domingo, 11 de diciembre de 2011

PARA EMPEZAR A CANTAR

ROLANDO CORDERA CAMPOS

El destape cruzó las filas del PRI y del PRD y coaligados, pero en el PAN se ha optado por esperar tiempos mejores. Con todo y su ausencia en estos primeros tiempos de la carrera presidencial, puede decirse que ésta ha comenzado y que las energías y el talento del mundo político nacional empiezan a desplegarse para alcanzar velocidad de crucero probablemente antes de que los aspirantes o precandidatos se inscriban ante el IFE.
El “¡Arrancan!” es pues para todos. Y qué bueno que así sea. El problema que tenemos ahora es que el presidente Calderón creyó que el banderazo era también para él, y en contraste con lo que ocurre con su partido se fue pal monte y con todo y carrilleras declaró la guerra a los partidos de la oposición, apelando a los peores modos presidencialistas de que se tenga memoria.
Con sus insinuaciones acusatorias, no sustentadas, en torno a la asociación de los políticos y el crimen organizado, el presidente Calderón echa fuego al fuego, pero no para contenerlo sino para avivarlo. La posibilidad del contagio de la política por el narco ha estado con nosotros de tiempo atrás, pero no se puede especular con ella impunemente como lo ha hecho Calderón, y a su alrevesada manera el secretario Saynez. No es un mero prurito jurídico.
No se trata de poner a prueba las libertades de expresión de los gobernantes, como aviesamente arguyera Fox cuando se le cuestionó su intervención en los comicios de 2006. Ni siquiera de poner en entredicho una legitimidad que según el PAN, el Presidente y los poderes de hecho, le otorgaron los votantes.
Esa legitimidad, por cierto, fue cuestionada de inicio por millones de mexicanos que reclamaron un recuento serio de los votos. Ahora puede decirse que sin menoscabo del reclamo original no satisfecho, esa legitimidad de todas formas quedó atrás porque no se vio correspondida por el desempeño del gobierno ni por su apego a las leyes y mandatos políticos que siempre deben acompañarla para asegurar su vigencia.
Es innegable que por la pasiva y, si se quiere, por la dudosa activa que revelan las encuestas, la ciudadanía ha respetado las instituciones fundamentales bajo las cuales se cobijan los gobiernos, incluso los que no han mostrado el debido respeto a las mismas. Esta aceptación tácita, que se vuelve expresa en cada votación local o federal, es lo que nos ha permitido vivir y convivir en medio del fuego, el ruido y la furia desatados por la crisis y esparcidos por toda la geografía nacional por la insensata guerra calderoniana. Es, al final de cuentas, la que nos lleva hoy a imaginar para mañana un buen fin de este embrollo liquidador en el que nos metieron los panistas reconvertidos en guerreros y héroes del peor de los liberalismos, que es el plutocrático.
Lo que ha desatado Calderón no es sólo una querella política que pudiera desembocar en la esfera jurídica. Lo que parece estar detrás de su desmedida fiebre acusatoria es la búsqueda de un deterioro del sistema político en su conjunto, tal vez con la pretensión de imponer, como salida de la crisis inevitable que tal deterioro traería consigo, una suerte de gobierno de salvación nacional que volviera realidad su anterior fantasía de un gobierno de notables en Michoacán. De aquí la necesidad imperiosa de poner en el centro de la atención y del debate la exigencia al Presidente y su gobierno de una responsabilidad política que esté a la altura de un objetivo central e irrenunciable: asegurar la vigencia democrática y por esa vía, y sólo por esa vía, dar curso al relevo presidencial y a una continuidad del Estado que entre ambos, Presidente y colaboradores, han llevado a sus límites de resistencia y flexibilidad.
Si los partidos políticos fueran capaces de montar una suerte de convención nacional virtual y en los hechos y dichos de las legislaturas salientes, que tuviera como fin explícito el aseguramiento de esos cimientos de por sí dañados, el país podría empezar a respirar y prepararse para las obligadas jornadas de reforma del Estado que tiene enfrente. No se avanzará una micra en esa dirección crucial para México si el gobierno se empecina en seguir cantando el Corrido del hijo desobediente, para lo que Calderón ni siquiera pidió permiso.

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