Hace poco más de una semana, mi amigo, colega, contrario y otras cosas, Fernando Gómez Mont, regañó a los medios por
banalizar tareas de soldados y policías. Quiero suponer que se refería a la crítica constante acerca de que los cuerpos de seguridad y el Ejército no están desempeñando adecuadamente su tarea. El problema es que, lamentablemente, es cierto. Y los medios, que buscan la noticia, no pueden desperdiciar la oportunidad de atribuir a policías y soldados la absoluta falta de seguridad que padece el país, en algunas ocasiones, lamentablemente, imputable en forma directa a ellos mismos. No es posible pasar por alto, por ejemplo, lo absurdo de que un grupo de sicarios se introduzca en un penal para asesinar a un número importante de presos, quiero suponer que por pertenecer a una organización contraria y haber olvidado la ley no escrita de que el problema no es entre ellos, sino con la sociedad o, por decirlo con mayor precisión, con el Estado. Una noticia de esa índole, con todo lo absurdo que significa, no podía ser pasada por alto por la prensa para destacar, con entera facilidad, que las fuerzas de seguridad en nuestro país están desempeñando muy mal su papel. En ello, lamentablemente, también les va la vida, pero por eso mismo la crítica de los medios se sustenta en una razón más que suficiente. Pretender que la prensa, por una razón que consistiría en evitar la difusión de los crímenes para no hacer de ello motivo para opinar negativamente del supuesto cumplimiento de sus deberes por las fuerzas de seguridad, no tiene ninguna lógica. El silencio para sustituir la crítica no puede funcionar en nuestro medio. La comunicación no es sólo un derecho, sino también –y yo diría que mucho más– un deber. Lo cumple el Estado mismo mediante las declaraciones de sus más importantes funcionarios, incluyendo al Presidente de la República, y no faltan desplegados en la prensa, de gran extensión, en que las autoridades expresan sus preocupaciones. Por ejemplo, el último discurso de Felipe Calderón. Partimos del supuesto, no siempre presente –dicho sea de paso–, de que disfrutamos de la garantía de la libertad de prensa sustentada en el artículo cuarto de la Constitución, cuyo primer párrafo es más que expresivo:
La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque la moral, los derechos de terceros; provoque algún delito o perturbe el orden público; el derecho a la información será garantizado por el Estado. Lamentablemente, los hechos que deben ser materia de comunicación pública no pueden ser sólo objeto de información, sino también de comentarios, críticos o favorables. Los tiempos no están para comentarios favorables. Asistimos al gran fracaso del poder, que tiembla además frente a la perspectiva, cada vez más próxima, de que a partir del 4 de julio el poder del PAN quede disminuido hasta su más mínima expresión. El problema es que la violencia no sólo se preocupa de los contendientes, sino también, y tal vez mucho más, de quienes tienen la mala suerte de encontrarse en el entorno. Y, por otra parte, no se vislumbra una política de ataque frontal a los enemigos, que lo son de todos nosotros y del país en su conjunto. Porque se puede suponer que los narcotraficantes tienen bases desde las que preparan sus actos delictivos, en primer lugar para organizar sus exportaciones de drogas y sus importaciones de armas; en segundo lugar, para acordar sus planes de batalla. Si el Ejército no tiene la capacidad de descubrir esas bases y atacarlas, habrá que pedir auxilio a quienes sepan hacerlo. Si toda la estrategia del Ejército es encontrarse en una carretera con los narcos no vamos a llegar a ninguna parte. Y no menciono a la policía, porque ésta es naturalmente corrupta e incompetente. La Armada, me temo que no juega este juego. En resumen, estamos fregados. Ciertamente estamos perdiendo nuestra guerra. Si a eso le agregamos la crisis económica y las perspectivas más que próximas de que en muy poco tiempo estaremos envueltos en las sospechas fundadas de un fraude electoral, a partir del color que quieran, lo fregado se extiende hasta hacer la vida muy incómoda. Lo peor del caso es que ninguno de los partidos políticos expresa confianza. El PAN ha fracasado rotundamente. El PRI parece renovar su fuerza, pero no sus estrategias tramposas. Los demás sólo juegan acompañados, a veces de maneras absurdas. Las perspectivas no parece que despierten optimismos. Es una lástima. México es un país excepcional. Lo malo somos sus habitantes.
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