lunes, 7 de septiembre de 2009

¿POR QUÉ HEMOS CAÍDO TANTO?

MANUEL CAMACHO SOLÍS

En 2009 la economía mexicana tendrá las peores calificaciones mundiales. La caída de la producción, el crecimiento del desempleo y el aumento de la pobreza requieren de una explicación. No basta con decir que la culpa la tiene la crisis mundial, ni tampoco con atribuir todo el desastre al modelo neoliberal. La economía mexicana lleva tiempo enferma. La crisis, al sumarse varios factores adicionales, la ha venido a devastar.
La recesión norteamericana y mundial desde luego nos ha afectado. Nos ha hecho un mayor daño que a otros países de América Latina por la gran integración con ellos y por estar ligados a sus sectores más dañados, como el automotriz, la electrónica y la industria de la construcción.
Allá, la recesión ha disminuido el empleo de mexicanos y los ingresos por remesas. Limitó la inversión extranjera y aceleró el regreso de capitales.
Pero el aumento de la pobreza no sólo es atribuible a la recesión. La inflación, particularmente el crecimiento de los precios de los alimentos, dañó desde antes a los más pobres.
Ante el shock externo, la reacción del gobierno ha sido tardía, insuficiente y errática. Ni pudo llevar a cabo una política contracíclica, ni fue capaz de disminuir el ritmo de salida de las divisas. La inversión en infraestructura fue más publicidad que nuevos proyectos. Y el uso de las divisas ha terminado por ayudar más a las matrices de los bancos y a los fondos del exterior —que habían tenido serios quebrantos en sus inversiones en la bolsa— que por apoyar un programa de expansión interna. La cantidad de dólares de las subastas y el nuevo endeudamiento darán en el futuro cuenta de ello.
El programa contracíclico que tantas veces se anunció tuvo graves subejercicios no sólo por la incapacidad operativa del gobierno, sino también por la imposición de criterios restrictivos para conservar un balance fiscal que pasara las pruebas de la ortodoxia financiera.
El manejo de la política petrolera ha sido desastroso. A diferencia de otros exportadores de petróleo no hubo en la época de las vacas gordas una inversión determinante en exploración ni se crearon fondos soberanos suficientes para compensar los periodos de vacas flacas. Los enormes ingresos fiscales se han dilapidado en gasto corriente.
De tiempo atrás ha faltado voluntad de crecer, estímulo a la innovación, promoción del desarrollo. Ha bajado la productividad. No se ha hecho nada serio para revertir la debilidad institucional. Los estímulos son para obtener ventajas monopólicas y favores públicos.
La crisis no ha sido siquiera suficiente para estimular el pensamiento crítico y poner a consideración nuevas ideas económicas y estrategias políticas para hacerlas avanzar. Muchos siguen pensando igual, como si nada hubiera pasado. Creen que con el mismo rumbo y las mismas ideas podrán llegar a un lugar diferente, cuando lo que urge es replantear la estrategia para reformar una economía de mercado y un Estado que están muy pesados en la cúspide y muy débiles en la base.

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