás partidos, cuando llegaron a ser actores reales de la política, se sometieron a las reglas del primero y comenzaron a hacer política igual que él, incluso el PAN que tenía un fuerte ideario democrático, sobre todo cuando lo tomaron en sus manos los llamados bárbaros del norte. Y cuando ese partido llegó a la Presidencia de la República actuó de la misma forma abusiva y ventajista en que lo había hecho el antiguo partidazo.
Creo que todos los partidos, sobre todo después de la reforma de 1996, entendieron que al organizar un nuevo régimen electoral se estaban refundando todos ellos porque supieron que tenían que competir bajo nuevas reglas. Ese régimen llegó a su fin muy pronto y, en la necesidad de refundarlo, vale decir, de volver a organizarlo, todos esos partidos tendrán que refundarse para organizarse según unas reglas que tendrán que ser diferentes de las anteriores, ya fallidas. Como su nombre lo indica, los partidos no son esferas cerradas y aisladas en el universo de la política nacional, sino “partes” de la misma. Refundarlos así, en abstracto, es una quimera. Para refundarlos a todos hay que refundar el sistema de partidos en el que ellos existen.
Ellos son lo que ese sistema dispone que sean. No son grupos de personas que pueden existir sin el resto. Si hay nuevas reglas democráticas todos deben cambiar y adecuarse a ellas. El régimen de partidos que tenemos es ya la tumba de nuestra muy débil democracia y hay que transformarlo y con ello a los mismos partidos. Vistas las experiencias que hemos tenido desde el 2000, se ve claramente que ya no funciona bien, que ya se agotó, que cada vez que se pone en acción crea conflictos cada vez más irresolubles, en especial, en ese cuerpo de electores que es la ciudadanía. Que ésta ya no crea o crea cada vez menos en los partidos es indicativo de que ese sistema está en crisis y hay que cambiarlo.
La verdad sea dicha y dados los resultados de las pasadas elecciones del 5 de julio, cada uno en su lenguaje muy peculiar, todos los partidos están hablando de lo mismo. La izquierda habla de refundación porque le fue mal en las elecciones; los panistas hablan de una restructuración de sus mandos porque les fue mal en las elecciones; los priístas hablan de recomponer sus equilibrios internos de poder porque les fue muy bien en las elecciones. Y aunque todos hablan de la necesidad de hacer ajustes al sistema electoral, cada uno por razones diferentes, es notable el hecho de que todos miran hacia adentro y no hacia ese entorno que los comprende y que es el mismo sistema electoral.
Para que las cosas se entiendan con claridad, imaginemos por un momento lo que sería un nuevo sistema electoral y el nuevo régimen de partidos que le estaría ligado: imaginemos, por ejemplo, que el presupuesto electoral se reduce a la mitad o, mejor aún, a un tercio de su monto actual. Quitando el fárrago de burocratismo con el que se envuelve al Instituto Federal Electoral y sus funciones se reducen a, efectivamente, organizar las elecciones y a arbitrarlas adecuadamente, sin inventarle funciones que no son necesarias o que, en el peor de los casos, podrían corresponder a los mismos partidos, probablemente las peleas internas de éstos serían menos feroces, porque habría menos que apetecer o desear.
Supongamos que se consolida el sistema de comunicación social de la reciente reforma electoral y los partidos deberán hacer campañas sólo utilizando los tiempos en televisión del Estado. Evidentemente, las elecciones dejarían de ser negocios jugosos para los privados. También que no pueda haber registro de un partido que no presente su padrón, auditado debidamente, de sus integrantes. O bien que las competencias internas de los partidos por los órganos de dirección y para la elección de candidatos se estipulen en la misma legislación electoral y deje de ser asunto privado de los partidos, con lo que todos actuarían de la misma manera y sin el peligro de hacerse chapucerías los unos a los otros.
Se podría pensar, asimismo, en una instancia, me imagino un comité cuyos integrantes fueran designados por asambleas ciudadanas, bajo una reglamentación del Legislativo, que se convirtiera en la institución observadora y certificadora de los resultados electorales. Debería pensarse en limitar la elección de los órganos internos de los partidos a canales sólo internos y también supervisados que evitaran la corrupción del dinero y la compra de votos y se rigiera estrictamente por reglas acordadas por todos. El asunto es que a los partidos hay que ponerlos bajo vigilancia de la ciudadanía y de las instituciones electorales.
Por supuesto que son sólo algunas ideas, pero mi alegato es que las refundaciones partidarias son una soberana tontería. Lo que hay que refundar es el sistema electoral y su régimen de partidos y con ellos a los mismos partidos, pero como tarea de todos. El asunto de la refundación del PRD es emblemático, porque es en ese partido que se ha planteado con mayor énfasis. Creo que deberé ocuparme de ese problema en mis próximas entregas.
Un régimen democrático, suponiendo que el nuestro lo sea, es obra y no puede por más de ser obra de unos partidos políticos que se ponen de acuerdo para fundarlo. No es concesión gratuita de un soberano superior, como postularon los priístas desde Reyes Heroles, que argüían que su presidente había hecho la concesión. En todo caso, su presidente se puso en la condición de un partido para dialogar con los otros y pactar la reforma política. No puede haber y no lo ha habido en la historia entera del planeta, en la era moderna, un régimen democrático que no haya sido pactado en su origen. En ello todos los partidos tienen su responsabilidad.
En México el régimen democrático nació gangrenado, precisamente por las condiciones abusivas que le impuso el partido dominante y porque los demás partidos, cuando llegaron a ser actores reales de la política, se sometieron a las reglas del primero y comenzaron a hacer política igual que él, incluso el PAN que tenía un fuerte ideario democrático, sobre todo cuando lo tomaron en sus manos los llamados bárbaros del norte. Y cuando ese partido llegó a la Presidencia de la República actuó de la misma forma abusiva y ventajista en que lo había hecho el antiguo partidazo.
Creo que todos los partidos, sobre todo después de la reforma de 1996, entendieron que al organizar un nuevo régimen electoral se estaban refundando todos ellos porque supieron que tenían que competir bajo nuevas reglas. Ese régimen llegó a su fin muy pronto y, en la necesidad de refundarlo, vale decir, de volver a organizarlo, todos esos partidos tendrán que refundarse para organizarse según unas reglas que tendrán que ser diferentes de las anteriores, ya fallidas. Como su nombre lo indica, los partidos no son esferas cerradas y aisladas en el universo de la política nacional, sino “partes” de la misma. Refundarlos así, en abstracto, es una quimera. Para refundarlos a todos hay que refundar el sistema de partidos en el que ellos existen.
Ellos son lo que ese sistema dispone que sean. No son grupos de personas que pueden existir sin el resto. Si hay nuevas reglas democráticas todos deben cambiar y adecuarse a ellas. El régimen de partidos que tenemos es ya la tumba de nuestra muy débil democracia y hay que transformarlo y con ello a los mismos partidos. Vistas las experiencias que hemos tenido desde el 2000, se ve claramente que ya no funciona bien, que ya se agotó, que cada vez que se pone en acción crea conflictos cada vez más irresolubles, en especial, en ese cuerpo de electores que es la ciudadanía. Que ésta ya no crea o crea cada vez menos en los partidos es indicativo de que ese sistema está en crisis y hay que cambiarlo.
La verdad sea dicha y dados los resultados de las pasadas elecciones del 5 de julio, cada uno en su lenguaje muy peculiar, todos los partidos están hablando de lo mismo. La izquierda habla de refundación porque le fue mal en las elecciones; los panistas hablan de una restructuración de sus mandos porque les fue mal en las elecciones; los priístas hablan de recomponer sus equilibrios internos de poder porque les fue muy bien en las elecciones. Y aunque todos hablan de la necesidad de hacer ajustes al sistema electoral, cada uno por razones diferentes, es notable el hecho de que todos miran hacia adentro y no hacia ese entorno que los comprende y que es el mismo sistema electoral.
Para que las cosas se entiendan con claridad, imaginemos por un momento lo que sería un nuevo sistema electoral y el nuevo régimen de partidos que le estaría ligado: imaginemos, por ejemplo, que el presupuesto electoral se reduce a la mitad o, mejor aún, a un tercio de su monto actual. Quitando el fárrago de burocratismo con el que se envuelve al Instituto Federal Electoral y sus funciones se reducen a, efectivamente, organizar las elecciones y a arbitrarlas adecuadamente, sin inventarle funciones que no son necesarias o que, en el peor de los casos, podrían corresponder a los mismos partidos, probablemente las peleas internas de éstos serían menos feroces, porque habría menos que apetecer o desear.
Supongamos que se consolida el sistema de comunicación social de la reciente reforma electoral y los partidos deberán hacer campañas sólo utilizando los tiempos en televisión del Estado. Evidentemente, las elecciones dejarían de ser negocios jugosos para los privados. También que no pueda haber registro de un partido que no presente su padrón, auditado debidamente, de sus integrantes. O bien que las competencias internas de los partidos por los órganos de dirección y para la elección de candidatos se estipulen en la misma legislación electoral y deje de ser asunto privado de los partidos, con lo que todos actuarían de la misma manera y sin el peligro de hacerse chapucerías los unos a los otros.
Se podría pensar, asimismo, en una instancia, me imagino un comité cuyos integrantes fueran designados por asambleas ciudadanas, bajo una reglamentación del Legislativo, que se convirtiera en la institución observadora y certificadora de los resultados electorales. Debería pensarse en limitar la elección de los órganos internos de los partidos a canales sólo internos y también supervisados que evitaran la corrupción del dinero y la compra de votos y se rigiera estrictamente por reglas acordadas por todos. El asunto es que a los partidos hay que ponerlos bajo vigilancia de la ciudadanía y de las instituciones electorales.
Por supuesto que son sólo algunas ideas, pero mi alegato es que las refundaciones partidarias son una soberana tontería. Lo que hay que refundar es el sistema electoral y su régimen de partidos y con ellos a los mismos partidos, pero como tarea de todos. El asunto de la refundación del PRD es emblemático, porque es en ese partido que se ha planteado con mayor énfasis. Creo que deberé ocuparme de ese problema en mis próximas entregas.
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