El Ejecutivo parece decidido a confirmar una célebre frase de los surrealistas: “el pensamiento nace en la boca”. Cada declaración se contradice con la anterior y ninguna es fruto de una reflexión serena. En tres días del seminario “Diálogo por la seguridad” transitó de una insólita apertura a las críticas que le formularon a una reafirmación mecánica de las estrategias fracasadas, para rematar en una andanada elemental contra “los políticos” que resisten a embarcarse en una aventura cuya fragilidad él mismo reconoce.
Sorprendió su afirmación del primer día: “el debate sobre la regulación de las drogas es medular y debe darse en la pluralidad democrática”. Admitió las fallas de la comunicación oficial: “no hemos sabido explicar qué estamos haciendo y por qué lo estamos haciendo”. Reconoció que “no se han generado los resultados deseables” y aceptó argumentos sobre la urgencia de estructurar una “plan B”, la equiparación a la legislación estadounidense sobre la legalización de la mariguana y el acento en el control de las operaciones financieras.
El segundo día reaccionó con virulencia a los juicios que le espetaron: “se está actuando en un vacío jurídico, muy peligroso para el país” y “apresuró usted la guerra sin un análisis y diagnóstico certeros para que ésta no nos atrapara”. Mauricio Merino lo llamó a proceder con “honestidad de Estado, para sacar este tema de la pelea electoral”. Acto seguido, Calderón comenzó a acantonarse en el rito auto defensivo: “cuando la gente es víctima de la violencia, créame que no hay mucho tiempo para la reflexión y el análisis”.
Al tercer día resucitó, con el concurso de la Iglesia, después de que un obispo lo había censurado severamente. Confundió a la sociedad civil con los clérigos y los invitó a “denunciar los vínculos de gobernadores, alcaldes y jueces con el crimen” ¿a violar el secreto de confesión? La cereza sobre la promiscuidad: se dijo interesado en “reclutar en la Policía Federal a los integrantes de las iglesias”, porque son “gente con valores trascendentales”. Cristeros uniformados: un himno a la laicidad de la República.
Desde el refugio de la curia, apostrofó contra los partidos que han “ignorado sus llamados para construir una política nacional sobre seguridad”, cuando no ofrece alternativas. En olvido además de que encabeza un gobierno de ridícula minoría, a partir de que estallaron sus complicidades con el PRI. Se indigna porque su iniciativa de reforma política no prospera en el Congreso cuando nunca intentó consensuarla. Otra vez la cantaleta foxista: “quítale el freno al cambio”.
En el trasfondo: una realidad cada día más despiadada. Conciencia universal de una derrota del gobierno en todos los órdenes. Estudios irrefutables que revelan “hoyos negros” en las diversas esferas del problema: fortalecimiento de las instituciones de seguridad, disminución del consumo de drogas, desarticulación de las organizaciones criminales y reducción de la mortandad mediante la recuperación de los espacios públicos y el ejercicio de la soberanía sobre el territorio.
El procurador asienta que “la violencia sigue creciendo” y acepta que “la lucha entre el Estado y las organizaciones criminales generó una contra reacción hacia la autoridad”. Reconoce que el aumento de la criminalidad no es un fenómeno social, sino que proviene de las políticas públicas adoptadas. Ignora no obstante los lazos de corrupción determinantes entre los más altos niveles de la política y el negocio de la droga.
Los decomisos de armas y vehículos y la detención o muerte de los capos no han disminuido los asesinatos y el número de usuarios ha crecido en un millón de personas en seis años. El recuento de los muertos publicitado por el Cisen asciende a 28 mil. En proyección, tendríamos que sufrir 12 mil más en los que resta de la administración. Una danza macabra que el país no absorbería. ¿Hasta cuando dejaremos que abusen de nuestra paciencia?
Sorprendió su afirmación del primer día: “el debate sobre la regulación de las drogas es medular y debe darse en la pluralidad democrática”. Admitió las fallas de la comunicación oficial: “no hemos sabido explicar qué estamos haciendo y por qué lo estamos haciendo”. Reconoció que “no se han generado los resultados deseables” y aceptó argumentos sobre la urgencia de estructurar una “plan B”, la equiparación a la legislación estadounidense sobre la legalización de la mariguana y el acento en el control de las operaciones financieras.
El segundo día reaccionó con virulencia a los juicios que le espetaron: “se está actuando en un vacío jurídico, muy peligroso para el país” y “apresuró usted la guerra sin un análisis y diagnóstico certeros para que ésta no nos atrapara”. Mauricio Merino lo llamó a proceder con “honestidad de Estado, para sacar este tema de la pelea electoral”. Acto seguido, Calderón comenzó a acantonarse en el rito auto defensivo: “cuando la gente es víctima de la violencia, créame que no hay mucho tiempo para la reflexión y el análisis”.
Al tercer día resucitó, con el concurso de la Iglesia, después de que un obispo lo había censurado severamente. Confundió a la sociedad civil con los clérigos y los invitó a “denunciar los vínculos de gobernadores, alcaldes y jueces con el crimen” ¿a violar el secreto de confesión? La cereza sobre la promiscuidad: se dijo interesado en “reclutar en la Policía Federal a los integrantes de las iglesias”, porque son “gente con valores trascendentales”. Cristeros uniformados: un himno a la laicidad de la República.
Desde el refugio de la curia, apostrofó contra los partidos que han “ignorado sus llamados para construir una política nacional sobre seguridad”, cuando no ofrece alternativas. En olvido además de que encabeza un gobierno de ridícula minoría, a partir de que estallaron sus complicidades con el PRI. Se indigna porque su iniciativa de reforma política no prospera en el Congreso cuando nunca intentó consensuarla. Otra vez la cantaleta foxista: “quítale el freno al cambio”.
En el trasfondo: una realidad cada día más despiadada. Conciencia universal de una derrota del gobierno en todos los órdenes. Estudios irrefutables que revelan “hoyos negros” en las diversas esferas del problema: fortalecimiento de las instituciones de seguridad, disminución del consumo de drogas, desarticulación de las organizaciones criminales y reducción de la mortandad mediante la recuperación de los espacios públicos y el ejercicio de la soberanía sobre el territorio.
El procurador asienta que “la violencia sigue creciendo” y acepta que “la lucha entre el Estado y las organizaciones criminales generó una contra reacción hacia la autoridad”. Reconoce que el aumento de la criminalidad no es un fenómeno social, sino que proviene de las políticas públicas adoptadas. Ignora no obstante los lazos de corrupción determinantes entre los más altos niveles de la política y el negocio de la droga.
Los decomisos de armas y vehículos y la detención o muerte de los capos no han disminuido los asesinatos y el número de usuarios ha crecido en un millón de personas en seis años. El recuento de los muertos publicitado por el Cisen asciende a 28 mil. En proyección, tendríamos que sufrir 12 mil más en los que resta de la administración. Una danza macabra que el país no absorbería. ¿Hasta cuando dejaremos que abusen de nuestra paciencia?
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