martes, 11 de mayo de 2010

HANS KUNG Y EL MILAGRO QUE NO LLEGÓ

JAVIER CORRAL JURADO

La prensa vaticanóloga se dividió en dos grandes pools de cobertura mediática cuando se eligió a Joseph Ratzinger como nuevo Papa de la Iglesia Católica. Uno estaba en Roma, junto a la chimenea por la que salió el humo blanco. El otro estaba en Tubingen, Alemania, donde Hans Küng, el teólogo suizo que desde 1979 se había enfrentado con el nuevo Pontífice, leía un pequeño texto en el que dio su punto de vista. Küng no arremetió en contra de quien fuera su amigo y compañero perito de los proyectos y los debates conciliares, pero que luego se convirtió en su más decidido perseguidor. Aunque se mostró decepcionado, Küng tuvo palabras de aliento para el nuevo jefe de la Iglesia: “Hay que darle tiempo”. Propuso que, “habría que conceder a los nuevos Papas 100 días, igual que se hace con los presidentes de EU”, y marcó los retos del nuevo pontificado: “Tendrá que acometer tareas descomunales que su predecesor no ha resuelto y que llevan mucho tiempo estancadas. Entre ellas, fomentar activamente el ecumenismo de las iglesias cristianas, implantar la colegialidad entre el Papa y los obispos así como esa descentralización de la dirección de la Iglesia y garantizar la igualdad de derechos entre hombres y mujeres dentro de la Iglesia”. Küng basó su esperanza en que al ser nombrado Papa, Ratizinger actuaría como padre, que alberga y da cobijo a todos sus hijos. “La experiencia nos enseña que ocupar el lugar de Pedro en la Iglesia católica de hoy en día supone un reto capaz de transformar a cualquiera”, fue la apuesta que hizo por el milagro de devolver al cardenal Ratzinger a sus posiciones reformadoras originales, en las que incluso postulaba una obediencia racional al sumo pontífice: "por encima del Papa se halla la propia conciencia, a la que hay que obedecer incluso en contra de lo que diga la autoridad eclesiástica", como escribió en 1968. Ese gesto, propició que volvieran a cruzar palabra, como no lo habían hecho desde 1979 cuando a Küng se le privó del título de profesor de teología católica por discutir la infalibilidad papal y la doctrina sexual de la Iglesia. Mediante la publicación de su libro ¿Infalible?, una pregunta, Küng rechazó la infalibilidad pontificia y criticó lo que considera “falta de libertad” en la Iglesia. La respuesta del Vaticano fue dada por Ratzinger, que en ese momento era Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fé, quien le prohibió seguir enseñando teología. En la residencia veraniega del Papa se encontraron los dos teólogos por más de cuatro horas en septiembre de 2005. Hubo un escueto boletín que dio cuenta de un diálogo cordial y sincero, y el reinicio de sus conversaciones sobre las diferencias doctrinales en diversas posturas de la Iglesia. Hace dos semanas parece haber culminado esa tregua. Al cumplirse el quinto año del pontificado de Ratzinger, el fundador del Foro para una Nueva Ética Mundial, ha pedido a todos los obispos a que promuevan la convocatoria para un nuevo Concilio, o por lo menos, un sínodo de Obispos representativo, ante lo que el advierte es “la peor crisis de credibilidad de nuestra Iglesia, desde la Reforma”. Dice: “Mis esperanzas, y las de tantos católicos, de que el Papa pueda encontrar su manera de promover la renovación continua de la Iglesia y la reconciliación ecuménica en el espíritu del Segundo Concilio Vaticano desgraciadamente no han sido cumplidas. Su pontificado ha dejado pasar cada vez más oportunidades de las que ha aprovechado [...] se perdió la oportunidad de hacer del espíritu del Segundo Concilio Vaticano la brújula para toda la Iglesia Católica”. Lo que más irrita a Küng, es la pederastia. “Surge una serie de escándalos que claman al cielo: la revelación de que varios clérigos abusaron de miles de niños y adolescentes en todo el mundo. Para empeorar las cosas, el manejo de estos casos ha dado origen a una crisis de liderazgo sin precedentes y a un colapso de la confianza en el liderazgo de la Iglesia. Las consecuencias para la reputación de la Iglesia Católica son desastrosas”. Luego el reto: “Reverendos obispos, deben hacer frente a la interrogante: ¿qué pasará con nuestra Iglesia y con sus diócesis en el futuro?”. Sería interesante saber qué opinan los obispos mexicanos de esta invitación; el extraordinario y valiente texto de Monseñor Abelardo Alvarado, del que ayer dio cuenta EL UNIVERSAL, ¿es una respuesta en esa línea? Ojalá así fuera.

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