domingo, 11 de diciembre de 2011

DEFENSORÍA DE AUDIENCIA: RETOS Y DILEMAS

ERNESTO VILLANUEVA

Parece que vamos de mal en peor. Los contenidos programáticos de una parte no menor de la radio y la televisión son efectistas, monumentos a la deformación del lenguaje y al escape psicológico de la realidad. No todo está perdido. Es difícil, pero no imposible, transformar lo que hoy es moneda de uso corriente. Veamos.
Primero. El consumo inercial de medios y la consiguiente anorexia cognitiva que prima en la sociedad mexicana son un problema endémico. ¿Cómo saber qué es información y programación de calidad y qué no lo es? El estado de la cuestión en México no puede ser más preocupante. Los sistemas de educación preescolar, básica y media superior han privilegiado el desarrollo de técnicas y habilidades para el mercado, dejando de lado en buena medida los aspectos cualitativos para ejercer a plenitud el sentido de ciudadanía. Existe un círculo vicioso que afecta a la sociedad: No se reforman los planes educativos porque no se ha producido conocimiento científico suficiente para socializarlo y no se ha producido conocimiento científico suficiente para socializarlo porque no se reforman los planes educativos.
Segunda. En las escuelas de comunicación del país las materias de ética y legislación siguen siendo la excepción a la regla general. Es evidente que no por enseñar ética informativa el problema se resuelve; sí, al menos, se le ofrecen elementos al comunicador para que sepa qué es éticamente correcto y qué no lo es. La responsabilidad social es mayor en los medios electrónicos, pero la respuesta frecuentemente no es proporcional a la requerida por la sociedad. Las resistencias a los contenidos éticos en los medios electrónicos acaso en el fondo se expliquen por la máxima del pragmatismo aséptico: Buscar el mayor beneficio empresarial al menor costo posible. Las energías y esfuerzos desde las empresas radiofónicas y televisivas con bastante frecuencia van dirigidos a elaborar sofismas como discursos argumentales para justificar su negativa a adoptar contenidos éticos. Hay un círculo vicioso: No hay mejor programación porque la sociedad no la pide y la sociedad no la pide porque no sabe que hay una mejor programación. Reitero mi convicción de que frente a la discusión sobre si debe el poder público, mediante una ley positiva, regular con exhaustividad los contenidos programáticos, mi respuesta es en sentido negativo, en virtud de que la legislación está destinada en este campo específico a delimitar los alcances constitucionales de las libertades de expresión e información, que son el respeto a la vida privada, la paz y el orden público. No debe ser mediante una ley positiva como se pueda construir una programación con contenidos de calidad, por las innumerables posibilidades de incurrir en ejercicios de censura. De la misma manera, creo que de cara al argumento según el cual el televidente y el radioescucha tienen en sus manos la decisión de ver o no ver determinados programas mediante la opción de apagar el aparato televisor, habría que decir que se trata en realidad de un sofisma sobre la base de los siguientes razonamientos: a) el producto televisivo y radiofónico carece, de entrada, de la obligación de cubrir con las normas de calidad que en los productos comerciales ha establecido la Secretaría de Economía, sin cuyo cumplimiento no pueden ser comercializados al público; b) el producto televisivo y radiofónico, a diferencia de los demás productos comerciales, carece de garantía, razón por la cual no puede ser sustituido ni compensado de otra forma; c) el producto televisivo y radiofónico se encuentra dentro de la casa y el televidente y/o el radioescucha debe aceptar, de mejor o peor manera, los contenidos que unilateralmente le son proporcionados, toda vez que –particularmente para la base de la pirámide social– la decisión de apagar o no el televisor o el radio es tanto como decidir entre tener teléfono o no tenerlo.
Tercera. El hecho de que cada vez más medios que viven con cargo al erario cuenten con códigos de ética no es ocioso. La existencia de códigos permite a la audiencia constatar que la ética en los medios electrónicos es una práctica posible porque ubican al público como el eje central sobre el que gira su actuación y permite contar con parámetros para saber qué puede ser una programación de calidad y qué no lo es. La autorregulación y una de sus expresiones, la figura de la Defensoría de la Audiencia en México, juega un papel adicional al que desempeñan figuras similares en otros países. Ello es explicable porque no hay una cultura mínima de educación mediática. La Defensoría, además de desempeñar tareas propias de resolver controversias por eventuales incumplimientos éticos, debe llevar a cabo acciones de promoción de audiencias críticas. En el país debe llenar, por lo menos de manera provisional, los vacíos del sistema educativo y convertirse en un mecanismo remedial para dotar a la comunidad de herramientas para que evalúe con los mayores elementos de juicio qué ve, escucha o lee. Las Defensorías representan un segundo paso en la edificación de una cultura mediática después de la existencia sólo de códigos de ética. A menor desarrollo cultural se requiere de mayores órganos garantes para asegurar una mínima observancia de la norma. Otras vías son los consejos editoriales y/o consultivos que han funcionado de manera desigual. En Cofetel, por ejemplo, opera razonablemente bien por la independencia y prestigio de sus miembros. En Notimex, de cuyo consejo formo parte, debo decir por desgracia que sucede lo contrario. Salvo excepciones, la política del “pise usted” no es ajena a sus modos de expresión; de ahí la opacidad por la que se han pronunciado casi todos sus integrantes para no rendir cuenta de sus actuaciones. En suma, la calidad depende de normas y personas, más quizá de las segundas que de las primeras

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