China es la economía que ha mostrado más dinamismo en los últimos lustros, la que a más personas ha conseguido sacar de la pobreza, la que acumula mayores niveles de ahorro, la de más alto grado de penetración en los mercados internacionales y la que, aun en un escenario de crisis global, crece más rápido que el resto de las naciones. El éxito chino se ha materializado, además, desmoronando una serie de mitos acendrados en la visión económica hegemónica en Occidente: el Estado debe de intervenir poco en la economía, la clave de la prosperidad está en el libre funcionamiento de los mercados, la inversión pública puede tener efectos de alejamiento sobre la inversión privada, la libre competencia económica garantiza la eficiencia y elimina los cuellos de botella para el crecimiento, el tipo de cambio de la moneda nacional debe dejarse a la libre flotación para que su valor lo determinen el juego de la oferta y la demanda, y un largo etcétera. La experiencia china es un desmentido categórico a esas generalizaciones. Pero además, recientemente, desde China se va demoliendo otra noción que se ha vuelto un lugar común para las posturas más ortodoxas: la subida de salarios resta competitividad a la economía.
El semanario inglés The Economist, en su edición del 31 de julio anterior, dedica su portada y nota principal al “Creciente poder de los trabajadores de China”, encabezado que, aun siendo una publicación bien distante de las reivindicaciones laborales, acompaña con el subtítulo de “¿Por qué ello es bueno para el mundo?”.
The Economist señala que los salarios de los trabajadores manufactureros en China están creciendo a ritmos acelerados en los años recientes y que, a la vez, aumenta la conflictividad laboral (lo que convencionalmente sería un indicador negativo para el análisis del desempeño de una economía). Si los 130 millones de trabajadores chinos que forman parte de la población migrante que flota alrededor de los distritos industriales percibieron, en promedio, 197 dólares mensuales el año pasado, lo que representa apenas un poco más de la veinteava parte del salario medio en los Estados Unidos, ese ingreso de los trabajadores chinos es un 17.3% mayor que el que se cobró en 2008. Una subida salarial de casi una quinta parte. Y no se trata de un evento aislado: el salario real de los trabajadores migrantes internos en China creció 4.7% en 2004, 10% en 2006, 6.4% en 2007 y 3.2% en 2008.
Los trabajadores de las industrias maquiladoras en China ganan sólo 81 centavos de dólar por hora, el 2.7% de lo que perciben sus contrapartes en Estados Unidos. Con todo, los obreros chinos vieron crecer su salario, en términos de dólares, en un 9% entre 2002 y 2006 y en más del 11% en las zonas urbanas. A la par, en distintas ciudades el salario mínimo ha crecido hasta en un 20% y las huelgas también están dando lugar a aumentos significativos. Los trabajadores de la planta de Honda en Guangdong, consiguieron un aumento salarial del 47% con la huelga que culminó el 22 de julio.
Además de la mayor organización de los trabajadores, el incremento de los salarios en China puede tener otras fuentes de explicación, entre ellas, el inicio de una relativa escasez de fuerza de trabajo en las zonas cercanas a la costa donde se localiza el grueso de la industria. Aun así, quedan en el interior del país millones de trabajadores como mano de obra excedente dispuesta a ser contratada que, sin embargo, puede tener limitaciones de movilidad geográfica por las normas prevalecientes en el gigante asiático, lo que a su vez daría lugar a un desplazamiento de la inversión hacia el interior del país.
Ahora bien, ¿por qué China continúa creciendo y atrayendo inversión y no deja de ganar mercados a pesar de ese comportamiento salarial tan “poco competitivo”? La respuesta, en el reportaje de The Economist es elocuente: porque si bien entre 1995 y 2004 los costos laborales en las principales empresas en China se triplicaron, su productividad se quintuplicó. Así, el costo laboral unitario disminuyó en un 43%. De esta manera, el secreto chino no descansa en los bajos salarios, sino en que sus trabajadores son cada vez más productivos, más eficientes, lo cual indica que hay cambio tecnológico y que crece la inversión de capital. No importa que suban los salarios, al contrario, si ello se compensa con ganancias en la productividad. Cabe decir que de la productividad de los trabajadores depende en el largo plazo el desempeño económico de los países. Es eso lo que los hace competitivos. Por el contrario, resulta falso aseverar que la competitividad conseguida, o buscada, sólo a través de una estrategia de contención salarial pueda contribuir a mejorar las condiciones de crecimiento de una nación.
La participación del consumo doméstico en el PIB de China aún es modesta, y sólo puede crecer para contrarrestar los efectos de la crisis económica internacional a través de un aumento en el poder adquisitivo de los trabajadores. De ahí que el incremento de los salarios no sea una mala noticia para el dinamismo futuro de la economía china, sino al revés. Pero también puede ser una buena nueva desde la perspectiva externa: una subida de salarios en China podría contribuir a apreciar su moneda –objetivo que hasta ahora ni el Fondo Monetario Internacional ni las presiones estadounidenses han conseguido- y, así, aliviar los grandes desequilibrios comerciales y en la balanza de capital que afectan al globo.
Por cierto, el salario medio de los inmigrantes en China ya es mayor que nuestro salario mínimo y, ni así, mejoramos en competitividad. ¿No será hora, finalmente, de abandonar el dogma de la contención salarial a toda costa?
El semanario inglés The Economist, en su edición del 31 de julio anterior, dedica su portada y nota principal al “Creciente poder de los trabajadores de China”, encabezado que, aun siendo una publicación bien distante de las reivindicaciones laborales, acompaña con el subtítulo de “¿Por qué ello es bueno para el mundo?”.
The Economist señala que los salarios de los trabajadores manufactureros en China están creciendo a ritmos acelerados en los años recientes y que, a la vez, aumenta la conflictividad laboral (lo que convencionalmente sería un indicador negativo para el análisis del desempeño de una economía). Si los 130 millones de trabajadores chinos que forman parte de la población migrante que flota alrededor de los distritos industriales percibieron, en promedio, 197 dólares mensuales el año pasado, lo que representa apenas un poco más de la veinteava parte del salario medio en los Estados Unidos, ese ingreso de los trabajadores chinos es un 17.3% mayor que el que se cobró en 2008. Una subida salarial de casi una quinta parte. Y no se trata de un evento aislado: el salario real de los trabajadores migrantes internos en China creció 4.7% en 2004, 10% en 2006, 6.4% en 2007 y 3.2% en 2008.
Los trabajadores de las industrias maquiladoras en China ganan sólo 81 centavos de dólar por hora, el 2.7% de lo que perciben sus contrapartes en Estados Unidos. Con todo, los obreros chinos vieron crecer su salario, en términos de dólares, en un 9% entre 2002 y 2006 y en más del 11% en las zonas urbanas. A la par, en distintas ciudades el salario mínimo ha crecido hasta en un 20% y las huelgas también están dando lugar a aumentos significativos. Los trabajadores de la planta de Honda en Guangdong, consiguieron un aumento salarial del 47% con la huelga que culminó el 22 de julio.
Además de la mayor organización de los trabajadores, el incremento de los salarios en China puede tener otras fuentes de explicación, entre ellas, el inicio de una relativa escasez de fuerza de trabajo en las zonas cercanas a la costa donde se localiza el grueso de la industria. Aun así, quedan en el interior del país millones de trabajadores como mano de obra excedente dispuesta a ser contratada que, sin embargo, puede tener limitaciones de movilidad geográfica por las normas prevalecientes en el gigante asiático, lo que a su vez daría lugar a un desplazamiento de la inversión hacia el interior del país.
Ahora bien, ¿por qué China continúa creciendo y atrayendo inversión y no deja de ganar mercados a pesar de ese comportamiento salarial tan “poco competitivo”? La respuesta, en el reportaje de The Economist es elocuente: porque si bien entre 1995 y 2004 los costos laborales en las principales empresas en China se triplicaron, su productividad se quintuplicó. Así, el costo laboral unitario disminuyó en un 43%. De esta manera, el secreto chino no descansa en los bajos salarios, sino en que sus trabajadores son cada vez más productivos, más eficientes, lo cual indica que hay cambio tecnológico y que crece la inversión de capital. No importa que suban los salarios, al contrario, si ello se compensa con ganancias en la productividad. Cabe decir que de la productividad de los trabajadores depende en el largo plazo el desempeño económico de los países. Es eso lo que los hace competitivos. Por el contrario, resulta falso aseverar que la competitividad conseguida, o buscada, sólo a través de una estrategia de contención salarial pueda contribuir a mejorar las condiciones de crecimiento de una nación.
La participación del consumo doméstico en el PIB de China aún es modesta, y sólo puede crecer para contrarrestar los efectos de la crisis económica internacional a través de un aumento en el poder adquisitivo de los trabajadores. De ahí que el incremento de los salarios no sea una mala noticia para el dinamismo futuro de la economía china, sino al revés. Pero también puede ser una buena nueva desde la perspectiva externa: una subida de salarios en China podría contribuir a apreciar su moneda –objetivo que hasta ahora ni el Fondo Monetario Internacional ni las presiones estadounidenses han conseguido- y, así, aliviar los grandes desequilibrios comerciales y en la balanza de capital que afectan al globo.
Por cierto, el salario medio de los inmigrantes en China ya es mayor que nuestro salario mínimo y, ni así, mejoramos en competitividad. ¿No será hora, finalmente, de abandonar el dogma de la contención salarial a toda costa?
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