jueves, 15 de abril de 2010

TEMOR A LA POLÍTICA

JOSÉ WOLDENBERG KARAKOSKY

Hace más de 50 años John Steinbeck escribió una sabrosa parodia de la política en la IV República francesa (El breve reinado de Pipino IV. Editorial Navona. Barcelona. 2008). Impactado por el fraccionamiento ideológico, la multiplicación de los partidos, la debilidad de los gobiernos, trazó una especie de fábula chusca. Recordemos que entre 1947 y 1958, durante la IV República, se sucedieron veinte primeros ministros a la cabeza de otros tantos gobiernos.
Steinbeck hacía alusión de manera irónica a la larga lista de partidos que habitaban la Asamblea Nacional: Conservadores Radicales, Radicales Conservadores, Monárquicos, Centro Derecha, Centro Izquierda, Ateos Cristianos, Cristianos Cristianos, Comunistas Cristianos, Proto-Comunistas, Neo-Comunistas, Socialistas, Comunistas (a su vez divididos en: estalinistas, trotskistas, jruschevistas). Mientras los monárquicos, cuyos conflictos estaban marcados, entre otras causas, "por el mantenimiento del honor, siempre tan frágil", se dividían en Merovingios, Carolingios, Capetos, Borgoñones, Orleanistas, Borbones, Bonapartistas y Cesarianos.
Una preocupación los unía: ¿cómo salir de la inestabilidad? ¿Cómo trascender el fraccionalismo? ¿Cómo edificar continuidad? ¿Cómo recuperar la unidad? La inestabilidad francesa era una especie de estabilidad, que le permitía afirmar a Lord Cotten, súbdito de la corona inglesa, que "en Francia la anarquía había sido perfeccionada hasta convertirse en reaccionaria".
En una de las múltiples crisis, el Presidente vuelve a llamar a los representantes de todos los partidos para acordar la formación de un nuevo gobierno. Pero tras siete días de debates y negociaciones no alcanzan ningún acuerdo. La gravedad de la situación se hace patente. Y es entonces cuando los monárquicos, un grupo pequeño pero disciplinado, tradicionalista pero no por ello menos oportunista, decide proponer la vuelta a la monarquía. El orador, "sugirió, incluso ordenó, que la monarquía fuera restaurada, de modo que Francia pudiera resurgir como el Ave Fénix de las cenizas de la República".
"Los líderes de los partidos quedaron mudos". Pero cada grupo empezó a encontrar buenas razones para ese retorno. Los comunistas querían la revolución y "cualquier cambio que la hiciera más factible era de innegable conveniencia". "Los políticos franceses estaban sumidos en la anarquía. (Y) es muy difícil rebelarse contra la anarquía ya que en el imaginario popular, mal entrenado para la dialéctica, revolución es anarquía". "Por lo tanto, resultaría muy conveniente... que la monarquía fuera restaurada. Sería un buen punto de partida y... aceleraría la llegada de la revolución". A los socialistas "les parecía obvio que un rey mantendría a raya a los comunistas. Y sin ese estorbo en el camino, ellos podrían lograr los cambios graduales por los que abogaban". "Los cristianos cristianos llegaron a la conclusión de que la familia real había sido siempre inequívocamente católica...". Los de centro derecha y centro izquierda se pusieron de acuerdo "porque un rey podría contener a socialistas y comunistas, y con ello, poner fin a las demandas de aumentos salariales y reducción de jornada". La Liga de Objetores de Impuestos también dio el sí porque vio la oportunidad para que los de centro derecha y centro izquierda pagaran impuestos y no ellos.
Cada quien por sus propias y muy buenas razones llegó a la conclusión de que la restauración de la monarquía era una buena opción. Y los políticos lograron que las olas de adhesión a ese regreso se multiplicaran. "Le Figaro, en un editorial de portada, argumentó que la dignidad y la integridad de Francia estarían mejor defendidas si su símbolo era un rey y no un modisto". La Asociación de Restauradores, que reunía a la alta costura y a las asociaciones de hoteleros, "entendía que como los americanos adoran la monarquía" se incrementaría el turismo y con ello el consumo. "Los granjeros, campesinos y aldeanos", tradicionalmente enemigos de todos los gobiernos, automáticamente estuvieron a favor del cambio. El Rey sería una entidad tutelar. Vería por el bien de todos y la armonía del reino. "Su Graciosa Majestad gobernará como un árbitro benevolente".
No resultaba fácil, sin embargo, encontrar al nuevo monarca. ¿De cuál de todas las líneas sucesorias? Al final optan por "la sagrada sangre de Carlomagno" y encuentran en un astrónomo aficionado, que vive de las rentas de algunos viñedos, al descendiente para ocupar el trono. Se trata de Pipino Arnulfo Héristal que vive con su mujer y su hija en el número 1 de la avenida de Marigny en París y que está llamado a convertirse en Pipino IV.
Una comisión de todos los partidos lo visita para trasmitirle la buena nueva. Y luego de explicarle que "Francia no ha logrado formar gobierno" y que "necesita una continuidad para mantener la seguridad por encima de partidos y facciones", Pipino tiene una primera reacción: "-Quizá la propia política es lo que nos atemoriza".

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