lunes, 5 de diciembre de 2011

EL REGRESO DEL PASADO

ARNALDO CÓRDOVA

El acto partidista en el que Enrique Peña Nieto registró su precandidatura rumbo a la elección presidencial del próximo año sugirió a la gran mayoría de quienes hicieron la crónica del evento la imagen del regreso del viejo dinosaurio priísta, con sus aditamentos infaltables como el acarreo (se pudieron distinguir, en particular, los contingentes mexiquenses y veracruzanos), las tortas, los refrescos y las matracas. Al día siguiente, el propio Peña Nieto quiso aclarar que todo ello era falso y que las viejas prácticas de su partido no se dieron. Acusó a la oposición de estar, con eso mismo, cuestionando la democracia de México.
Al futuro candidato priísta no se le dan las luces. Para él, a lo que parece, la democracia se da, justamente, con el acarreo y el reparto de tortas; por lo demás, resulta curioso que hable de oposición para referirse a sus contrincantes, seguramente pensando en que ya tiene el poder en la mano o que, en todo caso, él forma parte del poder real y los otros están fuera. El dice que la actitud de esa oposición no le extraña. A “la oposición –dijo– le ha dado por hablar, señalar y criticar mucho últimamente al PRI, seguramente porque algo ha de preocuparles [sic]” (Reforma, 29.11.2011).
La vuelta al pasado a los priístas se les da como fruto de su formación política y de su horizonte ideológico. El acarreo de mexiquenses y veracruzanos no pudo ocultar que esa vuelta al pasado, por más que ellos se esfuercen, tendrá que ser otra cosa, inédita para ellos porque, pese a que es su tendencia natural, ya no tienen la fuerza de otros días. Fue claro que los sectores, cuyas masas enmarcaban antes el lanzamiento de sus candidatos presidenciales, ahora estuvieron ausentes y sólo algunos de sus líderes se hicieron presentes en la verbena. Eso hace más vistoso todavía el acarreo.
Ya veremos cómo en el futuro la historia tenderá a repetirse hasta el final. Sólo veremos acarreos y menguados sustitutos de las viejas movilizaciones corporativistas. Tal vez Peña Nieto es consciente de eso. Y por ello su afán de presentarse como un prospecto de nuevo cuño, cosa que le falla continuamente porque, por su modo de pujar en la contienda por el poder, se revela siempre como el priísta tradicional que es y que no puede ser de otra forma. Una oposición unificada lo aterroriza, de ahí su afán por imponer coaliciones con las que los priístas se sienten inconformes.
El discurso de Peña Nieto en el acto fue típico de él, emblemático. Totalmente vacío de contenido, acartonado y de muy pobre oratoria. En las seis cuartillas que leyó no enunció ni una sola idea programática (se remitió a un documento que anteriormente había presentado a la Fundación Colosio) ni tampoco una definición clara de lo que será su campaña. Abundante, desde luego, en consignas partidistas (“… el mejor partido de México: el Partido Revolucionario Institucional”; “… el PRI está más vivo que nunca”; el PRI es un partido plural y diverso; hoy el PRI es un partido que participa en democracia de forma responsable; somos un partido preparado para competir y ganar en la democracia, y así por el estilo).
Enunció, eso sí, tres compromisos que no son otra cosa que fórmulas vacuas y melladas. Primero cuidaré en todo momento la unidad de nuestro partido; mi segundo compromiso es privilegiar las ideas, propuestas y compromisos. No caeremos en las provocaciones de nuestros opositores; mi tercer compromiso es hacer que las causas de México sean las causas del PRI. La unidad del partido se ve como la que se da en torno suyo; saludó la decisión de Beltrones, pero éste no se presentó al acto. Él sólo va a privilegiar las ideas que se acomoden a sus intereses, lo que no es censurable, pero se da en clave antioposicionista. El último es tan vago que casi no tiene sentido.
Peña Nieto apuesta todas sus cartas, al parecer, a una idea que tiene varios componentes: por un lado, parte del hecho de que los gobiernos panistas (nunca hace referencias puntuales, pero está claro que no se refiere a los pasados priístas) han fracasado en toda la línea como opción de gobierno y que ya no tienen nada que ofrecer. Por otro lado, sugiere que a esa opción naufragada debe corresponder otra en el espectro de la política mexicana que no puede ser el extremismo y la demagogia de la izquierda. Queda sólo la opción que representa el PRI. Por supuesto que nunca es autocrítico y no ve defecto alguno en el desempeño de los gobiernos priístas (en este sentido su referente no son los pasados regímenes presidenciales, sino los gobiernos de los estados).
Ello no obstante, el próximo candidato priísta sabe muy bien, aunque nunca lo confiese en público, que su camino hacia la Presidencia de la República está sembrado de peligros que lo podrían llevar a la derrota. Desde luego, tales peligros no pueden provenir del panismo, con el cual él sabe que a final de cuentas se va a entender (eso debe haberlo aprendido de Salinas, que muchos piensan que está detrás de él). Ya hizo decir, si bien lleno de chocarrería, al presidente del PRI, Humberto Moreira, que el verdadero contrincante al que los priístas se van a enfrentar es López Obrador.
Que con los panistas tarde o temprano se van a entender lo demuestra el hecho de que horas después de su registro los diputados priístas anunciaron que en esta misma semana harían todo lo posible por sacar avante la iniciativa de ley sobre las asociaciones público privadas que Calderón presentó el 10 de noviembre de 2009 y que en su momento fue discutida y puesta en entredicho. Se trata de un proyecto panista, pero también de un proyecto que Peña Nieto ha acogido con entusiasmo, como el conducto adecuado para entregar al sector privado el desarrollo de la obra pública, en particular, de la industria petrolera, sobre lo que el priísta ya se ha declarado.
En su reciente libro, México. La gran esperanza, Peña propone la idea de la que ha hecho su emblema y que como subtítulo formula así: Un Estado eficaz para una democracia de resultados. Para él, esa transición que se anunciaba con la llegada de los panistas a Los Pinos ha sido una transición incompleta y, como prueba, ofrece el hecho de que las llamadas reformas estructurales no se han podido realizar por la ineficacia de los gobiernos blanquiazules. No discute para nada el hecho de que en los mismos rubros los últimos tres gobiernos priístas (1982-2000) fueron de fracaso en fracaso y de que, incluso lo que consideraron como grandes expectativas de desarrollo, por ejemplo el Tratado de Libre Comercio, fallaron de igual o peor manera.
El hecho de que Peña Nieto pregone que, gracias al gobierno del PRI, México logró sus grandes transformaciones en el siglo XX y éstas dejaron de darse con los gobiernos panistas y pese a que también repite, una y otra vez, que hay que buscar nuevos métodos y nuevas políticas, al final lo que muestra es una clara tendencia a negar el poco o mucho desarrollo democrático del país. La democracia, para él, es en gran parte responsable de los fracasos de gobierno. Por lo mismo, también, desea un Estado dotado de la capacidad de gobierno, lo que implicará (lo ha dicho muchas veces) acotar y restringir el juego democrático. Eso es una vuelta al pasado, por mucho que la adorne y la reformule.

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