jueves, 8 de abril de 2010

CUBA Y MÉXICO, LOS PRIMEROS PASOS

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN

Cuba y México tienen una larga historia que contar. En tiempos de virreinatos, piratas y primeras instituciones, ambos fueron la puerta y la avanzada de aventureros, evangelizadores y portavoces del poder de la metrópoli. Adelantado en un paso, el territorio continental alcanzó primero la independencia y Cuba tuvo que pagar muy caro su privilegiado lugar como puerta de la América española. Para conservar su dominio sobre sus cada vez más exiguas colonias, España tuvo que ser especialmente represiva con Cuba para poder mantener en ella sus centros de operaciones políticas y militares sobre el continente. Y, así, en la medida que también EU comenzó a interesarse por el dominio de ese lugar estratégicamente privilegiado, comenzó la dinámica histórica de Cuba, la defensa constante de su integridad.
Esa tensión ha sido el motor de la historia cubana durante más de un siglo: proteger su integridad frente a la amenaza y la ocupación de Estados Unidos. Cualquier explicación respecto del devenir político de la isla tiene, necesariamente, que pasar por ese tamiz. Pero México estuvo siempre cercano a Cuba tanto en la guerra hispano-cubana contra EU —a la que los estadunidenses llaman the spanish american war, y suprimen el papel fundamental de Cuba en ella como en la de independencia. Cerca del pueblo y de Martí.
Martí fue más que un exiliado en México, fue un aprendiz de América: Su experiencia en el conocimiento del continente comienza en México y es aquí también donde conoce a su mujer y se casa. Escribe sobre el liberalismo mexicano y todo aquí le fue de apoyo a su causa independentista.
Ambos países entraron al siglo XX hermanados por dos tendencias ideológicas. Por un lado, la construcción del liberalismo como forma de entender y hacer política, y la construcción del Estado originario en Latinoamérica —idea central del pensamiento martiano— como una opción de crear la identidad al mismo tiempo que se creaba el poder político.
El lazo tendido entre México y Cuba tuvo como denominador común la oposición frente al poder expansionista de Estados Unidos. Durante la época de la ocupación de la isla y el chantaje que tuvo como resultado la Enmienda Platt, México fue lugar de refugio para muchos cubanos que debían entrar y salir de la isla conforme a las vicisitudes de la resistencia y de la lucha política. De ahí que los mexicanos estemos más que habituados a la presencia cubana entre nosotros y, más allá de eso, que exista un constante abrazo cultural entre ambas naciones a niveles de identidad compartida, como la música, la plástica o la comida, señas de identidad que se hace más patente en las regiones del Golfo de México. No es aventurado decir que los movimientos por la liberación de Cuba han gozado siempre de la simpatía y el apoyo de la sociedad mexicana.
La Revolución aquí, por su parte, constituyó una pausa en la historia de México como país de asilo y, al contrario, se convertiría en uno expulsor de sus ciudadanos hacia destinos como Estados Unidos, Guatemala y Europa —principalmente Francia, España e Inglaterra— pero estos últimos siempre a través de Cuba. Para muchas familias mexicanas, Cuba ese un punto obligado en su historia; para a nuestro país y la Revolución, la presencia de Cuba es un tema que merece ser tratado con detenimiento.
Si se considera que la revolución social cubana es el momento estelar de nuestras relaciones, ello lo es porque desde mucho antes las ligas de solidaridad ya estaban tendidas y porque nuestra comprensión de la realidad, la literatura y la historia de la isla están condicionadas por estos lazos de afecto que nos han unido desde los tiempos ya lejanos de la Colonia.

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