lunes, 2 de agosto de 2010

LAS HORAS TRISTES

ROLANDO CORDERA CAMPOS

La marcha del país, de por sí lenta y tortuosa, se verá obstruida de nuevo en los próximos días y meses por las decisiones del gobierno en materia de política económica. Se comprobará, a un alto costo, que el peso de las ideas muertas que inspiran la gestión gubernamental de nuestra economía política es mayor que lo que la evidencia nacional e internacional indicaría. De convertirse en ley (de ingresos) y decreto (de Presupuesto de Egresos), el dogma osificado que marca el paso del gobierno y, por lo visto, de las elites de la economía y el dinero, pondrá a la sociedad en una ruta de mayor deterioro y de irremediable colisión distributiva que en el estancamiento no puede sino devenir una guerra sin cuartel de todos contra todos. La majadería actual en torno a las pensiones del IMSS será juego de niños para lo que puede venir a partir de septiembre.
No se trata de anunciar de nuevo la llegada del lobo sino de asumir que el lobo ya está entre nosotros, vestido de Zeta o sardo sin control, pero listo para cambiar de piel y volverse joven iracundo y desaforado, burócrata atrincherado y encadenado a su escritorio, minero o electricista dispuesto a todo. La necedad neoliberal quedó atrás con sus fantasías y utopías destructivas, pero lo que está en su lugar es una contumacia enfebrecida, nutrida en la ignorancia y en una autocomplacencia sin sostén real, que gira en el vacío creado por una política que renunció a los más elementales atributos de la democracia, como la deliberación o el debate. De lo que se trata, al parecer, es de disputar los despojos para luego arrancar para más allá del Bravo, como lo hacen ya las familias pudientes del norte de México, de la otrora pujante Sultana regiomontana al sufrido y aterrado Ciudad Juárez.
El gobierno quiere un presupuesto por debajo de la línea de flotación determinada por los compromisos mínimos constitucionales en materia de seguridad pública, salud o educación, confiado ilusamente en el oxígeno que vendrá del frío estadunidense y de su no menos ilusoria recuperación. Los señores que protagonizan este nuevo sainete del misterioso caso de la Secretaría de Hacienda, como lo llamara el maestro José Alvarado, no pueden no saber que no hay alivio externo a la vista, porque aún en el lejano caso de una recuperación súbita de Estados Unidos, lo que ocurre ya en ese país es una recomposición del gasto familiar hacia el desendeudamiento y el ahorro, a lo que se une ahora una implacable revisión empresarial a la baja de sus pautas de empleo. China, por lo demás, no está cerca para nosotros, como tampoco lo está la inversión foránea que vira hacia otras latitudes.
Y sin embargo, como diría un Galileo vernáculo, la postura de Calderón y sus vicepresidentes autónomos enfeudados en Hacienda, Banco de México y la cúpula del dinero, no se mueve, pero vive alucinada por los aumentos de la reserva internacional, los maquillajes de las cifras de empleo o las celebraciones anuales de los banqueros en Acapulco, donde lo que sí se mueve son sus generosas remesas a las matrices. Las aguas estancadas del pantano nacional encuentran en el flujo financiero su único y letal drenaje.
La encrucijada que México vive en esta retorcida torna crisis no es una coyuntura más, como las de las crisis de los años 80. El contexto ha cambiado mucho para bien, pero sobre todo para mal. Abierta con base en votos la catedral de la política, hoy sobresalen los grandes faltantes institucionales para hacer buena política y gobierno, mientras la desprotección generalizada de la población se vuelve avalancha que todo lo cubre y amenaza con asfixiar. Por su parte, la demografía se despliega en millones de jóvenes que no hacen nada, desertan desde la secundaria o se topan con las barreras de un sobrecupo universitario labrado a pico de pobreza presupuestal y prejuicios clasistas y hasta racistas.
La violencia aterra pero impone formas culturales de acomodo a su cotidianidad, mientras el cuerpo político en su conjunto, de la izquierda a la derecha, se resigna a vivir los tiempos de un estancamiento que sólo pueden celebrar los rentistas o los especuladores. El país ha cambiado, pero al ritmo de las hojas muertas que ahora nos anuncian horas de angustia.

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