martes, 11 de mayo de 2010

CONGRESO BIPOLAR

RODRIGO MORALES MANZANARES

El final del periodo ordinario de sesiones del Congreso de la Unión inevitablemente produce cierto desencanto. Con una agenda de trabajo sobrecargada, llena de pretensiones, los legisladores pareciera que terminaron atragantándose. Siguen lejos de transmitir productividad. Pero, más allá de la escasa visibilidad que le dan al trabajo parlamentario en las diversas comisiones, algo que llama la atención es el divorcio cada día más marcado entre diputados y senadores. Pareciera que nos acercamos a una suerte de Congreso bipolar. En efecto, contamos con un sistema bicameral que distribuye atribuciones exclusivas en cada una de las cámaras, y cuya concurrencia está diseñada justamene para mejorar el trabajo legislativo de cada una: ambas pueden originar o revisar leyes. Es común, pues, que existan puntos de vista divergentes. Sin embargo, lo que no parece tan común es que las deliberaciones en ambos espacios sean tan disímbolas. Como si estuvieran legislando para dos países distintos y su conformación estuviera integrada por conjuntos distintos de partidos políticos. Hay al menos tres piezas que pueden ilustrar el divorcio: la Ley de Seguridad, la ley de medios y lo que genéricamente se conoce como reforma política. Las discrepancias que consigna la prensa dan cuenta de visiones radicalmente distintas en torno a los mismos problemas. Por lo que hace a la de Seguridad, el Senado trabajó durante mucho tiempo el dictamen y aduce que el Ejército estuvo al tanto de las deliberaciones. Conseguida la aprobación, aparecieron alegatos que pretenden hacer ver a la ley como un conjunto de ocurrencias que lejos están de solucionar el problema. Sin duda es grave, y empieza a perfilar otro problema: el cabildeo parece reconocer la bipolaridad parlamentaria, y la aprovecha al máximo: amarra navajas. Sin ser idéntico el caso, la ley de medios sufrió también un descalabro. Cuando parecían avanzar un conjunto serio de acuerdos, hubo un freno que no ha sido cabalmente explicado. En el caso de la así llamada reforma política, una es la visión de los partidos en el Senado y otra muy distinta la de esos mismos en la Cámara de Diputados. Paradójicamente, parece más sencillo el acuerdo e incluso la unanimidad en alguna de las cámaras, que el acuerdo entre ellas. Y es que al final del día están integradas por los mismos partidos. Poco abonan al trabajo político las cíclicas acusaciones que se prodigan el Poder Ejecutivo y el Legislativo. Sí está claro que no han sido capaces, en conjunto, de trazar con claridad una agenda que ubique las prioridades. La confusión se instaló casi cada semana. Así vimos que lo urgente eran la reforma política, la laboral, la fiscal, la de competencia, la de medios, la de seguridad, etcétera. Pero no se fija la agenda. Más allá de las reconsideraciones que hayan ocurrido a última hora y que generaron la sensación de improductividad, no deja de llamar la atención que aún no exista un acuerdo en torno a la posible realización de un periodo extraordinario de sesiones. Es decir, más allá de lo abigarrado de la agenda que se propusieron los legisladores, es obvio que existe un importante trabajo de comisiones que soportan los dictámenes. No se entiende por qué desperdiciar ese trabajo. Bien podría haber un periodo extraordinario acotado a aquellas iniciativas en donde existe el mayor acercamiento. Cuesta trabajo creer que no haya materia. En todo caso, debe recordarse que el Congreso no será el mismo después de los comicios de julio. Sus integrantes no cambiarán, la correlación de fuerzas, sí.

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