CIRO MURAYAMA RENDÓN
A contracorriente de la mofa y el escarnio cuasi generalizados que suscitó el error de la hija del precandidato presidencial del PRI al retuitear un mensaje de pésimo gusto, a mi entender el episodio es revelador de dos desagradables procesos que vienen erosionando la calidad de la vida y el debate políticos.
Uno es la incapacidad de cada vez más políticos para separar las esferas pública y privada de sus actividades, de confundir a sus familias con sus equipos y plataformas mercadológicas. El segundo es la extendida noción de que, con tal de proporcionar un descontón a algún actor, todo se vale y que la autocensura —ese ingrediente indispensable de la conducta civilizada— es una antigualla.
En el primer caso no se repara en que el twitter de Paulina Peña corrió como reguero de pólvora (en su contra) porque desde hace tiempo ella es conocida por ser hija de quien es, por supuesto, pero sobre todo porque el propio Peña Nieto se ha empeñado en hacer de su familia parte de su imagen, marca e identidad políticas: exhibe a sus hijos y esposa en actos públicos, promueve que eventos privados —como su boda— tengan amplia difusión mediática. Así, quien expuso a Paulina para que fuera un personaje de conocimiento público y luego blanco de ataques políticos fue el propio Peña.
Ésta es una muestra del “agringamiento” pedestre de nuestra vida política, que consiste en la imitación de prácticas de la con frecuencia banalizada, mediatizada e hipócrita conducta política de Estados Unidos, donde importan no las palabras y acciones de los actores políticos sino sus “virtudes” privadas: buen padre (madre) de familia, abnegado religioso, amante de los animales (aunque luego el personaje sea capaz de iniciar una guerra violando toda la legalidad internacional).
En esta ocasión la reticencia e incapacidad de Peña para diferenciar vida política de vida privada y familiar resultó lastimosa para su hija, centro de burla y reprobación general. En otras ocasiones, el no dejar a la familia a bien resguardo de la actividad política ha dañado a las tareas públicas, como ocurrió el sexenio pasado con la intromisión de la esposa de Vicente Fox en asuntos que eran en exclusiva responsabilidad de quien había sido electo para un cargo público y no de su cónyuge.
Un político debe ser exigido y cuestionado por su trayectoria, dichos y hechos en la arena pública. En su vida privada sigue siendo un simple mortal, así debe entenderse a sí mismo y ser entendido por los demás. Por supuesto, tiene derecho a la privacidad y lo tiene su familia. El político que rompe ese código, que revuelve los asuntos públicos con los de carácter particular, compromete su responsabilidad pública o a su familia o a ambas, y en ningún caso la calidad de la democracia o del debate público salen fortalecidos.
El otro tema desagradable a propósito del lamentable tuit de Paulina Peña es que quienes la fustigaron y enjuiciaron de forma exprés en el tribunal de la opinión pública, no repararon en que el blanco de sus ataques era una menor de edad. Cualquier actor político, por muy adversario de Peña que sea, y cualquier comentarista, por mucho que se precie de mordaz, debió pensarlo dos veces —si algo guardara de decencia— antes de hacer del error de una menor de edad el pretexto para arremeter contra su padre. Pero esa es la altura de nuestro debate.
¿No sería natural que los dichos, tuits y mails, por desafortunados que resulten, viniendo de menores de edad, sean hijos de quien sean, permanecieran como niñerías ajenas al debate político-electoral del que deberían participar sólo los ciudadanos, es decir, aquellos que —al menos legalmente— han dejado de ser menores de edad? Pero eso también se nos ha perdido en el camino hacia esta selva de liberalismo ramplón sin ética y moral donde todo se vale: desde usar a los hijos propios como instrumento de marketing hasta usar a los hijos ajenos como punching-bag mediático.
PD: una mujer llama al radio para dañar la carrera pública del ex esposo y el medio se presta al juego y lo reproduce. Más de lo mismo
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