
La presidencia de Calderón desde hace tiempo ha llegado a su fin político. La jornada electoral del 5 de julio demostró el gran rechazo de la población al PAN y al gobierno de Calderón. Las razones son diversas: el cuestionamiento a la legitimidad de origen de su gobierno, su incapacidad para generar empleos y seguridad a los ciudadanos, la falta de flexibilidad para modificar el modelo económico neoliberal, la ineficiencia y mediocridad en todas las áreas del gobierno federal, el fracaso en el combate al crimen organizado, el fortalecimiento paulatino de los poderes fácticos, entre otras causas y tropiezos.
El gobierno calderonista no puede más y, el contexto nacional que se avecina, no es nada halagüeño. Calderón echará mano de medidas antipopulares que implicarán la carestía y el agravamiento en el poder adquisitivo de las personas o, buscará fuentes de endeudamiento externo que pondrán en riesgo la viabilidad del Estado. Es un gobierno fracasado y sin capacidad de maniobra.
La solución política evidente ante este empantanamiento económico, político y social, implica la renuncia de Calderón. Es una medida extrema pero obligada ante circunstancias extraordinarias. Es seguro, que en los próximos meses se hable cada vez más de esta solución para que la sociedad mexicana recobre la esperanza.
Es verdad que el presidente sustituto podría no ser de la izquierda, pero el cambio en sí mismo, constituye una salida a una crisis generada por los poderes fácticos y los defensores del status quo, que no han querido entender que la transformación que México necesita pasa por la modificación de las actuales estructuras e instituciones políticas, sociales y económicas. No puede ser un cambio cosmético, se trata de la implantación de una realidad totalmente distinta a la actual para gozar de soberanía, libertad e igualdad.
Nuestro país no puede seguir gobernado como hasta ahora. Se precisa arribar a la democracia, al Estado del Derecho y, a un modelo económico orientado a garantizar los derechos sociales de los mexicanos.
El gobierno calderonista no puede más y, el contexto nacional que se avecina, no es nada halagüeño. Calderón echará mano de medidas antipopulares que implicarán la carestía y el agravamiento en el poder adquisitivo de las personas o, buscará fuentes de endeudamiento externo que pondrán en riesgo la viabilidad del Estado. Es un gobierno fracasado y sin capacidad de maniobra.
La solución política evidente ante este empantanamiento económico, político y social, implica la renuncia de Calderón. Es una medida extrema pero obligada ante circunstancias extraordinarias. Es seguro, que en los próximos meses se hable cada vez más de esta solución para que la sociedad mexicana recobre la esperanza.
Es verdad que el presidente sustituto podría no ser de la izquierda, pero el cambio en sí mismo, constituye una salida a una crisis generada por los poderes fácticos y los defensores del status quo, que no han querido entender que la transformación que México necesita pasa por la modificación de las actuales estructuras e instituciones políticas, sociales y económicas. No puede ser un cambio cosmético, se trata de la implantación de una realidad totalmente distinta a la actual para gozar de soberanía, libertad e igualdad.
Nuestro país no puede seguir gobernado como hasta ahora. Se precisa arribar a la democracia, al Estado del Derecho y, a un modelo económico orientado a garantizar los derechos sociales de los mexicanos.
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