lunes, 30 de agosto de 2010

DE LA AUSTERIDAD SIN AUTORIDAD

ROLANDO CORDERA CAMPOS

El austeritarismo con que se quiso combatir las crisis financieras de los años 80 y luego cambiar la forma de desarrollo del país busca legitimarse de nuevo bajo las formas más barrocas. El secretario de Hacienda confunde la responsabilidad con la frivolidad y especula con la Ley de Ingresos para 2011, dejando como sin querer el tema de una reducción de impuestos sobre la mesa virtual del Congreso. Y por su parte, los priístas arremeten contra las alzas impositivas que nunca debieron admitir el año pasado, exigen una disminución de la carga tributaria, fintan con una rebelión de palacio y pasan a otra cosa, que en esta temporada quiere decir un infame reparto de las jugosas migajas entre sus gobernadores y algunos alcaldes consentidos. Lo mero principal, que hoy por hoy es el aumento del tamaño y una rigurosa reasignación del gasto público, como lo manda la coyuntura crítica que vive el país, quedará para mejores tiempos. Como bien sabemos, para la vetusta sabiduría convencional de Hacienda estos tiempos mejores siempre quedan en un horizonte al que nunca se llega en este mundo. Es en este escenario un tanto patético donde (re)surgirá la astucia fiscal de nuevos recortes y tijeretazos al presupuesto, tras cuya aprobación casi unánime los partidos de la verdadera coalición que gobierna al país desde hace 20 años reclamarán un reconocimiento a su sentido de responsabilidad republicana. Las urgentes tareas de rehabilitación del gasto, así como sus ingentes incrementos, no sólo serán postergadas sino estigmatizadas como populistas. La austeridad para los muchos ha sido una constante perniciosa de la vida nacional. Trátese de la salud o la educación, el lema del intervencionismo mexicano disfrazado de racionalidad liberal ha sido, como alguna vez lo dijera el doctor Rivero Serrano, para muchos poco y para pocos mucho, pero malo. Esta vernácula interpretación de la austeridad como mandato clasista se ha impuesto como una costumbre y parecería que la entente del desgobierno quiere volverla una cultura y hasta una virtud. Hacer más con menos fue la propuesta de Jesús Reyes Heroles desde la Secretaría de Educación del gobierno del presidente De la Madrid como fórmula transitoria para la emergencia y las crisis financieras de los años 80, cuando las cuentas no salían, entre otras cosas porque el Estado había decidido pagar la deuda al costo que fuera. Con la hipótesis ilusa de que esa dolorosa expiación nos sería reconocida por el mundo, y gracias a ello seríamos readmitidos en el sancta sanctorum de la alta finanza internacional, el gobierno en realidad hizo poco y malo y acabó ofreciendo saldos desastrosos en la economía y el bienestar, que desde entonces se enfiló a la constitución de un estado de malestar que hoy se va a pique con todo y su carga de remedos renovadores. En aquellos tiempos, los poderes de la Tierra apretaban el paso hacia la globalización enloquecida de Wall Street, y nadie o muy pocos advertían la aparición de una serie de burbujas que estallaría en 2008, para sumir al mundo en su primera gran recesión del milenio. Para los gobiernos que siguieron al de la contrición, de lo que se trataba más bien era de acelerar nuestra entrada a esos nuevos mundos, sin caer en la cuenta de los muchos deberes que tal precipitación implicaba. En lugar de esto, se hizo del mercado un demiurgo y arrancó la mistificación económica que con entusiasmo hicieron suya los gobiernos de la alternancia derechista. El reconocimiento buscado llegó a cuentagotas y bajo la peligrosa modalidad de capital especulativo, que más pronto que tarde reclamaría su inapelable retribución. Con el rescate de Clinton, el presidente Zedillo apuró la medicina de lo que él entendía como la normalización final del México agreste y gastador, y le impuso al Estado un cerrojo del que no ha podido ni querido liberarse incluso en la breve fase de bonanza petrolera que trajo consigo la dilapidadora pax foxiana, administrada con diligencia por el vicepresidente Gil Díaz y sus bien dispuestos aliados en el PRI y los gobiernos estatales. Es en este contexto que las principales fuerzas políticas del país se aprestan a una nueva prestidigitación presupuestaria. El saldo de tanta aventura está en los cuerpos policiacos mal pagados y en una tropa desanimada y sometida a peligros y desventuras para los que no fue preparada; en carreteras nunca concluidas y puertos a medio hacer y, ahora, en un servicio aéreo convertido en juego de salón para bochorno de la ciudadanía y desdoro del país todo; en una educación pública en harapos que, sin embargo, engorda las arcas de la banda que la controla, mientras en la salud se juega a la simulación de unos servicios universales que no llegan nunca en tanto que la diabetes avanza, la obesidad no respeta y los males del subdesarrollo se entronizan en regiones enteras. El austeritarismo en ciernes, sin embargo, no puede ser el mismo, porque el país ha cambiado aunque los que mandan se empeñen en no reconocerlo. Insistir en esa receta no puede sino llevarnos al borde de un nuevo autoritarismo, con las bayonetas exhaustas y la línea de mando y la obediencia maltrechas. Nos quedan unas semanas…

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