jueves, 24 de junio de 2010

CADA QUIEN SU MONSIVÁIS

JOSÉ WOLDENBERG KARAKOSKY

Como ha quedado claro en los últimos días, cada quien tiene a su Carlos Monsiváis. Y no podía ser de otra manera. Frente a la extrema especialización, Monsiváis fue un hombre de infinidad de pasiones; frente a la solemnidad hueca y reiterativa, se convirtió en una voz crítica y juguetona. Los muchos Monsiváis pueden ser conjugados por cada quien casi al gusto.
Porque Carlos Monsiváis fue (por lo menos):
Cronista con inéditos registros entre nosotros. Un estilo que expresaba una nueva sensibilidad, más abierta, irónica, corrosiva. Su forma única de contar -deslumbrante, abigarrada, sugerente, provocadora- se convirtió en un talante imitado por muchos y en un referente obligado.
Vocación permanente por inyectarle a la política los insustituibles insumos de la cultura, sin los cuales tendía a secarse, a languidecer como una actividad carente de horizonte y sentido.
Puente entre la cultura popular y las expresiones más sofisticadas del quehacer humano. De Raphael a Salvador Novo, de María Félix a Jorge Cuesta, del burlesque a los expresionistas alemanes, de Juan Gabriel a Pasolini, en todo encontraba motivo para el asombro, la reflexión y el cotorreo.
Hombre de izquierda, de los primeros críticos del "socialismo realmente existente" incluyendo al autoritarismo cubano. Su pulsión libertaria, garantista se diría hoy, justiciera, lo convirtió en un adelantado de lo que puede llegar a ser una izquierda democrática.
Puerta de entrada a autores, tratamientos, obras y enfoques. Su conocimiento oceánico lo convertía en una fuente inagotable de sugerencias de libros, películas, exposiciones, conciertos, que no se podían dejar de leer, ver y oír.
Disposición universalista -capaz de asimilar y recrear las más diversas influencias- sin despegar las suelas del terruño. Publicó Aires de familia. Cultura y sociedad en América Latina (2000) y unos años después Pedro Infante. Las leyes del querer (2008). Escribió decenas de páginas sobre el cine de Hollywood o la "Nueva ola" francesa y no dejó escapar a Julio César Chávez o a Gloria Trevi.
Escritor profesional que se nutría por supuesto de la tradición literaria, pero también de lo que sucedía en la calle; que no despreciaba los insumos cinematográficos o musicales o científicos, pero tampoco los provenientes de las huelgas, marchas, peregrinaciones, reventones que le dan su coloración y significado a las vidas. Era un hombre ilustrado capaz de asimilar y procesar (casi) todo.
Voz que entendía y defendía los derechos de las minorías: religiosas, sexuales, políticas. No era posible una convivencia medianamente decente sin el respeto irrestricto a los derechos de los otros.
Enjambre de relaciones. Sus puentes de comunicación con los disparejos mundos que componen al país le ofrecían una visión panorámica y detallada del zozobrante fluir de una sociedad contrahecha y más que desigual.
Narrador sin fronteras. Lo mismo de un concierto de rock, de una marcha política, de las aventuras y desventuras en el Metro o en la Basílica de Guadalupe. Ante sus escritos sobre tantos temas aparentemente insípidos, uno podría pensar como aquel personaje de Enrique Vila-Matas: "el mundo es muy aburrido... lo que sucede en él carece de interés si no lo cuenta un buen escritor". (Dublinesca. P. 102.) Y Monsiváis claro que lo era.
Recopilador infatigable de tonterías de todo tipo. Su gustada sección "Por mi madre bohemios" funcionó como un espejo eficiente de las sandeces que día a día alegran y ensombrecen nuestra existencia. El humor se convirtió en su escudo ante las inclemencias de la vida social, su sarcasmo fue un afinado mecanismo de protección.
Militante antiautoritario. Contra el autoritarismo patriarcal, feminista; contra el autoritarismo religioso, tolerante, pluralista; contra el autoritarismo sexual, abierto a las múltiples condiciones humanas; contra el autoritarismo político, democrático.
Erudito gozoso del cine, un archivo de anécdotas y chismes, de valoraciones y capacidades analíticas, de nombres y fechas, de repartos y canciones.
Heterodoxo, porque su fuerza, conocimientos, imaginación y humor, le impedían quedar encarcelado en alguna escuela.
Conciencia ética capaz de irritarse ante las más diversas injusticias que a diario inundan la "vida nacional". Por desgracia nunca le faltaron causas que era menester defender.
Enciclopedista moderno, exceptuando los deportes.
Coleccionista meticuloso, obsesivo.
Lector voraz, difícil de sorprender.
No creo que fuera un optimista. No vislumbraba un mundo mejor. Estaba demasiado bien informado. Muchas "cosas" no tenían remedio. Pero lo movía el afán de comprensión, un gusto por recrear e inventar el mundo con la palabra, la curiosidad ilimitada. Recuerdo a mi abuelo decir: "Vale la pena vivir aunque sólo sea por curiosidad".
Monsiváis ya no está. Su obra se queda entre nosotros.

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