miércoles, 14 de abril de 2010

CONGRESOS DE CHOCOLATE

RICARDO BECERRA LAGUNA

Fue Timothy Garton Ash quien dio a conocer un informe importante bastante reciente encargado por la Cámara de los Comunes: “¿Quién gobierna? Formando gobiernos de minoría en un Parlamento sin mayoría” (2009), redactado por R. Blackburn, R. Fox, O. Gay y L. Maer. Es una investigación denodadamente empírica, muy británica, rigurosa, carente de circunloquios.
Una sucesión de datos documentan la relación histórica entre economía y política verificable en Inglaterra, Irlanda, Gales, Escocia y como referentes sistemáticos, los países desarrollados suscritos a la OCDE.
El texto se levanta sobre tres patas lógicas expuestas más o menos así: 1) para crecer, en respuesta a cambios profundos de la dinámica económica; 2) para realizar reformas estructurales de grandes consecuencias, 3) ¿qué tipos de gobiernos se han mostrado más eficaces en los últimos 40 años? O sea, justamente el debate presentísimo en México.
Y las conclusiones no podían ser más decepcionantes para los que ven en el pluralismo y la fragmentación de la representación la razón del anquilosamiento en el circuito de decisiones institucionales. Resulta que la evidencia, el mayor número de casos, es exactamente la contraria.
Cito el informe: “Siete de las 10 mayores consolidaciones fiscales llevadas a cabo en los países de la OCDE desde 1970 se han producido bajo gobiernos de coalición.
En Alemania el gobierno de coalición es una constante permanente y es, al mismo tiempo, la economía más fuerte de Europa” (p.14). Contrario sensu: “Grecia ha caído en un precipicio fiscal con puros gobiernos mayoritarios, de un solo partido”.
Los casos más exitosos de “reformas estructurales” serias y profundas —esos que abren la avenida para todas las demás reformas— han sido escenificados en Bélgica (dos veces), Dinamarca, Finlandia, Italia, Noruega y Suecia, mediante gobiernos de coalición compuestos por dos o más partidos.
Así que deberíamos ir con más cuidado. Me temo que la añoranza por un gobierno “fuerte”, que “debe ganar todo si gana la presidencia” no sólo emana de una turbación autoritaria (lo que la votación no te dio, te lo dará una fórmula legal, gratis) sino que es, además, un error político.
Vuelvo al informe británico: por definición “un gobierno de minoría debe hacerse de una red de apoyos y de intereses más amplia que su base electoral de origen. Y esa construcción política, es la que produce una responsabilidad compartida por sectores más amplios de la sociedad. Por lo tanto, es capaz de enfrentar y asumir decisiones más valientes” (p.2). ¿Decisiones más valientes? Típicamente, la consolidación fiscal.
Todo esto quiere decir que los gobiernos modestos, cuya mayoría no es electoral sino edificada por la negociación desde el Parlamento, son incluso mejores en el ránking mundial de las anheladas reformas estructurales.
Y son mejores porque “no son plebiscitarios, ni polarizan la agenda del gobierno”, es decir, no pueden ignorar el continente plural que tienen enfrente y, por el contrario, quedan obligados a intentar la cuidadosa elaboración de una propuesta que abarque a otros.
En gobiernos de coalición, sigue el reporte, las fuerzas políticas coaligadas “se autocondenan a tener éxito y a luchar hombro con hombro para tomar decisiones difíciles y promover cambios amplios en las áreas críticas”.
Muy recientemente los democratacristianos y los socialdemócratas alemanes dieron el ejemplo: la fuerte caída del PIB debida a la crisis empujó al desempleo a sólo 37 mil personas y, en medio del crack financiero universal, se acercó a la meta europea de déficit público (3% del PIB) porque el IVA fue incrementado en tres puntos.
No sólo eso: merced a la coalición, el Bundestag aprobó la mayor reforma constitucional desde su creación en 1949. El paquete introdujo cambios radicales en las relaciones competenciales entre el Estado federal y los länder, quizás, la más vieja asignatura de la política constitucional germana.
Los Congresos fuertes son el resultado natural de la política de coalición y admiten como irrevocable, al hecho social del pluralismo. Por el contrario, la ensoñación mayoritaria —hoy de moda solamente en México— presupone un Congreso de regalo, de chocolate, diríamos. No obstante es muy probable que esa mayoría congresual no encuentre reflejo y a la larga, tenga que medirse con la mayoría social, plural y desigual, que no quiso ni supo representar.
No sería extraño que nuestro debate político ignorara la experiencia del mundo; pero sí sorprendería —y mucho— que se olvidara lo que ya nos ha pasado, y a qué precio.
Los mexicanos mayores de 40, sabemos cómo nos va con gobiernos que acuden al Congreso como a un día de campo. Para escapar del autoritarismo, el país ensayó sucesivas cláusulas que, nos decían, aseguraban la gobernabilidad. Fue hasta 1996 que se removieron los artilugios legales y en definitiva, se abrieron las compuertas de la democratización.
Desde entonces, la realidad social y política, elección tras elección, se empecina en afirmar y echarnos en cara su perfil diverso y heterogéneo. Y lo que esa realidad sigue reclamando es abrir la competencia política, admitir el pluralismo y sobre todo, abrirnos a una era de política de coalición.

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