El próximo sábado 8 de agosto será la reunión del Consejo Nacional del PAN. La cita es a sesión extraordinaria y sólo se contempla la elección de nuevo presidente del CEN. Somos poco más de 370 consejeros. Es la segunda ocasión en que no habrá competencia, en un partido que la concibió como la mejor forma de organización democrática y estímulo a la deliberación de propuestas y a la búsqueda de los mejores perfiles. El único candidato registrado es César Nava, pero tal condición no acontece por el consenso, sino porque la circunstancia concreta de su lanzamiento desde el aparato gubernamental y los términos de la convocatoria predeterminaron el resultado.
No precede a esta sesión el entusiasmo, sino el desinterés. Tras los resultados del 5 de julio se ha evitado el análisis y la reflexión que debemos no sólo al panismo que representamos en la dirección del partido, sino a nuestros electores y, por supuesto, a la sociedad en general, como entidad de interés público que somos. Llamados a responder ante uno de nuestros más serios descalabros electorales, se pretende incluso estigmatizar a quienes hemos decidido orear el debate afuera, cuando vemos el sofocamiento adentro.
A planteamientos estructurados que varios consejeros hemos dirigido a todos los panistas del país, con puntos de vista sobre las causas de la derrota y las cuestiones que deben corregirse en el partido y el gobierno, algunos de los más conspicuos apoyadores de la candidatura oficial de Nava respondieron con descalificaciones personales y fustigaron el hecho de ventilar públicamente nuestros puntos de vista, aunque para dar conocer sus posturas también lo hicieron.
Me detengo en una de las expresiones que retrata el conformismo que se pretende y que busca eludir la corresponsabilidad partido-gobierno en la derrota pasada. Se trata de la carta que a los miembros del Consejo Nacional envió Juan de Dios Castro Lozano, quien además de ser miembro de este órgano se desempeña como subprocurador de Derechos Humanos en la PGR.
“Estimo que dar a conocer sus diferendos, que no son más que opiniones personales, da material para una nota escandalosa, magnificada, sucia, para la caricatura obscena y la columna malévola en medios masivos, y desde mi modesta perspectiva, pensando generosamente que quienes lo hacen lo hacen de buena fe y deterioran al partido ante la opinión pública”.
No es el único párrafo que merece comentario, pero me parece el más ilustrativo de la dinámica que se ha instalado en torno al delicado momento que viven el PAN y el mismo gobierno del presidente Calderón, pues supone que nuestros tradicionales electores que nos retiraron su confianza son incapaces de procesar su inconformidad hacia nosotros, o como si esa conducta —reflejada en el fenómeno del voto nulo, que nos afectó más al PAN y al PRD que al PRI— no tuviera nada que ver con el deterioro público de la forma en que hemos ejercido el poder y de las prácticas de manufactura priísta que ya se ponen en juego dentro del partido en muchos estados del país.
Estábamos obligados a acusar recibo, por lo menos, del mensaje de los ciudadanos. Y era el momento más propicio para el proceso de renovación que se abría tras la renuncia de Germán Martínez. Tratar de tapar el sol con un dedo resulta más desesperanzador para muchos panistas que la discusión que se buscó antes de la ratificación del próximo fin de semana.
Mientras Carlos Salinas de Gortari y Ulises Ruiz se pasean campantes por las calles de Oaxaca, en una gráfica insustituible que describe la realidad política que vivimos tras los resultados electorales, entre nosotros se rasgan las vestiduras y desde la pureza del que “nunca” ha expresado sus diferendos ante los medios de comunicación se custodia la imagen del partido.
¿Cuál es la imagen que tienen los ciudadanos hoy del PAN? Ese es el tema. ¿Dónde está nuestro anterior prestigio? ¿Dónde, Juan de Dios, la fuerza moral de nuestra palabra? Nunca en el silencio, y menos en el silenciamiento.
No precede a esta sesión el entusiasmo, sino el desinterés. Tras los resultados del 5 de julio se ha evitado el análisis y la reflexión que debemos no sólo al panismo que representamos en la dirección del partido, sino a nuestros electores y, por supuesto, a la sociedad en general, como entidad de interés público que somos. Llamados a responder ante uno de nuestros más serios descalabros electorales, se pretende incluso estigmatizar a quienes hemos decidido orear el debate afuera, cuando vemos el sofocamiento adentro.
A planteamientos estructurados que varios consejeros hemos dirigido a todos los panistas del país, con puntos de vista sobre las causas de la derrota y las cuestiones que deben corregirse en el partido y el gobierno, algunos de los más conspicuos apoyadores de la candidatura oficial de Nava respondieron con descalificaciones personales y fustigaron el hecho de ventilar públicamente nuestros puntos de vista, aunque para dar conocer sus posturas también lo hicieron.
Me detengo en una de las expresiones que retrata el conformismo que se pretende y que busca eludir la corresponsabilidad partido-gobierno en la derrota pasada. Se trata de la carta que a los miembros del Consejo Nacional envió Juan de Dios Castro Lozano, quien además de ser miembro de este órgano se desempeña como subprocurador de Derechos Humanos en la PGR.
“Estimo que dar a conocer sus diferendos, que no son más que opiniones personales, da material para una nota escandalosa, magnificada, sucia, para la caricatura obscena y la columna malévola en medios masivos, y desde mi modesta perspectiva, pensando generosamente que quienes lo hacen lo hacen de buena fe y deterioran al partido ante la opinión pública”.
No es el único párrafo que merece comentario, pero me parece el más ilustrativo de la dinámica que se ha instalado en torno al delicado momento que viven el PAN y el mismo gobierno del presidente Calderón, pues supone que nuestros tradicionales electores que nos retiraron su confianza son incapaces de procesar su inconformidad hacia nosotros, o como si esa conducta —reflejada en el fenómeno del voto nulo, que nos afectó más al PAN y al PRD que al PRI— no tuviera nada que ver con el deterioro público de la forma en que hemos ejercido el poder y de las prácticas de manufactura priísta que ya se ponen en juego dentro del partido en muchos estados del país.
Estábamos obligados a acusar recibo, por lo menos, del mensaje de los ciudadanos. Y era el momento más propicio para el proceso de renovación que se abría tras la renuncia de Germán Martínez. Tratar de tapar el sol con un dedo resulta más desesperanzador para muchos panistas que la discusión que se buscó antes de la ratificación del próximo fin de semana.
Mientras Carlos Salinas de Gortari y Ulises Ruiz se pasean campantes por las calles de Oaxaca, en una gráfica insustituible que describe la realidad política que vivimos tras los resultados electorales, entre nosotros se rasgan las vestiduras y desde la pureza del que “nunca” ha expresado sus diferendos ante los medios de comunicación se custodia la imagen del partido.
¿Cuál es la imagen que tienen los ciudadanos hoy del PAN? Ese es el tema. ¿Dónde está nuestro anterior prestigio? ¿Dónde, Juan de Dios, la fuerza moral de nuestra palabra? Nunca en el silencio, y menos en el silenciamiento.
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