Para México, Cuba siempre será una hermana; suceda lo que suceda, vengan y vayan, allá y aquí, los gobiernos que tengan que pasar, hay elementos culturales, históricos, demográficos y afectivos que nos unen a esa nación de un modo peculiar y con una intensidad especial. La evolución de nuestras relaciones se ha desarrollado al amparo de grandes movimientos mundiales que no siempre han favorecido la cercanía o el diálogo. Nuestras respectivas dinámicas internas también han sido el compás al que hemos tenido que construir nuestra presencia mutua. Hace unos años, amén de los terribles errores que en materia de diplomacia cometió el Ejecutivo federal en turno, el imperdonable e injustificable “comes y te vas” o la falta de respeto por las formas y los contenidos legales en los casos de extradición, marcaron un distanciamiento entre los gobiernos que no se ha cerrado del todo pero que, además, son sólo la punta de un iceberg de mayores dimensiones. Para ambos pueblos, los tiempos históricos habían cambiado y nuestra amistad política —nacida y mantenida al amparo de la Guerra Fría— enfrenta la formación de nuevos parámetros y condiciones que no hemos logrado completar. La izquierda en el mundo tuvo que replantearse por completo una vez caída la Cortina de Hierro y muerta la Unión Soviética. Los gobiernos que hicieron heroica resistencia a ese fenómeno histórico también tuvieron que adaptarse a la nueva realidad y Cuba, hay que reconocerlo, ha fracasado en esa nueva conformación. Hoy por hoy, donde no hay democracia no hay derechos humanos, pues sólo en donde todos intervienen en la toma de decisiones existen auténticas formas de defender los derechos. Nosotros mismos nos encontramos en ese proceso de ciudadanización, de fortalecimiento democrático y de respeto por los derechos fundamentales. Podemos decir que una parte importante de nuestros problemas deriva de los retos para romper inercias, prácticas y valores de otros tiempos y, de Cuba, podría esperarse lo mismo. Sobre todo, porque el valor más sagrado para la vida política, la interna y la internacional, es la libertad de palabra, ya que es a través de ella como se construyen la crítica y el diálogo. Si a cada expresión crítica, el gobierno cubano responde con una andanada de descalificaciones, poco favor se hace en su proceso, no digamos revolucionario, sino de simple sobrevivencia, y muchos en el mundo queremos bien a Cuba y por eso debemos señalar lo que no nos parece correcto. Cuba y México vivieron juntos el lento y largo proceso de la Guerra Fría y se prestaron mutuos servicios frente al enorme poderío de Estados Unidos. Hoy, el escenario es distinto y, si la Unión Americana sigue teniendo un poder casi omnímodo, las formas de resistirlo y hasta combatirlo son distintas a las de otros tiempos. Tenemos la obligación de seguir haciendo la historia, en el mismo hemisferio y en la misma lengua. Esperemos que tanto cubanos como mexicanos encontremos el nuevo compás histórico para nuestros respectivos cambios y, más, para nuestra amistad que, por sí misma, vale una historia. Y que, pronto, muy pronto, Cuba pueda encontrar su propio camino a la democracia y a la libertad.
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