ANA LAURA MAGALONI
Sin lugar a dudas, el 2011 nos haría pensar que el mundo es cada vez más violento e inestable y que se vuelve cada vez más complicado imaginar escenarios de paz y tranquilidad a nivel mundial
2011 ha sido un año convulsionado y complejo a nivel nacional e internacional. Comenzando por las revueltas en Medio Oriente y el Norte de África, que dieron lugar al derrocamiento de los gobiernos autoritarios de Mubarak en Egipto y Gadafi en Libia. Las secuelas de dichos movimientos sociales se siguen observando en países como Argelia, Túnez, Siria, Jordania, entre otros. También, durante el 2011, hubo protestas sociales en Europa producto de la crisis económica de la región. Londres tuvo varios días de revueltas, en donde se incendiaron coches y edificios y se saquearon miles de comercios. En México, la crisis de seguridad, con sus más de 50 mil muertos en cinco años, hizo que miles de víctimas alzaran la voz reclamando justicia para sus muertos y desaparecidos. La ola de violencia continúa sin que nadie sepa bien cómo frenarla. Sin lugar a dudas, el 2011 nos haría pensar que el mundo es cada vez más violento e inestable y que se vuelve cada vez más complicado imaginar escenarios de paz y tranquilidad a nivel mundial.
Sin embargo, para tomar perspectiva y tener optimismo respecto de lo que los seres humanos somos capaces de hacer como colectividad vale la pena leer el libro de Steven Pinker, The Better Angels of Our Nature: Why Violence Has Delcined. El argumento central de Pinker es que en la historia de la humanidad la violencia ha estado siempre presente, pero ésta, a pesar de lo que vemos todos los días en las noticias, ha venido disminuyendo a lo largo tiempo, tanto en términos cuantitativos como cualitativos. Es decir, los seres humanos somos cada vez menos violentos. Para demostrarlo analiza empíricamente el fenómeno: las guerras tribales fueron nueve veces más mortíferas que los genocidios del siglo XX, la tasa de homicidios en la Europa medieval fue 30 veces mayor que la tasa de homicidios de esa región hoy en día. Las guerras son menos mortíferas de lo que eran hace algunas décadas. Violaciones, crímenes de odio, abuso de niños, muertos en revueltas sociales, crueldad a los animales, castigos inhumanos son fenómenos que han venido disminuyendo drásticamente a lo largo de la historia de la humanidad. La pregunta que intenta responder el profesor de Harvard es por qué. Es decir, si la naturaleza humana no ha cambiado, ¿por qué somos cada vez menos violentos?
Pinker argumenta que para entender la violencia y su disminución hay que comprender la forma en que opera nuestro cerebro. En las últimas décadas, la neurociencia ha comenzado a descifrar esta enigmática "caja negra" que todos tenemos. Sin duda, la parte más interesante del libro de Pinker tiene que ver con el análisis de los descubrimientos más relevantes de cómo está "cableado" nuestro cerebro para la violencia. Es imposible resumir en este espacio las más de 300 páginas dedicadas sólo a explicar cómo funciona el "circuito de la furia" en el cerebro y qué lo activa, así como los factores químicos y mentales que nos hacen empáticos y refrenan nuestros impulsos violentos. Sin embargo, en un resumen demasiado apretado, Pinker, haciendo referencia a los más importantes estudios de neurobiología y de neurociencia, sostiene que existen cinco raíces de la violencia: la violencia predatoria, la violencia que busca marcar dominio y superioridad, la violencia producto de la venganza, la violencia sádica o el placer de lastimar y, finalmente, la violencia producto de la ideología. Estos serían nuestros demonios y todos los seres humanos tenemos posibilidad de encarnar cada uno de ellos. Por lo que respecta a nuestra capacidad de conectar con otros seres humanos e inhibir nuestros impulsos violentos se encuentra nuestra capacidad de empatía, de autocontrol, nuestro sentido moral y de justicia y nuestra razón. Estos también son atributos de toda mente humana. Según Pinker, el proceso "civilizatorio" en el aspecto social, cultural y de condiciones materiales ha permitido que nuestros ángeles vayan prevaleciendo, poco a poco, sobre nuestros demonios. Ello no significa que el proceso haya sido lineal ni que no puedan existir retrocesos.
Sin embargo, para terminar este 2011, me gustaría desear que el año que comienza sea un año en que los que habitamos este país dejemos a nuestros demonios en la caja y asumamos la responsabilidad de que aflore, en nuestra vida personal y colectiva, nuestra enorme capacidad de empatía, de autocontrol, de razón, de sentido moral y de justicia. Puede sonar un deseo romántico y poco viable, sin embargo, siguiendo a Pinker, éstas son capacidades que están en nuestros circuitos cerebrales y que gracias a ellas ha sido posible que la especie humana habite este planeta hasta el día de hoy. ¡Feliz 2012!
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