miércoles, 4 de agosto de 2010

¿LA COMUNICACIÓN SOCIAL DEL NARCO?

RODRIGO MORALES MANZANARES

El lamentable episodio del rapto de periodistas, afortunadamente conoció una salida venturosa. El incidente, sin embargo, deja sembradas nuevas y graves inquietudes en torno a las circunstancias en que vivimos por el combate a la delincuencia organizada. La insólita pretensión de los captores de condicionar la vida de periodistas por llenar de ciertos contenidos los espacios noticiosos, llama poderosamente la atención, y acaso nos esté indicando el inicio de una nueva y enloquecida etapa en la lucha del Estado contra la delincuencia organizada.
De entrada, la negociación le impone al gremio periodístico tensiones que, afortunadamente, no está acostumbrado a vivir. Hasta ahora. En todo caso, qué bueno que en este episodio no hubo muertes que lamentar, porque me parece que serán muchas las lecciones que los medios tendrán que extraer. No es común el manejo de una crisis en la que lo que se intercambia es la vida de colegas contra el manejo noticioso de una empresa.
Reitero: qué bueno que todo llegó a buen puerto. Sin embargo, habrá que tomar nota de lo que significó el reto de la delincuencia. Pareciera que ahora tenemos grupos organizados de delincuentes urgidos de desplegar su propia política de comunicación social. El narco entrando al mundo de las percepciones. El colmo.
El espectro de preocupaciones de la delincuencia ya no tiene que ver únicamente con cómo evaden la acción de la justicia, cómo mantienen la rentabilidad de su negocio, cómo combaten a sus enemigos, sino que ahora también se ocupan de cómo transmiten de mejor manera sus mensajes, cómo los hacen accesibles, cómo corrigen los malos entendidos, etcétera. Ciertamente, parece que algunas células de la delincuencia han evolucionado, se han vuelto complejas a tal grado que poco tienen que ver con la imagen convencional de los narcotraficantes. Es preocupante.
Acaso en estos días, en que se reconstruyan los hechos con más calma, habrá que ver qué nos querían comunicar, cuál era el mensaje tan relevante que los llevó a cometer el secuestro de periodistas. Por fortuna, hoy se puede escribir desde la celebración de que el operativo montado por la Policía Federal fue un éxito, sin embargo, para dimensionar la gravedad del asunto, del nuevo reto de la delincuencia, habrá que imaginar qué hubiera pasado si las cosas hubieran fallado. ¿Frente a qué estaríamos? Pareciera que debemos prepararnos para pensar que no se trató de un hecho aislado; que los medios deberán encontrar nuevas formas de colaboración; que habrá que generar protocolos, procedimientos, etcétera, pero más allá de cómo se capaciten los medios para atender amenazas como la vivida la semana pasada, en lo inmediato el gobierno debiera reflexionar en torno a dos asuntos.
Qué quiere decir que a la delincuencia le interese desplegar una política de comunicación para hacer llegar mensajes masivos; cuál es el interés, cómo se han transformado esos grupos, qué evolución podrían tener. El narco sigue mandando señales de cómo ha ampliado sus actividades y sus esferas de acción; ojalá se tome nota a la hora de replantear cualquier tipo de estrategia. Y el otro asunto sería revisar puntualmente la política de comunicación gubernamental en materia de lucha por la seguridad. La danza de cifras y fuentes abona a la especulación. No estaría mal que también en la comunicación se sentaran otras bases.

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