lunes, 26 de diciembre de 2011

ATAQUE AL LAICISMO

RAÚL CARRANCÁ

La tradición liberal mexicana, que pasa de la Constitución de 1857 a la de Querétaro en 1917, y que en concreto se ha reflejado en los artículos 24 y 130, consagra el Estado laico, la libertad de culto y la separación entre el Estado y las iglesias como pilares de la República, de manera que cualquier afectación a aquellos irrumpe en el espacio de la tradición histórica, política y jurídica de México. En este sentido es muy grave a mi juicio la modificación que a dichos textos quiere hacer la Cámara de Diputados. En efecto, la misma plantea cambios que aunque "a su ver" son respetuosos de su contenido, e incluso enriquecedores de él, en realidad tuercen y lastiman su espíritu. Por ejemplo, se propone que el primer párrafo del artículo 24 diga que "Toda persona tiene derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar, en su caso, la de su agrado". Aparentemente esto es inocuo pero al substituir con tantas palabras, con una afectación innecesaria, lo claro, lo sencillo de la frase "Todo hombre es libre para profesar la creencia religiosa que más le agrade", se filtra la posibilidad de una interpretación tortuosa. De hecho las convicciones éticas y de conciencia pueden ser absolutamente ajenas a la religión. ¿Para qué confundir? Pero lo verdaderamente grave son las siguientes adiciones: "Esta libertad incluye el derecho de participar, individual o colectivamente, tanto en público, como en privado, en las ceremonias, devociones o actos del culto respectivo, siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley"; y "Nadie podrá utilizar los actos públicos de expresión de esta libertad con fines políticos, de proselitismo o de propaganda política". Me explico. En el texto vigente se dice que "Los actos religiosos de culto público se celebrarán ordinariamente en los templos. Los que extraordinariamente se celebren fuera de éstos se sujetarán a la ley reglamentaria". Lo ordinario es lo común, lo habitual, siendo lo extraordinario, en cambio, lo que está fuera del orden o regla natural o común. Sin embargo sucede que la pena por delito o falta sólo se refiere en el texto actual a lo ordinario y no a lo extraordinario, pero la propuesta alude tanto a lo privado (ordinario) como a lo público (extraordinario). La cuestión estriba aquí en que la participación del caso, individual o colectiva, muy difícilmente puede derivar en delito o falta penados por la ley. Y si así se señalara doy por descontado que se alegaría -equivocadamente- una flagrante violación a las convicciones éticas, de conciencia y de religión; en suma, a los derechos humanos. Además en tal contexto causa asombro la innovación de que "nadie podrá utilizar los actos públicos de expresión de esta libertad con fines políticos, de proselitismo o de propaganda política". ¿Ah, no? Calderón en la Basílica y el Papa en México el año entrante, en plena época de elecciones, ¿no son visitas que se han utilizado y utilizarán con esos fines? ¿A quién le quieren tomar el pelo?*
Por ello sostengo que lo que se busca y pretende con la reforma que en breve llegará al Senado de la República es cambiar el sentido y contenido del artículo 24 y, de paso, el del 130 que consagra "el principio histórico de la separación del Estado y las Iglesias". O sea, eliminar de la Constitución la gran tradición liberal mexicana. Pero no es de extrañar, que sí de lamentar, cuando se ha dado la noticia -ya lo dije- de que el Presidente Calderón asistió el domingo pasado a la Basílica de Guadalupe para rezar por la paz (y supongo que por el alma de más de 50.000 muertos, que es aproximadamente el saldo de su guerra contra la delincuencia). Como persona particular lo puede hacer, pero en su calidad de Presidente de la República y jefe de un Estado laico ha desdeñado a millones de mexicanos herederos respetuosos del laicismo y liberalismo que se remontan a la época de oro de la Reforma (¡Benito Juárez!).
*El Papa me merece un gran respeto pero su visita a México en marzo del año entrante tiene, sin duda, repercusiones más allá de lo evangélico y pastoral.

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