jueves, 3 de septiembre de 2009

LA CONQUISTA DE LA AUTONOMÍA PLENA

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN

Con Ávila Camacho, la Universidad y el gobierno ensayaron un modelo de relación que a la fecha ha dado buenos resultados.
Durante los últimos cien años, la Universidad ha demostrado ser una entidad viva, plena de sentido y de fuerza vital. Siempre en la búsqueda de la verdad, de la identidad, suya y del país, se mantiene en movimiento porque su propia existencia constituye la negación de la pasividad y la inmovilidad. Sin embargo, al igual que la ciencia y la razón, la Universidad camina siempre a pasos lentos, uno a uno, sin saltos; resolviendo de manera sucesiva los retos que la realidad histórica le impone. Una conducta también habitual en la vida universitaria es su continua evolución, que le permite mostrar a la sociedad un cuadro de vitalidad que muy pocas instituciones públicas o privadas del país tienen.
Esto se puso de manifiesto en los años inmediatos anteriores a la Ley Orgánica de la UNAM de 1945. El estamento de autonomía de 1933, si bien había dado a los universitarios la plenitud de su autogobierno y la consagración de su autonomía, también había cercenado su carácter nacional y la había privado de un ingreso, lo que, a la larga, podía haberla hecho insostenible. Como entidad potencialmente opositora y como ente crítico, el gobierno mantuvo relaciones de lejanía con la Universidad, por lo que la historia de esa relación entre 1929 y 1945 fue de conquista de espacios para la UNAM.
A partir de la conquista de la autonomía plena, la negociación con el gobierno por la recuperación de la integridad universitaria, en el sentido nacional y financiero, fue un proceso lento y difícil. Por un lado, profundamente comprometido con su ideal revolucionario, Cárdenas fue reacio a no contar incondicionalmente con la Universidad y tener que respetar sus espacios para lograr su apoyo; por el otro, una universidad financieramente herida poco podía contra el poder del gobierno. Una serie de hábiles rectores fue allanando las dificultades, hombres como Luis Chico Goerne, Gustavo Baz y Mario de la Cueva fueron construyendo el prestigio de la Universidad y demostrando que la UNAM no era un peligro, sino un importante factor de desarrollo. El escenario iba a cambiar favorablemente con la llegada al poder de Manuel Ávila Camacho.
Con Ávila Camacho, la Universidad y el gobierno ensayaron un modelo de relación que a la fecha ha dado buenos resultados. El respeto a los mutuos espacios y la cordialidad en la relación han permitido, salvo momentos de profunda tensión, colaborar para el desarrollo del país.
En 1944, un momento de profunda tensión interna derivó en un nuevo escenario de confrontación con el gobierno. Una complicada sucesión en la Nacional Preparatoria y en la Facultad de Veterinaria llevó a la caída del rector Brito Foucher y a un escenario inédito y nunca vuelto a ver de la existencia de dos rectores. La mediación de Ávila Camacho permitió resolver la cuestión, dejando la rectoría en manos de Alfonso Caso.
Del mismo modo en que se resolvieron tensiones anteriores, el conflicto se resolvió con la instauración de una nueva legalidad. En diciembre de 1944, el Congreso aprobó una nueva Ley Orgánica para la UNAM.
La nueva Ley Orgánica mantenía la autonomía plena, devolvía el carácter nacional a la Universidad y obligaba al gobierno a renovar el subsidio para su mantentimiento. Así, el cuadro de la autonomía quedaba completo, sobre todo porque importantes transformaciones ocurrieron en el interior de la institución; por un lado, fueron definidos con mayor precisión los órganos legislativos y de gobierno de la Universidad, se separó la parte política de la vida universitaria, de la técnica y de la administrativa. Se establecieron así las bases para la construcción futura de la Universidad. En palabras del rector Caso, las reformas no sólo salvaban a la universidad, sino, sobre todo, a la universidad futura.
Si bien con esta ley se logró un equilibrio duradero con el gobierno, también es cierto que todavía hacía falta un paso más en la consagración definitiva de la autonomía, su elevación a rango constitucional; sólo así se podía pensar en que nuevos escenarios de tensión no serían utilizados para torcer el rumbo de la Universidad.

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