lunes, 5 de diciembre de 2011

POR UNA POLÍTICA DE LA EXIGENCIA

ROLANDO CORDERA CAMPOS

La necesidad de cambiar no debería servir para olvidar que llevamos más de veinte años de promesas de cambio: en la economía o la política, y hasta en la forma de ser y hacer las cosas. Es claro que debe darse un golpe de timón a la escorada nave nacional, pero también lo es que un cambio más sin adjetivos nos puede salir más caro que la democracia fofa, banal, que nos arrojó la alternancia. Junto con un gobierno sin objetivos, lo que hemos tenido es una sistema político sin anclas firmes con la sociedad que lo hace posible y sin capacidad para ampliar y profundizar el espacio público, que es donde se da la deliberación que es indispensable para tener un gobierno basado en la discusión, como los clásicos imaginaron a la democracia que nacía.
El “arrancan” se dio de modo virtual, porque los vericuetos de la ley y los que sus intérpretes han decidido adjudicarle llenaron de bruma la pista; pero arrancaron ya y con fuerza los del PRI y los de la coalición encabezada por Andrés Manuel López Obrador, mientras los panistas deshojan la margarita y prefieren esperar. La expectativa de la política nutre la política de las expectativas y en buena hora, pero es indispensable hacer campo a la memoria y no dar rienda suelta al entusiasmo sin condiciones.
Lo que se necesita más bien es un interés ciudadano sustentado en la curiosidad a la vez que en la memoria, que se traduzca en la exigencia de claridad en el mensaje y el máximo de precisión en la propuesta o el programa. Sin estos atributos elementales, la sociedad asistirá desarmada al torneo de ingenios, malos y buenos, que desde la impunidad decidan facturar los cuarteles generales de los políticos y sus creativos quienes, como recordamos muchos, pueden llenar de veneno el ambiente electoral con genialidades ofensivas como aquella de que AMLO “era un peligro para México”.
No podemos pedir que no se repita la guerra sucia del espot o la malevolencia importada, como en la que cayeron los panistas en 2006. Sí podríamos exigir a los abanderados de los partidos que asuman que los espots, como estrategia de saturación, ofende, y que lo que requerimos son ideas y, si se arriesgan, propuestas sobre lo importante y lo urgente, más que sobre lo que se les ocurra a los improvisados bien pagados que sueñan con manipular la opinión de la gente y apoderarse de la mente del que paga.
Precisión, pero sobre todo claridad y compromiso, es el llamado de la hora. Estas tres virtudes que demandamos de la política y de los políticos deberían articularse por la urgencia de asumir y superar los extremos de desigualdad y pobreza que hoy nos caracterizan como sociedad. Esta sería una condición obligada para encarar y disolver las cumbres de violencia y abuso que se han apoderado del imaginario colectivo y sus conjeturas, y que amenazan con despojar al Estado de los mínimos de credibilidad indispensables para sustentar una legitimidad que ha perdido la memoria de su historia, sin agenciarse de la eficacia necesaria para acompañar una creíble convocatoria de refundación.
De aquí la orfandad política del Estado y la dificultad mayor de los políticos gobernantes y de quienes aspiran a sucederlos, para combinar con eficiencia histórica poder y derecho.
Perdidos en la transición quedamos, cuando un clown mal hecho la convirtió en alternancia. Hoy tenemos que admitir, además, que la gran aventura de la globalización neoliberal tampoco nos liberó de la estrecha y unilateral dependencia externa ni sentó las bases de una sostenida superación de la pobreza y la injusticia social.
Es frente a este cuadrante de ominosa soledad que los aspirantes a gobernar deben definirse y asumir con claridad que de lo que se trata es del gobierno de la gente y no de las cosas. Que los estados tienen que administrar dilemas y no sólo recursos.
El show ha empezado y debemos empeñarnos en que siga. Pero con adjetivos para el desarrollo, reclamos a la democracia y exigencias ciudadanas. Entonces veremos si la política todavía puede desplegar visiones de futuro y cumplir sus promesas de civilidad y diálogo.
Desde esta esquina me uno con entusiasmo al homenaje de la FIL a nuestro querido Chema

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