jueves, 12 de agosto de 2010

JUSTICIA POR PROPIA MANO

JOSÉ WOLDENBERG KARAKOSKY

1.Una bella y joven mujer es violada y asesinada. Su esposo, Ricardo Morales, queda aturdido, devastado. Un investigador, Benjamín Espósito, se afana en encontrar al culpable y luego de uno y mil incidentes logra atraparlo. Se trata de un viejo conocido de la víctima, Isidoro Gómez, con claros trastornos sexuales y que desde siempre sufrió una fuerte atracción por ella. Es condenado a prisión. Espósito le dice al viudo que seguramente le darán condena perpetua. Pero al paso de unos meses, Ricardo Morales ve en televisión que quien debía estar en la cárcel es ahora escolta de la nueva presidenta de Argentina, Isabel Perón. Han rehabilitado al asesino y ahora no sólo goza de libertad, sino que ostenta un enorme poder. Se trata del thriller El secreto de sus ojos de Juan José Campanella, filmada en el año 2009 y ganadora del Oscar a la mejor película extranjera.Pasan más de 30 años y la historia parece haber concluido. Pero con un golpe de timón el final resulta sorprendente y perturbador. El investigador descubre que desde aquellos negros años, Ricardo Morales secuestró y mantiene como prisionero al violador asesino. Ambos han envejecido. Morales ha hecho justicia por propia mano.2. Martin Martinich es un exiliado ruso en Berlín, luego del triunfo de los bolcheviques. Vive con su mujer y su hijo Petya. Administra un pequeño estanco de tabaco. En la jerga de aquel entonces se trata de "rusos blancos".Martin cuenta la siguiente historia (aquí más que resumida): "Entró un cliente... era ruso por su pronunciación... En ese momento entró Petya. Cuando vio a mi cliente dijo con la más absoluta calma: 'Qué encuentro más agradable'. Y entonces mi Petya se acercó hasta él y le dio un puñetazo en la cara... le había propinado un golpe de efecto retardado...Arrastramos al inconsciente fuera de la tienda y a través del pasillo hasta el cuarto de Petya... El hombre no era otro sino el diplomático que hizo aquel comentario acerca de la Basura Blanca... (y) era de la policía política..."."Primero le atamos con una gruesa cuerda y le metimos una toalla en la boca... (Deliberamos), y al acusado se le concedió la última palabra. Cuando libramos su boca quitándole la toalla, dio una especie de gemido, tuvo unas náuseas, pero no dijo nada salvo: 'Ya verán, esperen y verán'. Volvimos a liarle la toalla y la sesión continuó. Al principio los votos estaban divididos. Petya pedía la pena de muerte. Yo...propuse conmutar la pena por la prisión perpetua. Petya lo meditó y accedió..."."Tenemos un baño al final del pasillo. Un cuarto pequeño y oscuro... Y fue precisamente en aquel agujero donde decidimos meter al prisionero... al día siguiente añadimos toda suerte de mejoras: cambiamos la cerradura, instalamos un cerrojo de seguridad... El resultado fue una auténtica celda de cárcel... Desatamos la cuerda, le quitamos la toalla, le advertimos de que si empezaba a gritar, volveríamos a atarle y a amordazarle... hicimos guardia toda la noche"."Ese momento marcó el principio de una nueva vida para nosotros. Yo ya no era simplemente Martin Martinich, sino Martin Martinich, director de prisiones... No puedo repetir las obscenidades de ese hombre, me limitaré a decir que puso a mi pobre difunta madre en las más increíbles situaciones... Le expliqué que permanecería en prisión hasta el final de sus días... (Sólo) conseguiría la amnistía... si explotara la burbuja bolchevique. Finalmente, le prometí que lo alimentaríamos bien, mucho mejor que cuando, en mis tiempos, me vi encerrado por la Cheka (la policía secreta), y que como privilegio especial recibiría libros..."."Lo sacamos a pasear por el pasillo todos los días... Los sábados toma un baño... Pocas posibilidades tiene de escaparse. Tengo curiosidad por saber, sin embargo, cuántos años va a tener que pasar ahí encerrado...". (Vladimir Nabokov. "Se habla ruso", en Cuentos completos. Alfaguara).3. En estos juegos de la imaginación la víctima se convierte en verdugo. Los relatos develan una pasión que ha acompañado y al parecer acompañará al género humano desde y para siempre: la idea de hacer uno mismo justicia. En el primer caso, ante la omisión o, peor aún, complicidad estatal. En el segundo haciendo realidad una venganza política.La película argentina sugiere que en el acto de venganza no sólo se castiga al culpable, sino también se transforma en otro el "justiciero": se convierte en verdugo. Porque la obsesión por el ajuste de cuentas sin duda puede infligir un enorme daño al asesino, pero sólo a cambio de que el vengador se transforme en un hombre ofuscado y cruel. El "ojo por ojo" una vez desatado sólo puede conducir a una espiral de ultrajes mutuos que acaban por desfigurar a las personas.Y en el breve y jocoso relato de Nabokov -él mismo y su familia huyeron de Rusia-, aunque el autor parece emitir un guiño cómplice a los secuestradores, no deja de flotar en el aire la pregunta: ¿en qué se ha convertido esa familia que vivía apaciblemente en Berlín?

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