"¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de la paciencia nuestra? ¿Hasta cuándo este furor tuyo nos eludirá? ¿Cuándo finalmente será frenada esta audacia?" Palabras iniciales de la primera Catilinaria de Cicerón y que hoy, a mi juicio, se le podrían dedicar al gobierno. ¡Ya basta! "¡Si no pueden que renuncien!", es el grito de Alejandro Martí. Las reclamaciones, los alaridos de angustia, de dolor, de desesperación, son cosa de todos los días, igual que el inicuo derramamiento de sangre. Pero la respuesta de los que gobiernan se puede resumir en las siguientes palabras del Secretario de Gobernación: "La violencia es un fenómeno dinámico y seguirá siendo un fenómeno dinámico por algún tiempo, tenemos que estar listos todo el tiempo, todavía no podemos desterrar la violencia de este país". Afirmación dicha unas horas después de la tragedia de hace ocho días, en plena mañana, en la avenida costera Miguel Alemán del puerto de Acapulco, donde perdieron la vida varios civiles y entre ellos una niña de apenas ocho años de edad. En Cuernavaca, la Ciudad de la Eterna Primavera, que para muchos es tradicionalmente una ciudad serena, tranquila, de reposo emocional e intelectual, ya hubo en un puente vehicular cuerpos colgados y acribillados, decapitados, lo mismo que balaceras y muertos en la guerra (¡sí, guerra!) contra el narcotráfico y entre narcotraficantes; y el pasado fin de semana se divulgó en internet que se tomaran precauciones porque iban a ser días sangrientos. La consecuencia fue que el viernes y el sábado por la noche la ciudad estuvo medio vacía. ¡Para qué enumerar la lista tétrica del desastre que vive el país! Hay acuerdos, pactos, convenios, con el objeto de juzgar aquí o allá, en México o en los Estados Unidos, los crímenes que suceden en la zona fronteriza y que son causados por los traficantes de drogas mexicanos. ¿En qué proporción, en qué número, cómo, de qué manera? ¿Qué hay entonces con los principios de territorialidad, de defensa, de personalidad y de espacialidad de la ley penal consagrados en los artículos 1º, 5º y 20 del Código Penal Federal ("leges non obligant extra territorium")? "La condena sufrida en el extranjero se tendrá en cuenta si proviniere de un delito que tenga este carácter en este Código o leyes especiales", se lee en el artículo 20 del Código Penal Federal. ¿Se ha cuidado o se cuidará la vigencia de tal principio? Pero... "la violencia es un fenómeno dinámico, tenemos que estar listos todo el tiempo, todavía no podemos desterrar la violencia de este país". Véase por donde se vea la anterior declaración es de impotencia. Menudo consuelo para los familiares de las víctimas inocentes, que desde luego no viajan en aviones oficiales, ni en automóviles blindados, ni con escoltas de seguridad (ni tampoco aquellas viajaron así). ¿Listos todo el tiempo? Mejor me quedo en mi casa y no salgo de ella. ¿Es posible? Por cierto, escolta es, según el Diccionario, "persona o conjunto de personas que protegen a determinadas personalidades, en previsión de posibles atentados". Claro, uno no es una "personalidad", o sea, una persona de relieve, que destaca en una actividad o en un ambiente social; o si lo es no es una estrella de cine, de televisión o alguien parecido que paga una escolta u otra clase de protección personal. Uno es el pueblo agotado y afligido, indefenso. ¿Pueblo soberano? Pero... "tenemos que estar listos todo el tiempo". Suena a ironía por no decir que a ofensa, ya que es casi, casi, un "defiéndase como usted pueda".
Ahora bien, por supuesto que el gobierno no es el responsable directo de lo que pasa ni hay una relación de causalidad eficiente entre él y las víctimas inocentes de esta tragedia, aunque de lo que es responsable es de una mala política, de una mala estrategia en la especie. Se reconoce que han transcurrido lustros y más lustros de ineptitud, torvas complicidades, corruptelas, descaros e indiferencias cuya crónica llenaría anaqueles enteros. Algo vital se ha destruido. Es fácil destruir y muy difícil construir. Roma no se hizo en un día. Sin embargo hay que comenzar a construir de verdad. Ello no resolverá el problema ni amenguará el impacto terrible de la violencia. Será un primer paso, un ladrillo en la construcción; y si hay en la sociedad mexicana instinto de sobrevivencia la obra no se detendrá. No se detendrá si el pueblo exige que se siga adelante. Por eso es de excepcional importancia que se cambie de política y de estrategia. Consterna ver que la esperada y anhelada solución para detener o controlar esta espantosa ola de violencia depende de autoridades confundidas, equivocadas, incapaces de iniciar acciones que vayan frenando la matanza. O que de plano nos digan lo que Churchill al Reino Unido en la última conflagración mundial: "Nada puedo ofrecer más que lágrimas, sudor y sangre". ¿Y el pueblo soberano? Inerme, abrumado, aterrorizado, porque ir al trabajo, salir a la calle o vacacionar implica un riesgo. Incluso de Washington han llegado noticias en el sentido de que en altos círculos de poder se pide la intervención del Pentágono habida cuenta de la incapacidad de México (léase de su gobierno). Incapacidad basada a mi juicio en la continuidad de una estrategia equivocada. Se anuncian cambios pero han sido pocos, insignificantes. Se persiste en una Política Criminal que va perdiendo espacio confrontada con la realidad. Y hoy se admite que "la violencia es un fenómeno dinámico", que "tenemos que estar listos todo el tiempo" y que "todavía no podemos desterrar la violencia". ¿Hasta cuándo? No se sabe y no vemos que la batalla (¡sí, batalla!) se vaya ganando o que las fuerzas del gobierno se emparejen con las del enemigo. Los equivocados no perciben que la paciencia del pueblo tiene un límite, los políticos ambiciosos aprueban -a veces condicionadamente- las medidas que han fracasado. Los acuerdos, las transacciones, proliferan en medio del baño de sangre. ¡Que inflen el globo hasta que reviente! ¿Eso querrán? "¿Hasta cuándo, Catilina, hasta cuándo?" No se trata de criticar por criticar sino de ejercer el derecho, el sagrado derecho, de opinar en defensa propia. Es lo menos que debemos hacer y cualquier politólogo de mediano alcance entendería que el contraste entre el gobernante y el gobernado presenta en los días que corren claro obscuros dramáticos. En efecto, es como si nos dejaran solos, aislados, indefensos. Los mandatarios no responden a los intereses del mandante.
¿Hasta cuándo, Catilina?
Ahora bien, por supuesto que el gobierno no es el responsable directo de lo que pasa ni hay una relación de causalidad eficiente entre él y las víctimas inocentes de esta tragedia, aunque de lo que es responsable es de una mala política, de una mala estrategia en la especie. Se reconoce que han transcurrido lustros y más lustros de ineptitud, torvas complicidades, corruptelas, descaros e indiferencias cuya crónica llenaría anaqueles enteros. Algo vital se ha destruido. Es fácil destruir y muy difícil construir. Roma no se hizo en un día. Sin embargo hay que comenzar a construir de verdad. Ello no resolverá el problema ni amenguará el impacto terrible de la violencia. Será un primer paso, un ladrillo en la construcción; y si hay en la sociedad mexicana instinto de sobrevivencia la obra no se detendrá. No se detendrá si el pueblo exige que se siga adelante. Por eso es de excepcional importancia que se cambie de política y de estrategia. Consterna ver que la esperada y anhelada solución para detener o controlar esta espantosa ola de violencia depende de autoridades confundidas, equivocadas, incapaces de iniciar acciones que vayan frenando la matanza. O que de plano nos digan lo que Churchill al Reino Unido en la última conflagración mundial: "Nada puedo ofrecer más que lágrimas, sudor y sangre". ¿Y el pueblo soberano? Inerme, abrumado, aterrorizado, porque ir al trabajo, salir a la calle o vacacionar implica un riesgo. Incluso de Washington han llegado noticias en el sentido de que en altos círculos de poder se pide la intervención del Pentágono habida cuenta de la incapacidad de México (léase de su gobierno). Incapacidad basada a mi juicio en la continuidad de una estrategia equivocada. Se anuncian cambios pero han sido pocos, insignificantes. Se persiste en una Política Criminal que va perdiendo espacio confrontada con la realidad. Y hoy se admite que "la violencia es un fenómeno dinámico", que "tenemos que estar listos todo el tiempo" y que "todavía no podemos desterrar la violencia". ¿Hasta cuándo? No se sabe y no vemos que la batalla (¡sí, batalla!) se vaya ganando o que las fuerzas del gobierno se emparejen con las del enemigo. Los equivocados no perciben que la paciencia del pueblo tiene un límite, los políticos ambiciosos aprueban -a veces condicionadamente- las medidas que han fracasado. Los acuerdos, las transacciones, proliferan en medio del baño de sangre. ¡Que inflen el globo hasta que reviente! ¿Eso querrán? "¿Hasta cuándo, Catilina, hasta cuándo?" No se trata de criticar por criticar sino de ejercer el derecho, el sagrado derecho, de opinar en defensa propia. Es lo menos que debemos hacer y cualquier politólogo de mediano alcance entendería que el contraste entre el gobernante y el gobernado presenta en los días que corren claro obscuros dramáticos. En efecto, es como si nos dejaran solos, aislados, indefensos. Los mandatarios no responden a los intereses del mandante.
¿Hasta cuándo, Catilina?
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