miércoles, 21 de abril de 2010

CASANDRA QUEDÓ ATRÁS

ROLANDO CORDERA CAMPOS

México vive un desequilibrio fundamental que no se podrá superar con una nueva onda de reformitis, así se dirija al campo de las relaciones políticas o laborales. La expresión más conspicua y reciente de este desbalance que afecta al corpus económico y social en su conjunto, nos la transmitió Enrique Quintana en Reforma, el lunes pasado, al reseñar el contraste entre las ganancias en la Bolsa de Valores, que el año pasado se incrementaron 30 por ciento, y el estancamiento, yo me atrevería a decir el declive, del salario medio.
Podrá o no tratarse de una miopía empresarial, pero hay que admitir que en el fondo estamos ante la presencia de una necedad estructural que nubla la vista de todos, hasta llevarnos a una mezcla nefasta de miopía y astigmatismo. Peor aún, terciaría el pesimista: se trata de un glaucoma furibundo que estrecha el campo visual y no nos deja ver más allá de nuestras narices.
Si este golfo entre la economía (las ganancias) y la sociedad (el empleo y el salario) se pusiera en el centro del debate actual sobre las reformas que “tanto necesitamos”, como suena de nuevo el retintín reformista, pronto o tarde, pero con creciente seguridad y madurez, el país entero llegaría a conclusiones y diagnósticos bien diferentes a los que hoy se arguyen en favor de la llamada reforma política o la peor bautizada reforma laboral, a la que para sorpresa de no pocos se prestó la diputación panista. De lo que se trata no es de darle mayorías al próximo presidente o paraísos laborales a un empresariado en punto de fuga, sino de recrear los mecanismos, organizaciones e instituciones que son necesarios para construir un nuevo equilibrio económico-social, que dé sustento y estímulo a una renovación política que no se alcanzará por la vía homeopática que el presidente Calderón y sus flautistas nos ofrecen. Sólo así, por lo demás, se avanzará en lo que en verdad se requiere con urgencia: una reforma del Estado que incluya un cambio sustancial en el régimen político hacia el parlamentarismo, donde los hombres serios y sabios que se han autoerigido en visires de la República encontrarían la respuesta racional a su angustia por la falta de mayorías.
La reforma propuesta por Calderón no nos pone en la dirección del cambio necesario en el sistema político, mucho menos del régimen y del Estado. La de Lozano, más bien nos pone en dirección opuesta a la mudanza requerida en las relaciones sociales, en todo caso edulcorada por su atención a algunas cuestiones importantes, como el empleo juvenil o los reclamos elementales provenientes de la inequidad de género.
Vistas como parte central del paquete ofrecido por el Presidente en septiembre pasado, no pueden sino entenderse como iniciativas destinadas a reforzar, pero ni siquiera a ampliar o diversificar, una estrategia de desarrollo que ha conducido al país, primero, al estancamiento estabilizador y, ahora, al pasmo desestabilizador más espeluznante que hayamos vivido en los tiempos modernos mexicanos. Es, así, una especie de salto de la muerte que por las circunstancias que vive el mundo será visto como suicida si en efecto se empeñan Calderón y los suyos en volverlo realidad.
No hay manera de imaginar “experimentos controlados”, de laboratorio, en esta materia. Pero sí puede adelantarse que con el primer paso que se diera en la dirección apuntada tendríamos encima una cantidad tal de efectos no buscados ni deseados que el proyecto, de haberlo, torcería el rumbo y la nación pronto iría a la deriva. Querer imponer mayorías artificiales con razonamientos forjados de una distorsión majadera de Descartes, o intentar someter a un yugo adicional a un mundo laboral debilitado al extremo, con organizaciones diezmadas y corroídas, es abrir una caja de Pandora de lucha de clases y conspiraciones políticas de y por el poder que México no merece y que, tal vez, no sea capaz de soportar como nación más o menos integrada.
De aquí la urgencia de darle un giro al debate y reclamar a partidos, dirigentes políticos y magnates una mínima vuelta al pragmatismo que cuando fue histórico nos permitió cursar tormentas sin escorar la nave demasiado y hasta aspirar a mejores plataformas para la existencia en común. A sus prefectos del punto de vista, basta con sugerirles como tema para la copa de la tarde que para este adolorido país Casandra quedó atrás.

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