A la memoria de Eduardo González.
El jueves dará inicio el congreso de refundación del PRD, fallido proyecto por dotar a las izquierdas de un espacio partidista común. Aunque en su historia oficial los antecedentes fueron borrados, cabe recordar que ese partido es beneficiario del registro legal obtenido en 1978 por el PCM, que en noviembre de 1981 decidió disolverse para ir a la unidad con otras agrupaciones de izquierda, dando lugar al PSUM, que en 1986 encabezó un nuevo proyecto unitario, del que surgió el PMS, que finalmente entregó, en mayo de 1989, registro y patrimonio para hacer posible el surgimiento del PRD.Hay una enorme diferencia entre aquellas experiencias y la que está por dar inicio; en la década de los ochenta el objetivo era la unidad de las izquierdas en un solo partido, con principios, programa y reglas establecidas de común acuerdo entre agrupaciones que venían de trayectorias divergentes, pero compartían un ideario y una visión. La unidad se basó en pactos políticos fundados en el análisis sobre la situación de México y su inserción en el panorama mundial. El debate, la polémica, la confrontación, era entre corrientes de opinión, con representantes que ponían sobre la mesa ideas y propuestas, plasmadas en documentos que servían de base a la toma de decisiones.Los procesos unitarios del pasado contaron con la activa participación de personalidades de la izquierda, dirigentes sociales y políticos de larga trayectoria e intelectuales con reconocida influencia en el debate público. Arnoldo Martínez Verdugo, Heberto Castillo, Valentín Campa, Demetrio Vallejo, Ramón Danzós, Miguel Angel Velasco, Alejandro Gazcón Mercado, Gilberto Rincón Gallardo, entre los primeros. Enrique Semo, Roger Bartra, Carlos Pereyra, Rolando Cordera, José Woldenberg, Eduardo González, Adolfo Sánchez Rebolledo, enriquecían con sus escritos y opiniones las reuniones y debates partidistas de aquellos años.Ahora la mal llamada refundación del PRD será un ejercicio ante el espejo; una medición de fuerzas entre las tribus que coexisten bajo esas siglas, a las que une el financiamiento público, los cargos de elección y de gobierno, los puestos de dirección partidista, que dan acceso al reparto de prebendas, al beneficio personal y de grupo. La rebatiña interna se disfraza de lucha ideológica, en cuyo vórtice se encuentra el dilema sobre la conducta del PRD ante el titular del Poder Ejecutivo. ¿Debe el PRD admitir que Felipe Calderón es presidente de México, o debe mantener lealtad absoluta, disciplina casi lacayuna, al autonombrado presidente legítimo?El dilema enmascara el motivo que los divide, que no es sino el control del aparato partidista y por ende del manejo de los cuantiosos recursos que, pese a la debacle electoral de 2009, seguirán drenando desde el IFE hacia la tesorería central del PRD. Gracias a una propuesta de Jesús Ortega nos enteramos que las tribus se reparten, como botín, el financiamiento que reciben del erario, en función del número de afiliados y porcentajes que cada una detenta en el Consejo Nacional perredista, lo que explica que ese partido tenga más afiliados que votos.Las inercias, los intereses de las tribus, su alineamiento -o desencuentro- con López Obrador y su proyecto hacen imposible refundar al PRD; la unidad a toda costa sólo prolongará la crisis.Ha llegado el momento de preguntar, como hicieron los comunistas mexicanos en 1981, por el presente de la izquierda y si ésta tiene futuro. Hay que abrir al debate la fundación de un nuevo partido, empezando de cero; con un padrón de afiliados auténticos; con reglas internas para que las tribus no resurjan; con dirigentes electos a partir de la libre voluntad de los militantes; con representantes populares leales a sus electores y al partido. Un nuevo proyecto, sin tribus, caudillos o presidente legítimo.Lo mejor que puede hacer el PRD es colocar al servicio de lo nuevo el registro legal que dos décadas atrás el PMS le entregó sin condiciones; esa sería su mejor aportación para abrir paso a una izquierda con futuro.
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