Ya se pronostica una guerra México-Estados Unidos, pero no hay que preocuparse, faltan 80 años
Troika Hay muchas maneras de abordar la siempre conflictiva relación Rusia-Estados Unidos y la siempre complicada México-Estados Unidos, pero ¿dónde hay lugar para una relación significativa entre los tres, más allá de ese momento del siglo XIX cuando un México aún sin pérdidas territoriales tuvo frontera al norte no sólo con Estados Unidos sino también con Rusia (Sonoma mexicana estaba cerca del fuerte Ross ruso) o de ciertos eventos secundarios y algunas fantasías en el teatro mexicano de la Guerra Fría del siglo XX? No, la relación a que hace referencia el título es indirecta, corresponde al futuro y está centrada en la política del poder y en la demografía. Para llegar ahí hay que empezar por la tensión actual entre Rusia y Estados Unidos.
La visión norteamericana del poder ruso
A propósito de la visita reciente del presidente norteamericano Barack Obama a Rusia y de la posterior y muy provocativa del vicepresidente de ese país, Joseph Biden, a dos vecinos con los que Moscú tiene problemas -Ucrania y Georgia-, George Friedman, de la firma de inteligencia Stratfor, de Austin, Texas, señala que la política de Estados Unidos hacia la ex Unión Soviética consiste en negarle el derecho a tener una esfera de influencia propia (Geopolitical Intelligence Report, del 27 de julio, 2009, "The Russian Economy and Russian Power").
La decisión de Washington de apoyar a Georgia, país al que hace un año Rusia le dio un severo golpe militar, y a Ucrania ha ofendido a Moscú y le ha confirmado que Estados Unidos amenaza su seguridad (The New York Times, 1o. de agosto). Esta interferencia con la política rusa hacia sus vecinos se basa en las consideraciones que el vicepresidente Biden esbozó en una entrevista reciente (Wall Street Journal, 26 de julio) en la que afirmó que Rusia es ya una potencia débil, pues "su base demográfica se está contrayendo, su economía está atrofiada y su sector bancario difícilmente sobrevivirá a los siguientes quince años".
Según Friedman, Estados Unidos supone que Rusia, bajo el liderazgo de Putin, ya optó por un futuro que equivale a un retorno al pasado en lo económico y lo político: busca sostener una economía sin mucho dinamismo pero adecuada para sobrellevar un gobierno autoritario y un Ejército fuerte, como fue el modelo bajo Stalin o los zares. Para entorpecer y retardar este proyecto, dice Friedman, los Estados Unidos de Obama parecen dispuestos a seguir la misma política diseñada por Ronald Reagan y que tan buen resultado le dio: presionar políticamente a Moscú y mantener fuera de balance su esfuerzo por consolidar una esfera de influencia alrededor de sus fronteras.
¿Y México?
Hasta aquí todo gira en torno a la vieja rivalidad ruso-americana pero ¿dónde entra México? Pues en la demografía. Según Friedman, uno de los grandes talones de Aquiles de Rusia es su población: ese país tiene una geografía inmensa -17 millones de kilómetros cuadrados- pero una población de apenas 143 millones y que ya no va a crecer mucho más. En contraste, Estados Unidos tiene una superficie de 9.3 millones de kilómetros cuadrados y casi 300 millones de habitantes pero que puede también fallar en su ritmo de crecimiento. Y en esta coyuntura, México cobra importancia como fuente de energía demográfica para su vecino del norte.
En un libro que acaba de publicar (The Next 100 Years. A Forecast for the 21st Century [Nueva York: Doubleday, 2009]), Friedman, en su papel de futurólogo, sostiene, entre otras muchas cosas, que a partir de los años 2030 los imperativos económicos y demográficos obligarán a varios Estados a dar todo tipo de facilidades a la migración, y aunque la gran potencia se abrirá a todo el mundo, su proveedor principal de trabajadores será México. El factor mexicano -ese que ya el profesor Samuel P. Huntington definió en su libro Who Are We? (Nueva York: Free, 2004) como la gran amenaza para la identidad norteamericana- ayudará a la economía norteamericana a contar con la mano de obra necesaria para superar sus crisis de la primera mitad del siglo actual. Es en ese sentido que México -sus trabajadores- impedirá que Estados Unidos siga el camino de Rusia y de otras sociedades europeas: enfrentar el futuro con una población estancada, envejecida y donde la población económicamente activa será cada vez menor en términos relativos y absolutos.
Así, según este analista, eso que desde hace buen tiempo la economía norteamericana procesa muy bien pero que Estados Unidos rechaza en términos jurídicos y políticos -la mano de obra indocumentada pero barata de mexicanos y de otros países del Tercer Mundo- para los 2030 no será combatida sino alentada por una legislación muy generosa con los migrantes. Y esos recién llegados tienen y seguirán teniendo una tasa de reproducción mayor que el promedio norteamericano. Esta escuela de pensamiento sostiene que esos millones de inmigrantes serán clave para que a Estados Unidos no le pase lo que a Rusia y mantenga su centralidad económica y política. Para Friedman, la gran ventaja geopolítica norteamericana es que su masa continental le ha permitido dominar las dos grandes rutas del comercio -la del Atlántico y la del Pacífico- y que en las guerras por venir podrá proteger desde el espacio. Es la combinación de economía, tecnología, geografía y demografía -"uno de los conjuntos de mano de obra más dinámicos de las economías industriales avanzadas"-, lo que hace a Friedman sostener que el siglo XXI será un siglo norteamericano más.
El costo
Pero todo tiene un costo. Estados Unidos pagará un precio por la aceptación de la migración mexicana masiva. Según su pronóstico, la población de origen mexicano en Estados Unidos no se dispersará sino que se mantendrá concentrada en donde hoy lo está: en esas áreas que en el pasado fueron mexicanas. "Para el 2060, tras treinta años de alentar la migración... áreas que [en el 2000] eran 50% mexicanas se transformaran en casi totalmente mexicanas y áreas que entonces eran 25% duplicarán el porcentaje" (p. 226). La frontera política seguirá siendo la actual pero la frontera cultural se habrá desplazado hacia el norte. En esta visión hay ecos de los temores expresados ya hace un lustro por el profesor Huntington.
El gran choque
Alrededor del 2080, el uso intensivo de energía solar y la robótica estarán tan avanzados en Estados Unidos que su economía ya no requerirá de tanta mano de obra como en el pasado y se experimentará algo que no podrá ocurrir en otras economías avanzadas: habrá trabajadores ya no deseados y eso perjudicará sobre todo a los que llegaron de fuera a partir de los años 2030, es decir, a los de origen mexicano. En contraste con la situación actual, dentro de 70 años, la economía mexicana estará en condiciones relativamente buenas pues gracias, entre otras cosas, a su proximidad con Estados Unidos será una potencia económica -ya habrá incluso digerido el dinero del narcotráfico en actividades legales- pero sus diferencias políticas con Estados Unidos no habrán desaparecido.
Para analizar las relaciones México-Estados Unidos de hoy y del futuro, Friedman parte de un supuesto: que "las tensiones USA-México son permanentes" (p. 238); que su oposición de intereses datan de la guerra de 1848 y que para el 2080, sin que ninguno de los países se lo haya propuesto, surgirá un conflicto de fondo "de manera orgánica de la realidad geopolítica" (p. 239). Y esta realidad implicará que en los 2080 habrá un movimiento dentro de Estados Unidos para forzar el regreso a México de millones de trabajadores que ya no serán necesarios. Sin embargo, en la franja formada por los estados fronterizos de ese país, surgirá un movimiento contrario que verá en esa expulsión un intento de la cultura dominante del norte por destruir a la minoría cultural en el sur.
Friedman aborda la complejidad de este hipotético conflicto en parte interno y en parte internacional para pronosticar una nueva guerra México-Estados Unidos, guerra que ganará el segundo pero a costa de crear una gran inestabilidad en su propia franja fronteriza. Y, aquí, el autor deja ya de pronosticar: simplemente dice no tener elementos para ello y deja al conflicto como un "impasse gigante".
ConclusiónLas ciencias sociales son notorias por su deficiencia predictiva, pero lo interesante de los pronósticos de Friedman es el papel vital que asigna a la migración mexicana para preservar el papel dominante de Estados Unidos a mediano plazo. En cuanto a la posible futura guerra México-Estados Unidos, lo aconsejable es no preocuparse pues antes hay montañas de otros problemas que resolver.
Troika Hay muchas maneras de abordar la siempre conflictiva relación Rusia-Estados Unidos y la siempre complicada México-Estados Unidos, pero ¿dónde hay lugar para una relación significativa entre los tres, más allá de ese momento del siglo XIX cuando un México aún sin pérdidas territoriales tuvo frontera al norte no sólo con Estados Unidos sino también con Rusia (Sonoma mexicana estaba cerca del fuerte Ross ruso) o de ciertos eventos secundarios y algunas fantasías en el teatro mexicano de la Guerra Fría del siglo XX? No, la relación a que hace referencia el título es indirecta, corresponde al futuro y está centrada en la política del poder y en la demografía. Para llegar ahí hay que empezar por la tensión actual entre Rusia y Estados Unidos.
La visión norteamericana del poder ruso
A propósito de la visita reciente del presidente norteamericano Barack Obama a Rusia y de la posterior y muy provocativa del vicepresidente de ese país, Joseph Biden, a dos vecinos con los que Moscú tiene problemas -Ucrania y Georgia-, George Friedman, de la firma de inteligencia Stratfor, de Austin, Texas, señala que la política de Estados Unidos hacia la ex Unión Soviética consiste en negarle el derecho a tener una esfera de influencia propia (Geopolitical Intelligence Report, del 27 de julio, 2009, "The Russian Economy and Russian Power").
La decisión de Washington de apoyar a Georgia, país al que hace un año Rusia le dio un severo golpe militar, y a Ucrania ha ofendido a Moscú y le ha confirmado que Estados Unidos amenaza su seguridad (The New York Times, 1o. de agosto). Esta interferencia con la política rusa hacia sus vecinos se basa en las consideraciones que el vicepresidente Biden esbozó en una entrevista reciente (Wall Street Journal, 26 de julio) en la que afirmó que Rusia es ya una potencia débil, pues "su base demográfica se está contrayendo, su economía está atrofiada y su sector bancario difícilmente sobrevivirá a los siguientes quince años".
Según Friedman, Estados Unidos supone que Rusia, bajo el liderazgo de Putin, ya optó por un futuro que equivale a un retorno al pasado en lo económico y lo político: busca sostener una economía sin mucho dinamismo pero adecuada para sobrellevar un gobierno autoritario y un Ejército fuerte, como fue el modelo bajo Stalin o los zares. Para entorpecer y retardar este proyecto, dice Friedman, los Estados Unidos de Obama parecen dispuestos a seguir la misma política diseñada por Ronald Reagan y que tan buen resultado le dio: presionar políticamente a Moscú y mantener fuera de balance su esfuerzo por consolidar una esfera de influencia alrededor de sus fronteras.
¿Y México?
Hasta aquí todo gira en torno a la vieja rivalidad ruso-americana pero ¿dónde entra México? Pues en la demografía. Según Friedman, uno de los grandes talones de Aquiles de Rusia es su población: ese país tiene una geografía inmensa -17 millones de kilómetros cuadrados- pero una población de apenas 143 millones y que ya no va a crecer mucho más. En contraste, Estados Unidos tiene una superficie de 9.3 millones de kilómetros cuadrados y casi 300 millones de habitantes pero que puede también fallar en su ritmo de crecimiento. Y en esta coyuntura, México cobra importancia como fuente de energía demográfica para su vecino del norte.
En un libro que acaba de publicar (The Next 100 Years. A Forecast for the 21st Century [Nueva York: Doubleday, 2009]), Friedman, en su papel de futurólogo, sostiene, entre otras muchas cosas, que a partir de los años 2030 los imperativos económicos y demográficos obligarán a varios Estados a dar todo tipo de facilidades a la migración, y aunque la gran potencia se abrirá a todo el mundo, su proveedor principal de trabajadores será México. El factor mexicano -ese que ya el profesor Samuel P. Huntington definió en su libro Who Are We? (Nueva York: Free, 2004) como la gran amenaza para la identidad norteamericana- ayudará a la economía norteamericana a contar con la mano de obra necesaria para superar sus crisis de la primera mitad del siglo actual. Es en ese sentido que México -sus trabajadores- impedirá que Estados Unidos siga el camino de Rusia y de otras sociedades europeas: enfrentar el futuro con una población estancada, envejecida y donde la población económicamente activa será cada vez menor en términos relativos y absolutos.
Así, según este analista, eso que desde hace buen tiempo la economía norteamericana procesa muy bien pero que Estados Unidos rechaza en términos jurídicos y políticos -la mano de obra indocumentada pero barata de mexicanos y de otros países del Tercer Mundo- para los 2030 no será combatida sino alentada por una legislación muy generosa con los migrantes. Y esos recién llegados tienen y seguirán teniendo una tasa de reproducción mayor que el promedio norteamericano. Esta escuela de pensamiento sostiene que esos millones de inmigrantes serán clave para que a Estados Unidos no le pase lo que a Rusia y mantenga su centralidad económica y política. Para Friedman, la gran ventaja geopolítica norteamericana es que su masa continental le ha permitido dominar las dos grandes rutas del comercio -la del Atlántico y la del Pacífico- y que en las guerras por venir podrá proteger desde el espacio. Es la combinación de economía, tecnología, geografía y demografía -"uno de los conjuntos de mano de obra más dinámicos de las economías industriales avanzadas"-, lo que hace a Friedman sostener que el siglo XXI será un siglo norteamericano más.
El costo
Pero todo tiene un costo. Estados Unidos pagará un precio por la aceptación de la migración mexicana masiva. Según su pronóstico, la población de origen mexicano en Estados Unidos no se dispersará sino que se mantendrá concentrada en donde hoy lo está: en esas áreas que en el pasado fueron mexicanas. "Para el 2060, tras treinta años de alentar la migración... áreas que [en el 2000] eran 50% mexicanas se transformaran en casi totalmente mexicanas y áreas que entonces eran 25% duplicarán el porcentaje" (p. 226). La frontera política seguirá siendo la actual pero la frontera cultural se habrá desplazado hacia el norte. En esta visión hay ecos de los temores expresados ya hace un lustro por el profesor Huntington.
El gran choque
Alrededor del 2080, el uso intensivo de energía solar y la robótica estarán tan avanzados en Estados Unidos que su economía ya no requerirá de tanta mano de obra como en el pasado y se experimentará algo que no podrá ocurrir en otras economías avanzadas: habrá trabajadores ya no deseados y eso perjudicará sobre todo a los que llegaron de fuera a partir de los años 2030, es decir, a los de origen mexicano. En contraste con la situación actual, dentro de 70 años, la economía mexicana estará en condiciones relativamente buenas pues gracias, entre otras cosas, a su proximidad con Estados Unidos será una potencia económica -ya habrá incluso digerido el dinero del narcotráfico en actividades legales- pero sus diferencias políticas con Estados Unidos no habrán desaparecido.
Para analizar las relaciones México-Estados Unidos de hoy y del futuro, Friedman parte de un supuesto: que "las tensiones USA-México son permanentes" (p. 238); que su oposición de intereses datan de la guerra de 1848 y que para el 2080, sin que ninguno de los países se lo haya propuesto, surgirá un conflicto de fondo "de manera orgánica de la realidad geopolítica" (p. 239). Y esta realidad implicará que en los 2080 habrá un movimiento dentro de Estados Unidos para forzar el regreso a México de millones de trabajadores que ya no serán necesarios. Sin embargo, en la franja formada por los estados fronterizos de ese país, surgirá un movimiento contrario que verá en esa expulsión un intento de la cultura dominante del norte por destruir a la minoría cultural en el sur.
Friedman aborda la complejidad de este hipotético conflicto en parte interno y en parte internacional para pronosticar una nueva guerra México-Estados Unidos, guerra que ganará el segundo pero a costa de crear una gran inestabilidad en su propia franja fronteriza. Y, aquí, el autor deja ya de pronosticar: simplemente dice no tener elementos para ello y deja al conflicto como un "impasse gigante".
ConclusiónLas ciencias sociales son notorias por su deficiencia predictiva, pero lo interesante de los pronósticos de Friedman es el papel vital que asigna a la migración mexicana para preservar el papel dominante de Estados Unidos a mediano plazo. En cuanto a la posible futura guerra México-Estados Unidos, lo aconsejable es no preocuparse pues antes hay montañas de otros problemas que resolver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario