ANA LAURA MAGALONI
El miércoles pasado, al presidente Felipe Calderón le tocó tomar el micrófono en una sesión de debate de la ONU en Nueva York. Con el enorme talento que tiene el Calderón para hablar en público, planteó algunos de los grandes desafíos del mundo actual: el hambre, el cambio climático, el narcotráfico, etcétera. Con relación al crimen organizado, Calderón señaló sucintamente su definición del problema y cuáles, según él, son algunas soluciones a los desafíos que conlleva enfrentar a esta clase de criminalidad.
Comenzó con una frase contundente: "el crimen organizado hoy en día está matando más gente y más jóvenes que todos los regímenes dictatoriales juntos en este momento". Creo que es una buena forma de entrarle al problema: el principal desafío que plantea el crimen organizado es la violencia no la droga per se. Para reducir la violencia, según Calderón, la comunidad internacional y los países en particular tienen que concentrar sus esfuerzos en: 1) controlar y limitar el mercado de armas y 2) afectar las exorbitantes ganancias de las organizaciones criminales a través de reducir la demanda por drogas. Dicho en breve: Calderón utilizó la plataforma de la ONU para dejar clara la responsabilidad que tiene Estados Unidos en los niveles de violencia que vive México. Quizá sea una buena estrategia en términos de la relación bilateral, no lo sé. Sin embargo, lo que sí creo es que es urgente un nuevo discurso público con relación a la "lucha contra el narcotráfico". Hay que comenzar a desafiar tantísimos lugares comunes. Los datos duros son incontrovertibles: la lucha contra la droga, en ambos lados de la frontera, ha sido un fracaso. Más que echarnos la culpa unos a otros, discutamos por qué hemos fracasado y redefinamos la agenda bilateral en torno este problema proponiéndonos objetivos alcanzables.
Para tal efecto, resulta muy sugestivo el breve e interesante ensayo de Mark Kleiman, profesor de la Universidad de California en los Ángeles, en la revista Foreign Affairs, del septiembre-octubre del 2011.
Lo primero que hay que admitir, dice Kleiman, es que las actuales políticas están dando resultados insatisfactorios en los dos lados de la frontera. Por ello, hay que buscar "aproximaciones menos convencionales" a este problema.
Primero: con respecto a la reducción de la demanda de droga en Estados Unidos, que reclamó el miércoles pasado Calderón, parece, según los datos duros, una batalla perdida. Resumo el argumento de Kleiman: sólo una pequeña minoría de consumidores de droga en Estados Unidos son responsables de 80% del consumo de drogas duras, es decir, cualquier droga que no sea marihuana. Y son estos consumidores frecuentes de drogas duras los principales detonadores de la violencia criminal que existe en Estados Unidos en torno al mundo de la droga. También son los responsables, este grupo selecto de consumidores duros, de 80% de los ingresos de las organizaciones criminales mexicanas. Por tanto, aunque Estados Unidos lograse disminuir el número total de personas que consumen droga, afectar a este núcleo duro de consumidores de drogas duras es muy complicado. La tasa de éxito de los programas de tratamiento a adictos es muy baja.
Pero además del problema de los consumidores, la política antidrogas en Estados Unidos, basada en tres componentes -encarcelar a los vendedores, prevenir a los niños en las escuelas y dar tratamiento a adictos- ha sido un absoluto fracaso. El resultado neto de todo ello es, según el autor, "un medio millón de narcomenudistas encarcelados en Estados Unidos que representan un problema social en sí mismo de similar dimensión que el abuso de droga por parte de los consumidores duros".
No creo que haga falta mencionar el costo inconmensurable que ha tenido para México el narcotráfico. Kleiman destaca principalmente la ola de violencia extrema durante el sexenio de Calderón, pero habría que agregar muchos otros costos, entre ellos la enorme dificultad de generar instituciones de seguridad confiables y profesionales cuando existe el ácido del narcotráfico que carcome sus estructuras.
¿Qué hacer ante este escenario? La legalización de la droga, vista desde Estados Unidos, no parece una buena estrategia, según Kleiman. Los datos indican que el alcohol, que es una droga legalizada, genera en Estados Unidos cuatro veces más adictos que la droga. Además, el costo del alcoholismo es alto: la mitad de la población en reclusión de Estados Unidos cometió el delito bajo el influjo del alcohol. En este sentido, la legalización de la droga, según el autor, puede ser una estrategia equivocada términos de violencia.
¿Qué se puede hacer entonces? Lo primero es renunciar a lo inalcanzable: no se va a terminar el mercado de la droga, ni las organizaciones criminales. Kleiman propone centrar las estrategias y los esfuerzos gubernamentales de ambos lados del río Bravo en la reducción de la violencia. Ello significa priorizar la persecución de las conductas criminales violentas (homicidio, secuestro, extorsión, etcétera) sobre cualquier otra cosa. Las organizaciones criminales, por tanto, tendrán incentivos para evitar la violencia a cambio de seguir "en el negocio".
No sé si ésta sea la estrategia a seguir o no. Lo cierto es que es momento de ajustar las expectativas y las estrategias. Como dice Kleiman, frente al crimen organizado y el mundo de la droga es mejor tener resultados desagradables en vez de catastróficos como los que hoy tenemos
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