De nuevo, para mi hermano Francisco.
Durante muchas décadas, los mexicanos vivimos en una especie de histeria colectiva: suponíamos, en los ya lejanos años de 1970, que el inglés se iría apropiando de nuestros espacios lingüísticos para someternos bajo su implacable férula. Una suerte de extraña desconfianza en nuestro idioma nos hacía prevenirnos sobre una imaginaria invasión del inglés en particular. Así, las estaciones de radio traducían los títulos de las canciones y también de los grupos que las cantaban; las televisoras buscaban las más retorcidas traducciones para términos de suyo intraducibles y, sin embargo, al menos 20 años antes, Alfonso Reyes hacía broma de ese temor tratando el tema del idioma universal buscado tras la posguerra. Decía que mucho antes ya Rubén Darío se preguntaba: "¿Tantos millones hablaremos inglés?", e incluso, en México, en pleno 1978, hablaba en favor del mestizaje de los idiomas, de la apertura y del intercambio de vocablos tanto como de experiencias. Hoy, varias décadas después, nos damos cuenta de que, con internet y todo, nuestro idioma prevaleció y rompió fronteras para convertirse, prácticamente, en la lengua de buena parte de la geografía angloparlante. Esa potencia vital, sustentada por una literatura prodigiosa, pero también en un intercambio vivo de ideas y de vivencias, es un motivo más para celebrar este Centenario y este Bicentenario. Hace 500 años ya que comenzamos la construcción de nuestro propio espacio lingüístico dentro de la familia del castellano; nuestra lengua común, que dialoga con cientos de vernáculas, es el puente que nos une con otras geografías pero que, al mismo tiempo, nos permite conocernos y construir nuestro universo cultural. La Independencia y la Revolución, entre otros efectos, sirvieron de bases firmes para consolidarnos no sólo como pueblo políticamente organizado, sino como nación en busca de su identidad y su destino. Hay dos movimientos dentro del idioma que nos caracterizan y nos hacen potentes en la evolución de nuestra habla. Por un lado, el movimiento literario que ha tomado fuerza y se ha nutrido de nuestra cultura. Entre los nuestros hay escritores de talla universal: Nervo, Reyes o Pacheco, por nombrar sólo algunos; hay movimientos importantes dentro de la evolución general del español, como la novela de la Revolución por ejemplo, pero, sobre todo, obras imperecederas que justifican nuestra presencia como hispanohablantes; al mismo tiempo, hemos generado nuestra propia forma de hablar, nuestros propios vocablos y nuestro estilo particular de participar en esa mesa de todos que es el español, mexicanismos que ahora son parte del legado común de todos los hablantes del idioma. Hay méritos que sólo se alcanzan al cabo de muchas generaciones; los más altos son producto de un empeño cotidiano, sutil como el día a día, que no nacen de un programa o de un manifiesto, sino se logran como la respiración de un pueblo, de una comunidad, y son los más trascendentes. Al celebrar estos centenarios celebramos la pervivencia de una cultura que supo asumir su lugar en el mundo, se consolidó con muchas penalidades con el puro afán de seguir existiendo en este lugar del planeta y, con ello, podrá ser recordada, dentro de cientos de años, aun cuando ya no estemos, como una nación que compuso su lenguaje, creó enormes obras de arte con él y, sobre todo, lo convirtió en el espejo de su propia conciencia y de su propio rostro. Tanto como una fiesta cívica, este es un aniversario especial de una gran cultura, festejarlo es traer a la conciencia esta válvula de nuestra moral y este ritmo de nuestra respiración, es hacer más nuestro este universo que es ya de nuestra heredad por derecho propio
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