También para mi hermano Francisco.
Apesar de los vaticinios catastróficos y de los avisos de tragedia sin fin; la existencia de la República, la existencia de una sociedad cada vez más organizada y la enorme potencia que constituye nuestra cultura, nuestra historia y nuestra tradición, quienes vivimos y trabajamos en México creemos que tenemos un gran futuro que construir y un mañana digno de vivirse, en fin, que ese destino es también motivo de celebración. A cada generación la justifican las dimensiones de sus retos y sus problemas. Juárez se encuentra en la magnitud de la restauración republicana e Hidalgo en fisurar el monolito impresionante del Virreinato. Y no sólo sobrevivió México a todo ello, sino que además esas circunstancias le permitieron construirse y lograr tanto la identidad como el destino. Hoy, es cierto, enfrentamos tanto graves problemas como difíciles coyunturas. Cualquier decisión parece tener más puntos negros que luces y la normalidad cotidiana semeja un sueño de otras épocas y, sin embargo, es parte de un fenómeno de transformación profunda que los ciudadanos —no sólo el gobierno y no nada más los políticos—estamos realizando en medio del desconcierto de la historia. Lo que hoy consideramos como una coyuntura oscura, de muy difícil solución es, en realidad, la dimensión de nuestro reto como generación. Podremos pasar a la historia como la generación que consolidó la democracia y, sobre todo, la que supo y pudo entregar la vida pública a las manos de los ciudadanos. Hay razones de fondo para pensar que los mexicanos podremos aspirar a un futuro por el cual luchar y por el cual salir adelante, razones para confiar que habrá un mañana para este país. Los ciudadanos cada vez ocupamos lugares y espacios que antes no podíamos siquiera soñar y es previsible que esa participación en la toma de las decisiones sea un ámbito ciudadano todavía con mayor fuerza en el futuro. Los ciudadanos hemos aprendido a usar mejor nuestros instrumentos de participación, aprendizaje que desde luego iremos perfeccionando. Hemos ocupado sin remisión los lugares que el desconcierto y el desacuerdo de la política tradicional han ido dejando en nuestras manos, espacios que no volverán jamás a ser feudos particulares. Podemos decir que lo que se creía era el inicio de la alternancia en el poder, ha resultado ser la lenta, ardua y difícil creación de la democracia como un movimiento ciudadano incluyente. La violencia, el descontrol y la desinformación acompañan a todas las transiciones y no puede ser infinita porque nuestra resistencia y tolerancia no son absolutas. Una sociedad cada vez mejor organizada cuestiona y enfrenta, decide y echa luz sobre las decisiones de quienes están jurídicamente facultados para tomarlas. Hablar de Estado fallido es un mal deseo y una frase con ningún sentido porque quienes recurren a ella lo hacen en un marco de libertades y se valen de sus derechos para expresarla. El nuestro es un Estado a prueba, sometido a fuertes tensiones históricas, pero no fallido. La Constitución y otras leyes siguen vigentes y las cumple una inmensa mayoría de los agentes sociales. Abrigar la esperanza es una buena razón para festejar nuestro Bicentenario y nuestro Centenario y trabajar para las próximas generaciones.
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