jueves, 10 de junio de 2010

MÉXICO, MANIFESTACIÓN CULTURAL

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN

A mi hermano Francisco, una vez más.


En la medida que el año avanza y que los festejos del Centenario y el Bicentenario llegan a su culmen, en tanto la pregunta sobre si, en realidad tenemos algo que festejar, se presentan dos formas de responder, la primera, intuitiva, es un sí, uno enfático, más ligado a algún aspecto emotivo que a uno racional, después, ya en medio de una reflexión más serena; la segunda, en la que parece que en efecto hay mucho que celebrar tanto por nuestro pasado como por nuestro presente y futuro. Una de las razones de fondo que arroja la reflexión se relaciona con nuestra capacidad de formularnos la pregunta que pone en tela de juicio los festejos, con esa capacidad que hemos desarrollado para comprendernos y comunicarnos a través de este complicado sistema de valores, mensajes y símbolos al que llamamos México y que constituye una manifestación cultural enorme, en la cual estamos todos presentes, como creadores y como motivos, como sujetos y como partes vivientes. Celebramos 200 años de un hecho cultural irrepetible en la historia humana, nuestra propia existencia como voz, color y sonido en el mundo occidental. Las múltiples raíces de la cultura mexicana, a lo largo de los siglos, se han articulado para generar un concierto polifónico de enormes proporciones: el legado de las mil y una culturas que habitaban el continente antes de la llegada de los españoles, las mismas que hoy, transformadas por el paso del tiempo y el contacto con otras culturas, siguen vivas y vigorosas y llenan de colores y sabores el entorno de nuestro tiempo. La raíz española que nos abre al contacto con otros pueblos y otras regiones lejanas y al mismo tiempo próximas, caracterizada por una lengua que dejó de ser castellana para convertirse en el español de millones de seres humanos y en la cual pensamos, actuamos y valoramos, una cultura que perdió la acritud de las planicies de Castilla para tomar la dulzura de la meseta del Anáhuac; la raíz profunda y a veces oculta de la negritud traída esclava y que se encarnó en regiones como Guerrero, Michoacán, Veracruz o Oaxaca, y a la que debemos ritmo, belleza, fuerza y un dejo de melancolía en las culturas de las costas nacionales. Con ellos una multitud de pueblos que en mayor o menor medida han dejado su huella en este mosaico monumental; judíos y libaneses, estadunidenses mexicanizados y armenios del DF y de Colima; griegos mediterráneos y chinos de las montañas; italianos, franceses, africanos, chilenos y argentinos; todos comunicándose y construyendo, por amor a esta tierra, una cultura complejísima, orgullosa de sí misma y potente para perpetuarse pese a los vaivenes de la historia y la política. En México, cuando alguien pregunta algo obvio, solemos responder "hasta la pregunta ofende"y creo podría usarse. Sí, festejamos la coincidencia histórica de estar en esta convención de tiempo que llamamos Centenario y Bicentenario y que no es sino un pretexto para decir que -pese a todo o gracias a todo- somos una gran manifestación cultural que sigue viva y pujante, que habla un español fuerte y sano y con él cientos de lenguas indígenas que dan musicalidad a nuestra voz, una manifestación cultural compleja con muchos modelos de familia y muchas formas de contacto y relación, pero todas, las originarias y las incorporadas, con un denominador común: todos hemos querido ser México y seguir siéndolo muchos cientos de años más.

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