DENISE DRESSER
Felipe Calderón víctima de un método antiguo de ejecución. Atado y clavado a una gran cruz, esperando una muerte lenta, estrujante, dolorosa. Obligado a cargar a cuestas -camino al patíbulo- con los errores de 11 años de gobierno panista. Colocado allí por una guerra contra el crimen que no provee los resultados deseados; por una economía que no despliega el dinamismo deseado; por una alternancia que ha sido fuente de persistentes inercias en lugar de grandes cambios. La crucifixión utilizada por los romanos ahora es emulada por los mexicanos, que han clavado al Presidente a una estaca. Un castigo infligido por acciones y omisiones que el Quinto Informe de Gobierno no logra sobremontar.
Felipe crucificado por los hombres entambados. Los cuerpos decapitados. Los militares acribillados. Los ciudadanos atemorizados. Los automóviles quemados. Los 45,000 muertos. Felipe cuestionado por un país donde las muertes sin sentido se han vuelto insoportablemente repetitivas. Donde se atacan los efectos, pero no las causas. Donde muchos critican la violencia que el narcotráfico produce, pero pocos hablan de la estructura económica, política y social que lo hace posible. Ese andamiaje de políticos que protegen a narcotraficantes y narcotraficantes que financian a políticos; de criminales organizados que lavan dinero e instituciones financieras que se benefician con ello; de sicarios que asesinan a policías y policías que les pagan para hacerlo; de jueces que se vuelven cómplices del crimen organizado y el crimen organizado que los soborna.
Felipe crucificado porque el Estado mexicano ha sido infiltrado por las fuerzas que dice combatir. Ese Estado mexicano que declara que va ganando la guerra contra los malos, cuando en realidad los alberga, como lo revela el caso de Jonás Larrazabal y los multimillonarios quesos que vendía. El narcotráfico se nutre de una vasta red, tejida a lo largo de los años para constreñir la rendición de cuentas. Vive de la corrupción compartida, del Estado de derecho intermitente, de la incapacidad de la clase política para hablar y actuar honestamente.
Felipe crucificado porque argumenta en su Quinto Informe que los operativos están dando resultados. Que vamos ganando aunque no parezca. Que la violencia es resultado de la eficiencia; el aumento en las ejecuciones es indicador de las interdicciones; la multiplicación de las muertes es evidencia de mano firme y no de mano ineficaz. Él y sus colaboradores cerrando los ojos ante fuerzas sociales y económicas demasiado arraigadas para ser combatidas tan sólo con más armas, más balas, más policías, más militares, más sangre en el suelo, más soluciones simplistas a problemas complejos.
Felipe crucificado por los problemas estructurales de un país con una sub-clase permanente de 50 millones de pobres. Con un sistema policiaco disfuncional. Con una corrupción que por conveniencia nadie quiere combatir. Con un sistema educativo demasiado maltrecho como para asegurar la movilidad social, y por ello la economía ilegítima del narcotráfico se vuelve la única solución para tantos mexicanos. Felipe atado por una una combinación de causas: patrones históricos, patrones intransigentes, patrones recalcitrantes que abonan el terreno para el crimen y quienes viven y se enriquecen con él.
Felipe crucificado porque sus acciones han estado encaminadas hacia una reconquista temporal de territorios tomados. Pero la posibilidad de un México más seguro y menos violento dependerá de la capacidad del gobierno para remodelar el andamiaje judicial, para reformar el aparato policial, para sancionar la corrupción en vez de solaparla. Para iniciar investigaciones necesarias sobre quién hace qué y quién protege a quién. En pocas palabras, el gobierno tendría que combatir a narcotraficantes y a funcionarios que los protegen. Tendría que confrontar a criminales en la calle y a sus cómplices en los pasillos del poder. Tendría que atrapar a hombres que violan la ley y remodelar las instituciones que han puesto a su disposición.
Felipe crucificado a pesar de que la situación macroeconómica no podía ser mejor, las finanzas gubernamentales están en orden, la inflación no es un problema. Pero he allí nuestra dependencia de un recurso natural no renovable -el petróleo- cuya producción va en picada; nuestra dependencia del mercado estadounidense cuyos consumidores se baten en retirada ante una nueva recesión; nuestra dependencia de las remesas cuyo envío cae mes tras mes. México, durante 11 años de panismo, ha sido incapaz de construir motores internos que desaten el dinamismo económico, alienten la inversión, promuevan el empleo, y empujen al país a alcanzar su verdadero potencial.
En el siglo VI, la crucifixión no era tan sólo una ejecución; equivalía también a una humillación. Era utilizada para aterrorizar, para disuadir, para servir de ejemplo. Y el ejemplo que provee la Presidencia de Felipe Calderón en su trecho final es preocupante. Quienes no combaten con la suficiente fuerza o consistencia al viejo régimen acaban crucificados por él.
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