Dice la ley SB 1070 del estado de Arizona: "La intención de esta acta es reducir (la presencia y la llegada de personas indocumentadas) mediante el cumplimiento y la aplicación por parte de todas las agencias estatales y locales del gobierno de Arizona de las leyes federales de migración. La intención de esta ley... es la de desalentar la presencia, la llegada y la actividad económica de personas indocumentadas en los EUA". Y más adelante señala: "... En caso de una 'sospecha razonable' que alguna agencia oficial... tenga de que una persona esta ilegalmente en los EUA, se debe hacer lo posible por determinar el estado migratorio de esa persona con las agencias federales correspondientes...".
Estas disposiciones le otorgan capacidad a cualquier autoridad del estado de Arizona para aplicar una ley que en principio solamente deben y pueden aplicar las autoridades federales. Y no se requiere ser Einstein para pensar que la "sospecha razonable" será contra todos aquellos que no entren en esa construcción llamada "nosotros".
Todos los países que reciben migrantes (máxime cuando la cantidad es relevante) han intentado desplegar alguna política con relación a ellos. Esas políticas han oscilado entre las que permiten y fomentan un flujo ordenado y legal, colocando en los primeros lugares de la agenda el respeto a los derechos humanos, y aquellas otras que ven a sus respectivos países como fortalezas asediadas por hordas de extraños concebidos como depredadores de costumbres, relaciones sociales, códigos de identidad. Y nunca dejan de gravitar sobre las políticas las percepciones que sobre la migración tienen diferentes grupos de las sociedades receptoras. (Ver: Lelio Mármora. Las políticas de migraciones internacionales. Paidós. Buenos Aires. 2002).
En un mundo de naciones asimétricas, cargadas de robustas identidades, la construcción de un "nosotros" contrapuesto a "los otros" nunca deja de estar presente. Se trata de una de las edificaciones más persistentes porque se alimenta de todo un arsenal de signos de pertenencia (idioma, religión, color de la piel, usos y costumbres y súmele usted), y porque la reproducción misma de las relaciones sociales, de manera inercial, los exalta todos los días (la música, los equipos deportivos, la comida, el vestuario, "la forma de ser", los enfrenta a las manifestaciones ajenas). En ese marco la explotación de los prejuicios contra el extranjero es siempre un recurso barato (digno de demagogos), a la mano, sencillo, "eficiente", porque conecta sin problemas con las pulsiones nacionalistas de los públicos o clientelas. "Nos invaden los otros", clama el jilguero y recibe el beneplácito de sus votantes.
Preocupa, por supuesto, la imagen que se construye del extranjero. No se trata de un semejante con derechos, sino de un extraño que desplaza del trabajo a los nacionales auténticos, que recibe beneficios sin pagar impuestos y que es generador de actos delincuenciales al por mayor. Ese estereotipo, explotado por políticos chovinistas, puede arrojar algunas ventajas para ellos en el corto plazo al fomentar las pulsiones más primitivas de los electores, pero acaba construyendo ambientes de odio e intolerancia alarmantes.
Ése es (creo) el tema mayor que pone sobre la mesa la reforma migratoria en Arizona: el acoso, la persecución, los abusos de autoridad contra todos aquellos que generen una "sospecha razonable" de estar en ese estado sin papeles (y que por supuesto se parecen -y mucho- a otros que sí tienen papeles), así como el apoyo que esas iniciativas reciben de ciudadanos del común que piensan y sienten que se encuentran asediados por extraños que están modificando sus formas de convivencia.
No obstante, la asimetría entre México y Estados Unidos es y seguirá siendo (por lo menos por un buen rato) la causa principal de que miles y miles de conciudadanos marchen al norte con y sin papeles. Esa expulsión masiva, que se convierte en una puerta de escape para quienes no encuentran trabajo ni un futuro digno aquí, debería ser uno de los temas fundamentales de nuestra agenda.
La migración mexicana hacia Estados Unidos además -dice Perogrullo- se alimenta de nuestra colindancia y del poder de atracción de su economía y del pírrico o nulo crecimiento de la nuestra. Si a ello le sumamos que la información (objetiva o distorsionada en este caso no importa) que fluye por los medios, las redes familiares y de amigos, genera fuertes expectativas, podremos tener una noción de por qué esas masivas oleadas migratorias no se detendrán a pesar de todo.
Pero si bien los ríos de personas que cruzan la frontera difícilmente podrán ser cancelados, lo que resulta inescapable es el diseño por parte de Estados Unidos de una política capaz de hacerse cargo de los derechos humanos de todos aquellos que pisan su territorio. Habría que pensar cómo lograr que esos "otros" se integren al "nosotros", más que seguir alimentando esa dinámica perversa de enfrentamientos.
Estas disposiciones le otorgan capacidad a cualquier autoridad del estado de Arizona para aplicar una ley que en principio solamente deben y pueden aplicar las autoridades federales. Y no se requiere ser Einstein para pensar que la "sospecha razonable" será contra todos aquellos que no entren en esa construcción llamada "nosotros".
Todos los países que reciben migrantes (máxime cuando la cantidad es relevante) han intentado desplegar alguna política con relación a ellos. Esas políticas han oscilado entre las que permiten y fomentan un flujo ordenado y legal, colocando en los primeros lugares de la agenda el respeto a los derechos humanos, y aquellas otras que ven a sus respectivos países como fortalezas asediadas por hordas de extraños concebidos como depredadores de costumbres, relaciones sociales, códigos de identidad. Y nunca dejan de gravitar sobre las políticas las percepciones que sobre la migración tienen diferentes grupos de las sociedades receptoras. (Ver: Lelio Mármora. Las políticas de migraciones internacionales. Paidós. Buenos Aires. 2002).
En un mundo de naciones asimétricas, cargadas de robustas identidades, la construcción de un "nosotros" contrapuesto a "los otros" nunca deja de estar presente. Se trata de una de las edificaciones más persistentes porque se alimenta de todo un arsenal de signos de pertenencia (idioma, religión, color de la piel, usos y costumbres y súmele usted), y porque la reproducción misma de las relaciones sociales, de manera inercial, los exalta todos los días (la música, los equipos deportivos, la comida, el vestuario, "la forma de ser", los enfrenta a las manifestaciones ajenas). En ese marco la explotación de los prejuicios contra el extranjero es siempre un recurso barato (digno de demagogos), a la mano, sencillo, "eficiente", porque conecta sin problemas con las pulsiones nacionalistas de los públicos o clientelas. "Nos invaden los otros", clama el jilguero y recibe el beneplácito de sus votantes.
Preocupa, por supuesto, la imagen que se construye del extranjero. No se trata de un semejante con derechos, sino de un extraño que desplaza del trabajo a los nacionales auténticos, que recibe beneficios sin pagar impuestos y que es generador de actos delincuenciales al por mayor. Ese estereotipo, explotado por políticos chovinistas, puede arrojar algunas ventajas para ellos en el corto plazo al fomentar las pulsiones más primitivas de los electores, pero acaba construyendo ambientes de odio e intolerancia alarmantes.
Ése es (creo) el tema mayor que pone sobre la mesa la reforma migratoria en Arizona: el acoso, la persecución, los abusos de autoridad contra todos aquellos que generen una "sospecha razonable" de estar en ese estado sin papeles (y que por supuesto se parecen -y mucho- a otros que sí tienen papeles), así como el apoyo que esas iniciativas reciben de ciudadanos del común que piensan y sienten que se encuentran asediados por extraños que están modificando sus formas de convivencia.
No obstante, la asimetría entre México y Estados Unidos es y seguirá siendo (por lo menos por un buen rato) la causa principal de que miles y miles de conciudadanos marchen al norte con y sin papeles. Esa expulsión masiva, que se convierte en una puerta de escape para quienes no encuentran trabajo ni un futuro digno aquí, debería ser uno de los temas fundamentales de nuestra agenda.
La migración mexicana hacia Estados Unidos además -dice Perogrullo- se alimenta de nuestra colindancia y del poder de atracción de su economía y del pírrico o nulo crecimiento de la nuestra. Si a ello le sumamos que la información (objetiva o distorsionada en este caso no importa) que fluye por los medios, las redes familiares y de amigos, genera fuertes expectativas, podremos tener una noción de por qué esas masivas oleadas migratorias no se detendrán a pesar de todo.
Pero si bien los ríos de personas que cruzan la frontera difícilmente podrán ser cancelados, lo que resulta inescapable es el diseño por parte de Estados Unidos de una política capaz de hacerse cargo de los derechos humanos de todos aquellos que pisan su territorio. Habría que pensar cómo lograr que esos "otros" se integren al "nosotros", más que seguir alimentando esa dinámica perversa de enfrentamientos.
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