El presidente norteamericano Barack Obama rompió la ortodoxia y los estereotipos al reconocer, abierta y sinceramente, que se había equivocado en la selección de sus palabras cuando opinó sobre el incidente en el que un policía blanco de Cambridge, Massachusetts detuvo a un profesor universitario negro; pero más lo hizo cuando invitó a ambos a tomarse una cerveza en la Casa Blanca con él para dialogar sobre el tema.
El incidente se suscitó el 16 de julio, cuando Henry Louis Gates, profesor de Estudios Africanos de la Universidad de Harvard, regresaba a su hogar y al no poder abrir la puerta forzó la cerradura, por lo que una vecina llamó a la Policía pensando que se trataba de un robo; al lugar acudieron los sargentos James Crowley (blanco) y Leon Lashey (negro) y el primero decidió arrestar al profesor por alterar el orden público, a pesar de que demostró que era su domicilio.
Realmente fue un incidente nimio y sin consecuencias, pero que despertó el interés mediático por el debate que provocó en torno a los prejuicios raciales y que el presidente ayudó a enardecer, cuando el miércoles 22 de julio, al responder a la última pregunta de su cuarta conferencia de prensa, señaló que: “La Policía de Cambridge actuó de forma estúpida al detener a alguien cuando ya tenían pruebas de que estaba en su propia casa”.
Ante las críticas, Obama decidió presentarse a la conferencia de prensa semanal que brinda el vocero presidencial, el viernes 24 de julio, reconocer que podía haber “calibrado sus palabras de otra manera” y anunciar que había invitado al profesor y al sargento a tomar una cerveza en la Casa Blanca.
El jueves 30 de julio, a través de Internet y la televisión, se difundieron las imágenes del presidente y el vicepresidente, Joe Biden, tomando unas cervezas en el patio de la Casa Blanca con sus dos invitados. Después de la reunión tanto Crowley como Gates destacaron el ambiente cordial de la reunión y el segundo pidió ver el conflicto como una oportunidad para promover la solidaridad.
La detención era un hecho menor y la intervención presidencial alentó el debate y le dio visibilidad nacional e internacional, pero llama la atención la rápida, heterodoxa y, al menos aparentemente, espontánea reacción del mismo presidente, que incluye el reconocimiento de un error y la interacción directa con dos ciudadanos comunes, más allá de que aparentemente el profesor era su amigo personal.
Es una reacción fresca, desenfadada e inesperada que ayuda a desacralizar y desmitificar la figura presidencial, lo convierte en otro ser humano más, de carne y hueso, con virtudes y defectos y le permite acercarse a sus gobernados, conocer sus inquietudes y comentarios de primera mano, sin intermediarios ni filtros.
El incidente lleva a recordar actuaciones igualmente alejadas de la ortodoxia, los protocolos y las excesivas medidas de seguridad que alejan a los políticos y mandatarios de la ciudadanía. Uno de los más recordados es el homicidio del entonces primer ministro sueco, Olof Palme, que fue asesinado a balazos, el 28 de febrero de 1986, mientras caminaba junto a su esposa por la calle central de Estocolmo, tras salir del cine y sin ningún guardia personal al lado.
Pero también me recuerda una experiencia vivida apenas el lunes 13 de julio pasado, durante el Vigésimo Primer Congreso Mundial de Ciencia Política, en Santiago de Chile, Chile, en el cual participó como conferencista magistral la presidenta de ese país, Michelle Bachelet. La mandataria llegó al recinto donde dio la conferencia acompañada de un par de guardias, que apenas se preocupaban de que tuviera un espacio suficiente para desplazarse, pero más llamó la atención que después de la conferencia se mezcló con los asistentes como otro más.
Obviamente, los mexicanos asistentes al evento comentamos con sorpresa el hecho y el contraste que esto significaba con respecto al protocolo mexicano, en el que la presencia del presidente en un lugar implica trastocar la vida cotidiana de toda la zona, además de la imposibilidad de acercársele si no se es uno de los personajes previamente seleccionados.
Hoy en México las estrictas medidas de seguridad, la rigidez de su protocolo, la ortodoxia y lejanía de su trato, como seres casi inalcanzables, ya no afecta únicamente a los gobernantes, sino incluso a los mismos candidatos a los principales puestos de elección popular.
Toda esta parafernalia y seguridad los aísla totalmente de la ciudadanía, los deja a merced de su círculo de colaboradores cercanos que les filtra información, los llena de halagos, les justifica los malos resultados, los hace vivir en una burbuja artificial y les distorsiona la realidad.
Por eso las actitudes de Obama y Bachelet son refrescantes y estimulantes. Son hechos que, desde luego tienen que ver más con la forma que con el fondo, pero que reflejan la personalidad de un gobernante y, probablemente, hasta su visión y concepción del ejercicio del poder: son seres humanos, de carne y hueso, que disfrutan la botana y la cerveza y conviven desinhibidamente con sus conciudadanos.
México ganaría mucho si sus gobernantes vivieran su vida cotidiana como el común de los mortales y periódicamente compartieran una cerveza con unos cuantos conciudadanos seleccionados al azar, obviamente ajenos a su círculo íntimo. Eso les ayudaría a vivir en carne propia algunos de los problemas nacionales, conocer de viva voz las necesidades y demandas de sus conciudadanos e incrementar su sensibilidad.
El incidente se suscitó el 16 de julio, cuando Henry Louis Gates, profesor de Estudios Africanos de la Universidad de Harvard, regresaba a su hogar y al no poder abrir la puerta forzó la cerradura, por lo que una vecina llamó a la Policía pensando que se trataba de un robo; al lugar acudieron los sargentos James Crowley (blanco) y Leon Lashey (negro) y el primero decidió arrestar al profesor por alterar el orden público, a pesar de que demostró que era su domicilio.
Realmente fue un incidente nimio y sin consecuencias, pero que despertó el interés mediático por el debate que provocó en torno a los prejuicios raciales y que el presidente ayudó a enardecer, cuando el miércoles 22 de julio, al responder a la última pregunta de su cuarta conferencia de prensa, señaló que: “La Policía de Cambridge actuó de forma estúpida al detener a alguien cuando ya tenían pruebas de que estaba en su propia casa”.
Ante las críticas, Obama decidió presentarse a la conferencia de prensa semanal que brinda el vocero presidencial, el viernes 24 de julio, reconocer que podía haber “calibrado sus palabras de otra manera” y anunciar que había invitado al profesor y al sargento a tomar una cerveza en la Casa Blanca.
El jueves 30 de julio, a través de Internet y la televisión, se difundieron las imágenes del presidente y el vicepresidente, Joe Biden, tomando unas cervezas en el patio de la Casa Blanca con sus dos invitados. Después de la reunión tanto Crowley como Gates destacaron el ambiente cordial de la reunión y el segundo pidió ver el conflicto como una oportunidad para promover la solidaridad.
La detención era un hecho menor y la intervención presidencial alentó el debate y le dio visibilidad nacional e internacional, pero llama la atención la rápida, heterodoxa y, al menos aparentemente, espontánea reacción del mismo presidente, que incluye el reconocimiento de un error y la interacción directa con dos ciudadanos comunes, más allá de que aparentemente el profesor era su amigo personal.
Es una reacción fresca, desenfadada e inesperada que ayuda a desacralizar y desmitificar la figura presidencial, lo convierte en otro ser humano más, de carne y hueso, con virtudes y defectos y le permite acercarse a sus gobernados, conocer sus inquietudes y comentarios de primera mano, sin intermediarios ni filtros.
El incidente lleva a recordar actuaciones igualmente alejadas de la ortodoxia, los protocolos y las excesivas medidas de seguridad que alejan a los políticos y mandatarios de la ciudadanía. Uno de los más recordados es el homicidio del entonces primer ministro sueco, Olof Palme, que fue asesinado a balazos, el 28 de febrero de 1986, mientras caminaba junto a su esposa por la calle central de Estocolmo, tras salir del cine y sin ningún guardia personal al lado.
Pero también me recuerda una experiencia vivida apenas el lunes 13 de julio pasado, durante el Vigésimo Primer Congreso Mundial de Ciencia Política, en Santiago de Chile, Chile, en el cual participó como conferencista magistral la presidenta de ese país, Michelle Bachelet. La mandataria llegó al recinto donde dio la conferencia acompañada de un par de guardias, que apenas se preocupaban de que tuviera un espacio suficiente para desplazarse, pero más llamó la atención que después de la conferencia se mezcló con los asistentes como otro más.
Obviamente, los mexicanos asistentes al evento comentamos con sorpresa el hecho y el contraste que esto significaba con respecto al protocolo mexicano, en el que la presencia del presidente en un lugar implica trastocar la vida cotidiana de toda la zona, además de la imposibilidad de acercársele si no se es uno de los personajes previamente seleccionados.
Hoy en México las estrictas medidas de seguridad, la rigidez de su protocolo, la ortodoxia y lejanía de su trato, como seres casi inalcanzables, ya no afecta únicamente a los gobernantes, sino incluso a los mismos candidatos a los principales puestos de elección popular.
Toda esta parafernalia y seguridad los aísla totalmente de la ciudadanía, los deja a merced de su círculo de colaboradores cercanos que les filtra información, los llena de halagos, les justifica los malos resultados, los hace vivir en una burbuja artificial y les distorsiona la realidad.
Por eso las actitudes de Obama y Bachelet son refrescantes y estimulantes. Son hechos que, desde luego tienen que ver más con la forma que con el fondo, pero que reflejan la personalidad de un gobernante y, probablemente, hasta su visión y concepción del ejercicio del poder: son seres humanos, de carne y hueso, que disfrutan la botana y la cerveza y conviven desinhibidamente con sus conciudadanos.
México ganaría mucho si sus gobernantes vivieran su vida cotidiana como el común de los mortales y periódicamente compartieran una cerveza con unos cuantos conciudadanos seleccionados al azar, obviamente ajenos a su círculo íntimo. Eso les ayudaría a vivir en carne propia algunos de los problemas nacionales, conocer de viva voz las necesidades y demandas de sus conciudadanos e incrementar su sensibilidad.
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