La opinión es en su primera acepción, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, un "dictamen o juicio que se forma de algo cuestionable", además de "fama o concepto en que se tiene a alguien o algo". Me encanta la primera porque encaja como anillo al dedo en lo que dijo sobre Calderón el ex Presidente de la República Carlos Salinas de Gortari, el pasado fin de semana ante empresarios de la Asociación de Industriales de Veracruz. Sus palabras textuales fueron las siguientes: "El Presidente Felipe Calderón ha trabajado de manera decidida y comprometida para contribuir con soluciones a problemas tan complicados". ¡Cuestionabilísimo! ¡Ah, qué Don Carlos! Dijo y no dijo. Palabras las suyas sibilinas y crípticas, obscuras con apariencia de importantes, y obviamente propias de un gran político. En efecto, trabajar "de manera decidida" no es ningún mérito mayor, "hacerlo comprometidamente" es casi consubstancial al trabajo, y "contribuir con soluciones en busca de resolver problemas complicados" no es específico de nada trascendente o relevante. Por lo tanto y en este sentido Calderón ha hecho lo menos que puede hacer; digamos, lo básico. Lo que pasa es que a juicio de millones de mexicanos el trabajo de Calderón es insuficiente, su compromiso muy tibio y las soluciones que propone inviables y hasta absurdas (o equivalentes a un fracaso cuando se han llevado a cabo: por ejemplo, reformas constitucionales contradictorias, caóticas; presencia equivocada del ejército en la lucha contra la delincuencia). Aclaro que hablo por la herida; sólo que la herida, toda proporción guardada, la comparto -también- con millones de mexicanos. Me explico. Hace algunas semanas fui víctima de un asalto a mano armada, a las dos de la tarde, en el estacionamiento de un conocido restorán al sur de la Ciudad de México; y hace dos semanas los ladrones, alrededor de las tres de la tarde, atracaron violentamente mi casa en la ciudad de Cuernavaca ("Morelos, Tierra de Libertad y Trabajo", anuncia el gobierno del Estado). O sea, en la capital del país y en la capital de un Estado de la República he compartido con millones -igualmente- de personas los extragos y zozobra que causa la violencia. Lo señalo con especial interés porque el Secretario de Gobernación, Felipe Gómez Mont Urueta, sostuvo recientemente que la acción criminal de un asesino en el metro y la del secuestrador de un avión -ambos con un supuesto "mensaje de Dios"- son casos "aislados" que no corresponden al contexto nacional. Vaya, vaya. Así las cosas esos casos no son sintomáticos de un clima generalizado de violencia. El aislado es él. Qué cómodo decirlo cuando se es Secretario de Estado, con escolta permanente -que pagamos todos- cuidando su persona, su familia y sus propiedades; aparte del propósito de tapar el sol de la verdad con un dedo panista. Pero hay datos que sobrecogen el ánimo del país entero. Según una encuesta del Centro de Investigación Pew, publicada en Washington, "los mexicanos están abrumadoramente insatisfechos con el rumbo de su país y una tercera parte estaría dispuesta a emigrar a los Estados Unidos incluso de forma ilegal". En términos similares Transparencia Internacional ha difundido la noticia de que México ocupa el segundo lugar, después de Rusia, en corrupción política. Y, para colmo, criminólogos, sociólogos y expertos en seguridad pública consideran que el nuevo perfil de la delincuencia es juvenil, consecuencia de la tensión social en que vivimos, de la impunidad, del incremento en el consumo de drogas y alcohol, de la frustración creciente por falta de oportunidades en lo escolar y laboral. Sin duda que esto no lo ha generado Calderón, pues en su conjunto lo ha heredado de una compleja situación internacional y nacional. Sin embargo, ¿cómo es que su trabajo es decidido, comprometido, y cuáles son las soluciones que propone con vistas a resolver problemas tan complicados? Nos lo dicen claramente las palabras sibilinas del ex Presidente Salinas de Gortari, a las que agregamos la opinión mayoritaria del pueblo, en absoluto sibilina. En tal virtud resulta odioso que el Secretario de Gobernación evada "graciosamente" la realidad que impera en el país. ¿No es consciente, no lo es su jefe, de que nuestra tranquilidad y seguridad se han fracturado? ¿No es consciente de que nos vemos obligados a amurallar nuestras casas, a permanecer en ellas con miedo o salir a la calle con temor? Por lo menos que tenga respeto, el más elemental respeto, a la inteligencia y sentido común del pueblo, a su angustia constante. ¡Que reconozcan, que reconozcan la realidad! Ya sería algo relativamente esperanzador y medianamente consolador; poco, si se quiere, pero que tal vez nos permitiría viajar al puerro jarocho, regocijarnos con lo que ha logrado el Gobernador Fidel Herrera (¿ya presidenciable?) y pedir en el café "La Parroquia" un "lecherito", distrayendo así la atención de las horas tan aciagas que vive México.
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