viernes, 23 de abril de 2010

TRABAJADORAS DOMÉSTICAS

JOSÉ WOLDENBERG

Hay realidades oprobiosas a las cuales por la fuerza de la rutina nos acostumbramos. Como si la capacidad de indignación se encontrara dormida a fuerza de toparse con situaciones que parecen eternas e inamovibles. Las sociedades se adaptan a todo. No es cierto que los imperativos éticos las conmuevan. Se mira hacia otro lado y se conjura lo que puede resultar "incómodo".
Es el caso del trabajo doméstico, expresión elocuente de las desigualdades que modulan nuestra coexistencia y que construye ciudadanos de diferentes categorías: unos capaces de apropiarse y ejercer todos sus derechos y otros segregados de los mismos. En México y América Latina suman legiones las mujeres empleadas en los hogares que reciben muy bajas remuneraciones, carecen por completo de derechos y su trabajo, en no pocas ocasiones, acarrea abusos y franca discriminación. Es una realidad conocida por todos, pero aceptada -pasivamente- por casi todos.
1.78 millones de mujeres se dedican al trabajo del hogar y sólo 2 mil hombres hacen lo mismo. "El 96 por ciento de las empleadas del hogar no tienen acceso a servicios de salud... y casi el 80 por ciento carece de prestaciones laborales". En América Latina y el Caribe son 12 millones las que laboran en casas ajenas y representan el 14 por ciento de las mujeres ocupadas. Es decir, por si usted lee esto en Varsovia, no se trata de un asunto marginal. Y en nuestro país, 1.3 millones de hogares tienen empleadas domésticas, se trata del 5.1 por ciento de los hogares. Trabajan aproximadamente 50 horas a la semana y el 86.7 por ciento de ellas gana menos de dos salarios mínimos. En 2003 el 11.4 por ciento era hablante de una lengua indígena. La inmensa mayoría son de "entrada por salida", pero el 11.8 por ciento labora de planta, vive en los hogares donde trabaja. Toda esa información está contenida en el informe que el 26 de marzo presentó el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred).
Se trata de una realidad conocida, implantada, cotidiana que, no obstante, parece emitir un sedante que nubla la capacidad de observar la profunda indefensión laboral en la que literalmente transcurre la vida de cientos de miles de mujeres en nuestro país. Por ello resulta importante que el Conapred aborde el tema y haga un más que pertinente llamado de atención.
Se sabe: en la mayoría de los casos no existe contrato escrito alguno, de tal suerte que la discrecionalidad por parte de los empleadores marca las relaciones entre las partes. Se sabe: se trata de un empleo aislado y aislante, "invisible", que multiplica la desprotección. Se sabe: muchas de las empleadas domésticas son menores de edad. Se sabe: suelen tener baja o muy baja escolaridad. Se sabe: muy pocas tienen una cobertura de salud. Se sabe: los humores de los patrones suelen ser cambiantes y quienes lo resienten son "sus" trabajadoras.
La relación entre empleadas y empleadoras suele estar marcada por la asimetría. Y en no pocos casos por la franca discriminación. Los círculos de prepotencia e indefensión, de abuso y resignación pueden ilustrarse todos los días. Y en ese ambiente los presuntos derechos de las trabajadoras simplemente son letra muerta. A pesar de un capítulo especial en la Ley Federal del Trabajo, derechos elementales como la jornada máxima, los días de descanso obligatorio o la prohibición del trabajo para los niños no se cumplen, para no hablar del acceso al Seguro Social o al Infonavit.
La dispersión en la que laboran, su falta de organización, las carencias en la legislación del trabajo, la inexistencia real -no formal- de autoridades en la materia tienden a reforzar su indefensión, su vulnerabilidad. Son una de las franjas de trabajadoras más desprotegidas.
Y a los obstáculos "naturales" que existen para su organización hay que agregar la escasa visibilidad pública que tiene el problema. Los medios masivos de comunicación (casi) no atienden el asunto, imagino porque se le piensa como algo connatural a sociedades como las nuestras. Y en las tomas de posición políticas muy pocos hacen alusión al tema. Ni siquiera en las campañas electorales, cuando los candidatos requieren de los votos de sus conciudadanos y entonces prometen "el oro y el moro", aparece la situación de las trabajadoras domésticas.
Quizá habría que empezar por insistir -como lo hace el Conapred- en la reivindicación de contratos que reglamenten el trabajo asalariado en los hogares que deberían contener temas como los del periodo de prueba, el salario, la jornada laboral, las vacaciones, los días de descanso, el seguro social, el aguinaldo, las indemnizaciones. Se trataría de construir un marco para la existencia de relaciones menos asimétricas y más justas.


Porque si la democracia es la forma de gobierno que teóricamente mejor garantiza el ejercicio de los derechos, aquí encontramos una más de las debilidades de la nuestra.

No hay comentarios: