La ciudad no es una sino una infinidad de espacios, personajes, estados de ánimo, que se conjugan hasta construir un mural indescifrable que se enfrenta a los códigos de interpretación de cada uno de nosotros. La otra opción es vivirla como sonámbulo. Y Monsiváis (Apocalipstick, Debate, México, 2009, 417 págs) entrega algunas llaves para adentrarse en sus calles, antros, plazas, medios de transporte, zonas vedadas y súmele usted. En ese laberinto lo mismo aparece "el miedo y la sensación de agobio" que las áreas para el reventón y el relajo, las fórmulas a través de las cuales se expresan reivindicaciones y sensibilidades modernas (feministas, ecologistas, gays) que las pulsiones que quisieran conjurar las desviaciones de la "moral", estampas de la siempre imposible historia de la noche citadina y retablos de la cultura popular. El Metro es al mismo tiempo medio de transporte masivo, "frotadero de almas en el vagón", punto de encuentros casuales y zona de permisividad obligada. La muchedumbre invade el espacio que no tiene capacidad de expansión. Y luego se desborda por las calles y las plazas. Haciendo que el espectáculo se desplace del cine, la radio o la televisión a esas arterias donde deambula un zoológico humano al que se le pueden endilgar los más diversos adjetivos, pero sin prescindir de los consagrados: colorido, diverso, intimidante. Esas multitudes comparecen en el Zócalo, la Basílica, los estadios, para reconocerse a sí mismas, ofrecerse una identidad, un sentido. Y los recintos tienen capacidades pre establecidas, limitadas, finitas; mientras la masa se agolpa. Por ello, "una cola es la distancia más corta entre la paciencia y la disolución del Yo". Por su parte, las colonias residenciales, ghettos para minorías, refugios contra las multitudes, filtros y bardas para colocar al otro lado a los "indeseables", se convierten en islas amagadas por un mundo ajeno y cercano. Y un halo acompaña las transformaciones de las vidas públicas y privadas. El proceso de secularización que va dejando como un referente secundario a las prescripciones religiosas para abrirle paso a la autonomía de las decisiones. Del cinturón de castidad a la píldora anticonceptiva, del temor al infierno al uso sistemático del condón. Roma -dicen y dicen una obviedad- no se construyó en un día y la ciudad de México menos. Desde el sexenio de Miguel Alemán y su culto al progreso, al enriquecimiento súbito y para qué explicado, con sus noches cosmopolitas y sus rumberas, modifican usos y costumbres de los nuevos ricos, los políticos en ascenso, los hombres y mujeres de las sombras. Y en el mismo tiempo pero en distinto lugar -but of course-, los pobres urbanos, los trabajadores, acuden a tugurios, pulquerías, cantinas, cabarets, y de cuando en cuando "sus pleitos a cuchilladas donde los instrumentos cortantes hacen las veces de alegatos judiciales", dejan un saldo rojo (exacta extrapolación de las finanzas familiares a los desenlaces fúnebres). En ese ambiente abigarrado lo mismo surgen proyectos de "una revista de fomento de la aristocracia" que representaciones de la pasión de Cristo, masas encueradas que irrumpen en el Zócalo gracias al llamado de un fotógrafo célebre que la emergencia de nuevas carreras, como la de Licenciado en Pasarela. No importa que algunos capítulos intenten dar cuenta de ese magma inasible al que algunos llaman realidad o que otros estén construidos por el ingenio del autor, el conjunto resulta expresivo de una ciudad que se desdobla en clases, gremios, grupos, pandillas que incluyen a las niñas bien y los travestis, los vendedores ambulantes y los faquires de la calle, los ambientalistas y la izquierda, los galanes y galanazos y las damas de la noche. Hay lugar para todos y cuando de verdad concurren no hay lugar para nadie. De manera pasmosa la libertad de expresión -que incluye la de manifestación- entra en contradicción con los presuntos derechos de terceros, los automovilistas que quedan petrificados en Reforma, Insurgentes o el Periférico. "El tránsito (entonces) reeduca en las virtudes del aguante". El ambulantaje, por su parte, se expande "y hace suyas las plazas, los altos en las esquinas, los vagones del Metro..." y construye una ciudad paralela a la de la "formalidad". Producto de la falta de crecimiento, de las migraciones, del no empleo y la no educación para millones de jóvenes, el mundo del comercio informal se convierte en un universo masivo que de manera nostálgica e irónica recuerda a los tianguis prehispánicos, pero que no es más que la constatación rotunda del estancamiento de la economía. Pero no se achicopale. Súmese -y no pregunte si se puede, porque querer es poder- a la "corriente de consolación mágica" de la autoayuda. Libros abundan, autores también. Se trata de desear y de manera inmediata tener, si usted sigue las recomendaciones de... que ha descubierto la fórmula para "hacerse de una mentalidad de vencedor renovando el guardarropa". Un caleidoscopio fecundo, encendido, sagaz y triste: mucho movimiento, no vamos a ninguna parte.
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