lunes, 26 de diciembre de 2011

COMUNICADORES SIN ESCRÚPULOS

ISSA LUNA PLA

Si fuéramos libres todo el tiempo y si tener límite alguno, ni ley ni orden, podríamos defender que incluso seríamos libres de mentir, de agredir y denigrar, de informar a nuestro modo, de darle prioridad a nuestros fondos económicos por encima de nuestros principios y valores. Seríamos sin escrúpulos.
¿Qué libertad es esta que se nos entrega a los comunicadores, a quienes difundimos nuestras ideas y pensamientos, que se nos condiciona al criterio de los otros? Claro que defenderíamos ser libres como los sin escrúpulos, y buscaríamos eliminar las barreras que pretenden amordazar nuestras ocurrencias o que se interponen entre nuestros intereses.
En el mundo de los sin escrúpulos, es posible decidir a criterio personal (o profesional, da igual) la forma en la que se da una noticia; la manera en que se induce a la verdad; presentar la versión de los inconformes y las minorías cuando es rentable económicamente. Porque ser sin escrúpulos es dudar, vivir en el desasosiego, en el recelo. Hay que matar antes de ser matado; huir antes de ser dejado; vencer antes de ser vencido. Los sin escrúpulos prefieren la incertidumbre al orden impuesto. ¿No le pasa lo mismo a los gobernantes dictadores? Vamos, que le puede pasar a cualquiera, hasta a los conductores de noticias más famosos.
He escuchado a personas que trabajan en los monopolios televisivos de México asegurar que su trabajo, el de entretener, es un ejercicio puro de la libertad de expresión. Ese arte eficaz para aturdir, para introducir y reproducir prejuicios y valores discriminatorios, o sea, de hacer telenovelas, programas del corazón y de chismes y exhibir la vida privada de las personas, y más aún, la opinión que los periodistas tienen sobre esa vida privada; que todo ello no es otra cosa más que libertad de expresión pura y dura.
Incluso, hace algunos años, los sin escrúpulos aplicaron una encuesta a la audiencia en general para conocer sus preferencias de consumo de noticias. La sorpresa que se llevaron fue encantadora: los televidentes veían los noticieros para entretenerse. Entonces a los payasos, los reporteros estrella, la mujer más gorda del mundo, y los gatos que pueden pararse de cabeza, también son libertad de expresión, porque caben en dentro de los noticieros. - ¡Qué felicidad! Se acabaron los espacios donde los otros nos decían qué hacer-, pensaron los sin escrúpulos, sintiéndose libres y burlándose al fin.
La tendencia se expandió hacia el radio. Un día un sin escrúpulos que acostumbraba a navegar con bandera de populista crítico, sintiéndose libre como de costumbre y apoyado por su audiencia, consideró pertinente seguir sus propios instintos en su programa de noticias. Ese día estaba decidido; actuaría conforme a lo que sus escrúpulos dictaran y si a alguien no le parecía, entonces vería la forma de capotear las críticas y de salir ganador. Claro, esto no lo hubiera hecho si no fuera porque ese día, algo lo motivó.
Todo parecía como un día normal en su profesión de periodista, de comunicador, de persona privilegiada para ejercer su libertad de expresión puramente. Pero ese día, algo increíble sucedió, algo inesperado o más bien, impredecible. Algo que le hizo entrar en un estado de conciencia fugaz pero trascendente. Después de ese suceso, supo que nunca sería igual.
Entonces pensó que ya estaba cansado de los límites y las reglas; de perderse de los billetes, de las influencias y del poder dentro de la empresa; que ya era suficiente de hacerse el héroe. Habían llegado los tiempos de sobrevivir. Además ya estaba viejo y tenía que asegurarse una vida digna de esa reputación que con tanto trabajo labró. Meditó: ¿qué es valioso para los comunicadores sin escrúpulos? Lo primero es cambiar el sistema de valores con el que la sociedad pretende vivir. Es fácil. Sólo hay que pensar que la vida es corta, que el poder nos hace fuertes y que por desgracia, sólo algunos privilegiados lo obtienen.
Así que, cuando un periodista sin escrúpulos recibe críticas, las desaíra o las ignora, porque sabe que provienen de los pobres envidiosos con complejo de héroes libertadores. Cuando a un sin escrúpulos se le exigen cuentas o responsabilidad sobre las aberraciones que dice al aire, o que permite en su programa, se actúa con aparente seguridad al responder: -Nada, yo ejercía mi libertad de expresión solamente, este es mi criterio editorial para llevar al público la verdad plural-. Así, las cosas funcionaron bien, y este periodista se sintió muy satisfecho de formar parte de los sin escrúpulos privilegiados.
Sin más religiosidad, los sin escrúpulos se pasean por las cadenas de televisión y la radio en México. Listos y bien peinados en estas épocas de bonanza electoral. Después de todo, con los salarios que les pagan a los periodistas no alcanza para vestir la fama que uno enviste. Y los otros, los no privilegiados, pensaron al mirarlos: -Y tanto que costó que a los periodistas en este país se les tratara con dignidad, que se les entregara un premio ciudadano de periodismo y que la sociedad pudiera devolverles un poco de lo que hacen por nuestra libertad de información.

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