jueves, 3 de septiembre de 2009

TIEMPO DE DEFINICIONES

JAVIER CORRAL JURADO

La consolidación de nuestra transición requiere de la convocatoria política inclusiva y de un desarrollo económico dinámico, sustentable e incluyente. En estas épocas, surgen las oportunidades que el reformador polaco Balcerowicz llama “momentos para las políticas extraordinarias”.
Los días que corren nos han regalado excelentes discursos en ese sentido, como el que de manera estructurada y sorpresiva pronunció el senador Gustavo Madero en una cena el pasado lunes 31 de agosto ante su grupo parlamentario y ante los nuevos diputados del PAN de la 61 Legislatura. Retrató con realismo nuestra última oportunidad, y las medidas que buscar si queremos que la gente recupere la confianza en la política y en los políticos. En un diagnóstico imbatible, habló de ocho crisis que enfrentamos y refirió hacer lo necesario, no sólo lo posible. “Estamos padeciendo las consecuencias de nuestras acciones y sobre todo de nuestras omisiones, como sociedad y como actores políticos. Estamos pagando los platos rotos de largos periodos de nuestra historia moderna, en la que se ha optado por eludir los problemas fundamentales y preferir soluciones cosméticas o minimalistas y no estructurales o de fondo donde solamente se aspiraba a poder esconder la basura debajo de la alfombra”.
El discurso de Madero define lo que puede estar sucediendo a nuestro alrededor: “Se está configurando un momento histórico proclive para grandes definiciones y convocatorias”.
El elemento común de las intervenciones en la sesión de Congreso General del 1 de septiembre apuntala la necesidad de reformas de fondo, otros las llaman estructurales, bajo el claro diagnóstico de que la ciudadanía está desencantada de la política. Pero no hay duda, al menos para mí, de que si por la influencia y el carácter definidor de la agenda no sólo política, sino mediática, tiene un discurso, hemos escuchado uno de los más importantes de este momento complejo y difícil de la vida del país.
El mensaje del Presidente de la República del día de ayer con motivo de su tercer Informe es quizá su mejor discurso de estos tres años que lleva al frente del gobierno federal. De hecho, entusiasmó a una gran parte de la concurrencia y de quienes lo oyeron por la radio o lo siguieron por internet. No tuvo que ver el lenguaje utilizado ni la elegancia o la envoltura de la expresión —esos estilos se van perdiendo en las complejidades e insuficiencias del ejercicio del poder—; fue el grado de definición política sobre algunos temas, el relanzamiento de una agenda de cambio por parte del gobierno, y que transmite en un ejercicio de autocrítica, una idea de rectificación y cambio de rumbo. Y eso es muy bueno para el país.
Calderón retoma una definición de la más pura cepa reformadora del PAN. “Tenemos que cambiar a México. Ante la disyuntiva de administrar lo logrado y de seguir con el impulso propio de la inercia, o asumir cambios profundos en las instituciones de la vida nacional, claramente me inclino por un cambio sustancial de las mismas, con todos los riesgos y con todos los costos que ello implica”.
Y por eso, en la parte que el Presidente tocó sobre la necesidad de cambios de fondo, cuando definió que hay que abandonar —por equivocada, es de suponerse— la dinámica de reformas posibles ancladas en el cálculo político inmediato, que se resuelven sobre miedos, mitos y tabúes, es cuando de manera más espontánea y cálida el público aplaudió con más ganas. Y en el contraste de ese entusiasmo fue también el momento cuando le empezó a cambiar la cara a los gobernadores del PRI, cuando Calderón, a tres años de su mandato y a nueve de la presencia del PAN en el gobierno federal, tuvo el valor y el coraje para decirnos a todos y a él mismo: “Llegó la hora de cambiar”.
Claro que este es un discurso esperanzador, porque el Presidente de la República es el actor político más importante de la vida del país, por lo menos de manera individual. Esa definición nutre, impulsa un nuevo talante en la relación partido-gobierno, y desata varias de las conciencias atrapadas dentro de nuestro propio partido, temerosas o medrosas por saber qué opina sobre esto o aquello el Presidente de la República, al que una inmensidad de funcionarios de la administración pública federal y no pocos miembros del Congreso deben directamente la posibilidad de su encargo. Por eso es fundamental ese discurso, porque el liderazgo indiscutible que tiene es importante que lo detone para que por lo menos se planteen las reformas que queremos. Lograr que se puedan contrastar en la resistencia de los poderes fácticos y de sus operadores en las cámaras. Porque, además, “no hay de otra”, con esa claridad lo dijo Felipe Calderón.
El momento exige pensar y actuar en una perspectiva de más largo plazo, con decisión y sin complejos. Cuando la palabra se usa para definir, exige también definiciones de todos los actores y en esta ruta señalada sería impensable no cerrar filas en torno del Presidente de la República. Es además extraordinaria la convocatoria: “Seamos la generación que puso por encima de cualquier otro interés particular el interés de México”.

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