La disputa por la presidencia de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados anticipa, más allá de cuál sea la solución que se encuentre, un ríspido periodo de sesiones. Es difícil sorprenderse. Los actores políticos han alineado, de manera más que anticipada, todo su accionar a la sucesión presidencial. Cuando aún no se rinde el IV Informe de Gobierno, nadie parece dejar de pensar en los comicios presidenciales de 2012. Los ánimos de cooperación ciertamente se ven mermados. Pero, además, los costos políticos de las alianzas electorales en los recientes comicios locales ya se empiezan a concretar. El pragmatismo en las elecciones según el cual el mejor candidato posible para frenar al PRI es el priista más recientemente agraviado, ya acusa reacciones. Difícil que fuera de otro modo. Así, el ríspido periodo que se avecina, para algunos confirmará la necesidad de revisar un diseño político que, al no ofrecer mayorías parlamentarias estables, genera una indeseable parálisis de gobierno. Bienvenido sea el debate. Pero conviene separar los diversos niveles del problema. En primer lugar, más allá del diseño institucional en el que se habite, parece de sentido común que, si una fuerza política, en este caso la del partido en el gobierno, muda sus afectos políticos a la mitad de su gestión, esta operación tendrá reacciones. No se puede esperar que se sostengan compromisos y acuerdos cuando el trato y las prioridades políticas del antiguo aliado apuntan hacia otra parte. He ahí un primer dato que parece independiente de cualquier diseño institucional. Un segundo plano del problema es en efecto qué incentivos se generan para la cooperación de las fuerzas políticas bajo el formato de un presidencialismo acotado por la pluralidad. Y ello nos invita a discutir, esquemáticamente, qué lado de la ecuación preferimos. Si optamos por reconstruir la eficacia del presidencialismo por encima de la pluralidad, existen diversas fórmulas para sacrificar la pluralidad en aras de la construcción de mayorías afines al partido del Presidente. Si el valor que se quiere preservar es la pluralidad, existen también diversos arreglos posibles para lograr que se conjugue la diversidad política con la eficiencia gubernamental. Ahora bien, lo que me parece que no se puede obviar es la calidad de los actores políticos. Cualquiera que sea el arreglo institucional al que se arribe, es necesario contar con partidos políticos instituidos, que le guarden respeto a las reglas, que sepan honrar los acuerdos formales e informales, que tengan un sentido de responsabilidad y que posean una disciplina interna que los haga confiables. Sin embargo, poco se puede esperar de cualquier diseño, si se cuenta con partidos con escasa institucionalidad, con un pragmatismo que los aleja de los principios, indisciplinados, y que apelan a la bipolaridad según la cual, "si yo te agredo, tú tienes que aguantar, si tú me agredes, te tienes que atener a las consecuencias". En fin, en la víspera del inicio del periodo ordinario de sesiones del Congreso, lo que se puede anticipar es que habrá muchas dificultades para procesar acuerdos mínimos y que lo que veremos será un torneo para repartir las culpas de la parálisis gubernamental y parlamentaria. Ojalá estemos atentos para alinear el debate en algún lugar alejado del simplismo.
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