miércoles, 14 de abril de 2010

¿QUÉ QUEREMOS?

JORGE ALCOCER VILLANUEVA

Para los autoritarios la pluralidad es un fastidio. Obliga a discutir, a negociar, a ponerse de acuerdo con los otros, a oírlos; frena decisiones que, en los años dorados de la mayoría absoluta, se tomaban en un solo acto.Para los demócratas la pluralidad es una ventaja. Impide que alguien decida por sí y ante sí; obliga a considerar a los demás, a escucharlos y tomarlos en cuenta; a hacerlos partícipes de las decisiones.Los autoritarios reclaman el ¡hoy!; los demócratas saben esperar, apuestan al mañana.La democracia de nuestro tiempo sigue basada en el principio de mayoría que los inventores de esa vieja moda -los griegos- establecieron. Sólo que, como todo, la democracia evolucionó al paso del tiempo. Dejó de ser privilegio de hombres propietarios, hasta convertirse en derecho de todos. La humanidad tardó algo así como dos milenios para aceptar la igualdad de toda persona, sin importar diferencias de sexo, condición económica, educación, origen étnico o preferencias de cualquier tipo.En la segunda mitad del siglo pasado, emergieron reclamos y movimientos en pro de los derechos de las minorías. La mayoría tiene derecho a decidir, pero debe considerar, al menos, la opinión y propuestas de los otros, es decir, de los que opinan diferente. Luego vinieron leyes y tratados internacionales que establecieron límites al ejercicio de la mayoría, empezando por la protección de los derechos humanos. Tener mayoría dejó de ser, ante la comunidad internacional, carta de impunidad para cancelar o limitar esos derechos.En Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, los sistemas electorales fueron cambiando para dar acceso a las fuerzas proscritas por el autoritarismo imperante en los años previos. Los partidos comunistas fueron legalizados y para los parlamentos se introdujeron fórmulas de acceso para asegurar la participación de minorías.Una nueva doctrina sobre la relación entre derechos de la mayoría y de las minorías empezó a surgir en el mundo democrático. Contra ella se alzaron la visiones totalitarias que seguían -siguen- postulando la doctrina del pueblo unido. En la primera década del nuevo siglo la visión de la pluralidad y la más amplia participación de expresiones políticas dominaron el escenario.El reto de las democracias que adoptan el paradigma de la pluralidad y la representación fundada en la soberanía del voto es construir reglas que hagan posible la eficacia de los gobiernos, sin sacrificar la representatividad de los ciudadanos.En México llevamos más de tres décadas en ese empeño. Hemos construido un sistema que pasó de la exclusión a la inclusión; del autoritarismo a la pluralidad; del presidencialismo despótico al equilibrio (todavía precario e ineficiente) de poderes. En ese camino, gradual e incierto, se han abierto senderos indeseables, como el que vivimos por la feudalización de los poderes locales que, en ausencia del poder presidencial, han tomado carta de naturalidad, contraria a toda lógica democrática y republicana.Demoler al Congreso es el deporte favorito de no pocos que añoran los tiempos idos, señalándolo como el presunto responsable de todo lo malo que a México le ocurre.Sin embargo, una vez más, en el Senado se prueba que es posible construir acuerdos trascendentes. La aprobación el jueves pasado, por unanimidad, del dictamen en materia de derechos humanos, primer bloque de cambios asociados a la reforma política, da constancia de que la voluntad reformadora está presente y actuante en esa Cámara.Tal reforma es la más profunda que se haya realizado en la materia; de ser aprobada por la Cámara de Diputados y las legislaturas estatales, colocará a México a la vanguardia en normas protectoras y promotoras de derechos humanos.Esa reforma requirió más de dos años de trabajo, de diálogo y debate, pero las comisiones dictaminadoras han entregado un buen resultado, incluso dejando claramente establecido el contexto y alcance en el que, dentro del artículo 29 reformado, se utiliza el término "derecho a la vida".La pluralidad vuelve a probar su valor, también su eficacia, para propiciar grandes acuerdos.¿Qué queremos en los años por venir?

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