La sociedad es siempre la que produce la riqueza de una nación, pero ha sucedido también que es el Estado la mayor fuente de riqueza de los privados. Hace unos cien años eso estaba a la vista de todo mundo y ahora es difícil verlo con toda claridad. Puede decirse, empero, que nunca como ahora los privados se enriquecen de un modo que antes era impensable, por la sencilla razón de que tanto la sociedad como el Estado manejan una riqueza que antaño era igualmente impensable. Los ideólogos del capital jamás lo aceptarán, porque para ellos el Estado es un expoliador de los privados, o sea, un parásito.
Basta con ver los datos que las estadísticas registran sobre inversiones, para darse cuenta cabal de ello. Si alguien quiere hacerse de dinero en grande, en nuestras sociedades contemporáneas, no tiene más recurso que hacerlo asociado y en contubernio con o robando al Estado. Aquel famoso dicho de los años cincuenta de que cada sexenio paría una nueva camada de millonarios es hoy tan cierto como entonces. Y sin duda hoy más. En el primer año de gobierno de López Mateos el presupuesto nacional era de 11 mil millones de pesos. Ahora es de dos billones y medio casi. Con todas las traducciones que se hagan, eso hoy es muchísimo dinero.
El hombre más rico de México (que, por cierto, no figuraba entre los 300 de Legorreta, como tampoco otros de los más ricos) ni siquiera podría soñar en disponer de la centésima parte del dinero público para sus negocios y es por eso que siempre está clamando porque ese dinero se invierta productivamente. El erario siempre ha sido la ubre de la que se alimenta la riqueza privada. Los privados producen la riqueza que les permite su participación en los grandes proyectos públicos. Solos a menudo van a la quiebra porque no saben hacer negocios de otra forma o no crecen. De hecho, eso ocurre en todo el mundo y no sólo aquí.
Por eso era tan importante el Estado para Keynes, el gran teórico de la recuperación de la crisis generada en la era entre guerras del siglo XX; pero él pensaba que el Estado ponía los proyectos y el presupuesto y los privados debían poner la iniciativa y la creatividad. Hay que decir que el gran economista inglés dudaba mucho de una audacia de tal tamaño en los privados. Hasta en eso el Estado debía sustituirlos, disciplinarlos y obligarlos a hacer su tarea. Y vaya que tenía razón. Desde siempre el desarrollo del capitalismo ha sido la historia del latrocinio generalizado de la riqueza pública y social por unos cuantos.
El gran filósofo inglés del siglo XVII, John Locke, considerado como el padre del liberalismo económico moderno, demandaba la fundación de un Estado cuya misión sería proteger la propiedad privada. Creo que nunca se imaginó que bajo esa concepción el arte de gobernar acabaría siendo el arte de robar a discreción la riqueza del Estado y, siempre que se pudiera, también de la sociedad. Los gobernantes priístas, sobre todo a partir del sexenio de Miguel Alemán, llevaron ese arte a la excelsitud, sobre todo, porque jamás se propasaron y se atuvieron siempre a lo que era la entidad real de la riqueza que el país poseía y producía.
El mejor testimonio de esa época lo acuñó el Tejón Garizurieta: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. Para decirlo de un modo que le haga justicia a los priístas de antaño, el robo con ellos era, después de todo, razonable. Pero hay una diferencia entre robo y saqueo indiscriminado. Creo que todos se rieron de Fox cuando dijo, después de haber ganado las elecciones de 2000, que su propósito era gobernar este país como una empresa. A ningún panista de vieja cepa se le habría ocurrido postular semejante estupidez. No a Gómez Morín, que creía de verdad en la responsabilidad social de los privados.
En los años cincuenta circuló en Estados Unidos un mal chiste que decía que Roosevelt había demostrado que un gran hombre podía ser presidente de Estados Unidos; Truman había demostrado que no se necesitaba ser un gran hombre para ser presidente y, finalmente, Eisenhower venía a demostrar que hasta un pendejo podía ser presidente. Ese mal chiste se atribuyó a republicanos malquerientes del general. Es muy probable que los dueños de la riqueza y del poder hayan pensado, en tiempos de Ernesto Zedillo, que era llegado el momento de poner en la Presidencia a un idiota.
Eso permitió acabar de convertir la política en el mecanismo para hacer gobierno robando y saqueando. Pierre-Joseph Proudhon, el padre del anarquismo teórico moderno, afirmó que la propiedad privada era un robo. No se refería a quien trabaja para vivir, sino a quienes hacen de la propiedad un medio para hacer negocios y especular sobre los haberes de los prójimos. Ya los últimos tres presidentes priístas habían acabado de convertir la política en un procedimiento para saquear las riquezas de la nación y del erario público. Se necesitaba un idiota en el mando del país para consumar ese procedimiento. Hacer política es hacer negocio, quiere decir hacer política para robar. Ahora está claro.
Por doquier que miremos tendremos el mismo espectáculo: funcionarios públicos de todos los niveles, empleados del gobierno, empresarios y servidores suyos, políticos de todos los partidos y sus ayudantes clientelares de toda laya, incluso ciudadanos comunes y corrientes que se ven involucrados en la vida pública y de sociedad, robando y saqueando. Y cada uno tiene sus razones muy atendibles. La prensa nos da noticia diaria de todo ello: señores magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, legisladores, funcionarios del Poder Ejecutivo en todo el país, funcionarios municipales, todos, robando y saqueando, al asignarse ya tan sólo sueldos y emolumentos de escándalo.
El Procampo, inventado por Salinas, que va a los agricultores panistas y priístas y también a los narcos y sus familiares. El cuidado de los niños de los afiliados al IMSS en guarderías como la ABC de Hermosillo, materia de robo, saqueo y muerte. El petróleo de la nación, depredado por los mismos funcionarios y empleados de Pemex que saben cómo ordeñar los ductos y las terminales de la empresa y aprovechar los filtros aduanales para traernos al DF diesel de contrabando y de mala calidad. Televisoras que pueden imponer el consenso en su modo de robar y de dictar los cánones de la opinión pública. Bancos que nos roban todos los días sin que tengamos defensa alguna. Todos, haciendo negocios.
En eso se ha convertido el gobierno de la nación y en eso se ha transformado la política nacional.
Basta con ver los datos que las estadísticas registran sobre inversiones, para darse cuenta cabal de ello. Si alguien quiere hacerse de dinero en grande, en nuestras sociedades contemporáneas, no tiene más recurso que hacerlo asociado y en contubernio con o robando al Estado. Aquel famoso dicho de los años cincuenta de que cada sexenio paría una nueva camada de millonarios es hoy tan cierto como entonces. Y sin duda hoy más. En el primer año de gobierno de López Mateos el presupuesto nacional era de 11 mil millones de pesos. Ahora es de dos billones y medio casi. Con todas las traducciones que se hagan, eso hoy es muchísimo dinero.
El hombre más rico de México (que, por cierto, no figuraba entre los 300 de Legorreta, como tampoco otros de los más ricos) ni siquiera podría soñar en disponer de la centésima parte del dinero público para sus negocios y es por eso que siempre está clamando porque ese dinero se invierta productivamente. El erario siempre ha sido la ubre de la que se alimenta la riqueza privada. Los privados producen la riqueza que les permite su participación en los grandes proyectos públicos. Solos a menudo van a la quiebra porque no saben hacer negocios de otra forma o no crecen. De hecho, eso ocurre en todo el mundo y no sólo aquí.
Por eso era tan importante el Estado para Keynes, el gran teórico de la recuperación de la crisis generada en la era entre guerras del siglo XX; pero él pensaba que el Estado ponía los proyectos y el presupuesto y los privados debían poner la iniciativa y la creatividad. Hay que decir que el gran economista inglés dudaba mucho de una audacia de tal tamaño en los privados. Hasta en eso el Estado debía sustituirlos, disciplinarlos y obligarlos a hacer su tarea. Y vaya que tenía razón. Desde siempre el desarrollo del capitalismo ha sido la historia del latrocinio generalizado de la riqueza pública y social por unos cuantos.
El gran filósofo inglés del siglo XVII, John Locke, considerado como el padre del liberalismo económico moderno, demandaba la fundación de un Estado cuya misión sería proteger la propiedad privada. Creo que nunca se imaginó que bajo esa concepción el arte de gobernar acabaría siendo el arte de robar a discreción la riqueza del Estado y, siempre que se pudiera, también de la sociedad. Los gobernantes priístas, sobre todo a partir del sexenio de Miguel Alemán, llevaron ese arte a la excelsitud, sobre todo, porque jamás se propasaron y se atuvieron siempre a lo que era la entidad real de la riqueza que el país poseía y producía.
El mejor testimonio de esa época lo acuñó el Tejón Garizurieta: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. Para decirlo de un modo que le haga justicia a los priístas de antaño, el robo con ellos era, después de todo, razonable. Pero hay una diferencia entre robo y saqueo indiscriminado. Creo que todos se rieron de Fox cuando dijo, después de haber ganado las elecciones de 2000, que su propósito era gobernar este país como una empresa. A ningún panista de vieja cepa se le habría ocurrido postular semejante estupidez. No a Gómez Morín, que creía de verdad en la responsabilidad social de los privados.
En los años cincuenta circuló en Estados Unidos un mal chiste que decía que Roosevelt había demostrado que un gran hombre podía ser presidente de Estados Unidos; Truman había demostrado que no se necesitaba ser un gran hombre para ser presidente y, finalmente, Eisenhower venía a demostrar que hasta un pendejo podía ser presidente. Ese mal chiste se atribuyó a republicanos malquerientes del general. Es muy probable que los dueños de la riqueza y del poder hayan pensado, en tiempos de Ernesto Zedillo, que era llegado el momento de poner en la Presidencia a un idiota.
Eso permitió acabar de convertir la política en el mecanismo para hacer gobierno robando y saqueando. Pierre-Joseph Proudhon, el padre del anarquismo teórico moderno, afirmó que la propiedad privada era un robo. No se refería a quien trabaja para vivir, sino a quienes hacen de la propiedad un medio para hacer negocios y especular sobre los haberes de los prójimos. Ya los últimos tres presidentes priístas habían acabado de convertir la política en un procedimiento para saquear las riquezas de la nación y del erario público. Se necesitaba un idiota en el mando del país para consumar ese procedimiento. Hacer política es hacer negocio, quiere decir hacer política para robar. Ahora está claro.
Por doquier que miremos tendremos el mismo espectáculo: funcionarios públicos de todos los niveles, empleados del gobierno, empresarios y servidores suyos, políticos de todos los partidos y sus ayudantes clientelares de toda laya, incluso ciudadanos comunes y corrientes que se ven involucrados en la vida pública y de sociedad, robando y saqueando. Y cada uno tiene sus razones muy atendibles. La prensa nos da noticia diaria de todo ello: señores magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, legisladores, funcionarios del Poder Ejecutivo en todo el país, funcionarios municipales, todos, robando y saqueando, al asignarse ya tan sólo sueldos y emolumentos de escándalo.
El Procampo, inventado por Salinas, que va a los agricultores panistas y priístas y también a los narcos y sus familiares. El cuidado de los niños de los afiliados al IMSS en guarderías como la ABC de Hermosillo, materia de robo, saqueo y muerte. El petróleo de la nación, depredado por los mismos funcionarios y empleados de Pemex que saben cómo ordeñar los ductos y las terminales de la empresa y aprovechar los filtros aduanales para traernos al DF diesel de contrabando y de mala calidad. Televisoras que pueden imponer el consenso en su modo de robar y de dictar los cánones de la opinión pública. Bancos que nos roban todos los días sin que tengamos defensa alguna. Todos, haciendo negocios.
En eso se ha convertido el gobierno de la nación y en eso se ha transformado la política nacional.
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