sábado, 1 de agosto de 2009

UN AMIGO FRANCÉS

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN


Para que la voz de un país en otro sea entrañable, es necesario un representante diplomático que muestre una amistad sincera.
En las relaciones entre los estados no hay beneficio ni oportunidad mayor que contar con un buen embajador. Muchos de los problemas internacionales, particularmente los bilaterales, suelen agravarse cuando no existe un buen embajador que sabe mediar, destacar los acuerdos y solucionar los disensos. Para que la voz de un país en otro sea, no sólo audible sino comprensible y hasta entrañable, es necesario contar con un embajador que se convierta en amigo sincero, compañero sensible y visitante comprensivo. México, durante décadas ha contado con hombres así diseminados por toda la geografía del mundo. Muchos de ellos son desconocidos o sólo recordados por quienes los conocieron a causa de su trabajo en distintos países. Hombres como Gilberto Bosques, Isidro Fabela, Alfonso García Robles, Gonzalo Martínez Corbalá y Vicente Muñiz Arroyo, por hablar sólo de algunos, encarnaron la voz de nuestro país, su solidaridad y su valor. Incluso habría que recordar que, cuando Alfonso Reyes se despidió de su embajada en Brasil, el entonces presidente de esa república, Getulio Vargas, interrumpió la emisión del programa de radio a cargo del gobierno federal, para despedir al que consideró un amigo dilecto del pueblo brasileño justo en el momento en que abordaba el barco que lo retornaría definitivamente a México.
Hace unos días tuve la oportunidad de leer un balance de las relaciones mexicano-francesas, a través de un artículo de don Daniel Parfait, embajador de Francia en México. Leer sus palabras amables nos da una idea del buen sentido con el que expone los puntos de acuerdo entre dos países, con una amistad más allá del centenar de años y que, sin embargo, no se encuentra ahora en el mejor de sus momentos.
En esta ocasión, los buenos oficios de Parfait han logrado que el desatinado comentario de su Presidente no agudizara las antipatías ni agrandara la fisura en las relaciones entre nuestros pueblos. Según Parfait, como para todos quienes estamos convencidos de que el entendimiento y la tolerancia son las claves para una convivencia civilizada en las sociedades y entre los pueblos, es en los puntos de cooperación de donde pueden obtenerse la inteligencia y la visión para superar los desencuentros y los desaciertos. En toda relación entre naciones suele haber estos momentos álgidos, pero dimensionarlos y corregirlos es el principal papel de la diplomacia. Podemos entender que el presidente Sarkozy sufriera presiones de la opinión pública en su país, que poseyera información insuficiente o fragmentada; pero ellos han debido comprender que, para nosotros, como en cualquier nación, el respeto al derecho interior es la prioridad absoluta que, en nuestro caso, el tema a tratar tocaba un punto muy sensible de la vida social y política de nuestro país: la seguridad.
Y sí es posible celebrar y comprender la amistad franco-mexicana a través del trabajo de Daniel Parfait. Pensemos en las memorias de los militares de la guerra de intervención que, 30 y 40 años después, se reunían todavía con sus antiguos enemigos franceses que se habían quedado en México y se habían casado con hijas de los militares mexicanos. Aquellos que habían venido a conquistar habían sido conquistados y habían fundado ya estirpes en nuestro territorio. O pensemos también en los cuadros del Aduanero Rousseau, que retrataban un México soñado y tan hermoso que muchos quisieron ver aquí en el país al joven pintor reclutado como soldado en la aventura mexicana de Napoleón el pequeño, una visión tan edénica y dulce que sólo había podido nacer de la imaginación del artista quien, como Alfonso Reyes lo demostró, nunca estuvo en México, aunque siempre anheló visitarlo.

No hay comentarios: