lunes, 12 de septiembre de 2011

EL SUEÑO (CONSUMADO) DE BIN LADEN

RICARDO BECERRA LAGUNA

“Dios ha golpeado a Estados Unidos en su talón de Aquiles y ha destruido sus mayores edificios: honor y gloria a Él. Estados Unidos se ha llenado de terror de norte a sur y de este a oeste, honor y gloria a Dios. Lo que Estados Unidos está probando hoy no es más que una fracción de lo que nosotros llevamos décadas probando… Os digo que la cuestión está muy clara: desangrará a los infieles donde causa más dolor: en su dinero y en sus finanzas… juro por Dios Todopoderoso que levantó los cielos sin esfuerzo, que ni Estados Unidos ni nadie que viva allí, conocerá la seguridad…”.
Ese fragmento, por tan alucinado o fantasioso, forma parte de la perorata estratégica dictada por Osama Bin Laden, en un video que entregó el 7 de octubre de 2001 a Tayser Allouni, corresponsal de Al Jazeera en Afganistán (Mensajes al mundo: los manifiestos de Osama. Bruce Lawrence, editorial Foca, 2005).
Las Torres Gemelas ya eran un enorme escombro lúgubre y esa misma mañana George Bush ordenaba los primeros bombardeos en Kabul (Afganistán). Mientras, el gobierno republicano apresuraba la emisión de la Patriot Act, la propuesta de recorte de impuestos a los más ricos (¡salgan de compras! arengó el Presidente norteamericano, hace exactamente diez años) y Alan Greenspan preparaba el primer anuncio de gran rebaja de las tasas de interés de bonos norteamericanos. ¿Estos hechos no tienen nada que ver? Vean si no.
La secuencia se puede describir así: por miedo a ser perseguidos, dadas las nuevas restricciones de la Patriot Act, los capitales musulmanes repatriaron inversiones por un valor cercano a un billón de dólares en solo un año. La banca de inversión internacional –como es natural, más preocupada en su negocio que en el combate al terrorismo- evade la vigilancia de las autoridades monetarias norteamericanas, propiciando que sus clientes muden sus inversiones a euros y lo mismo hacen las organizaciones criminales que comienzan a lavar el dinero, ya no en Nueva York como era típico, sino en Londres y Frankfurt, incluso en España (véase Yihad de Loretta Napoleoni, Editorial Urano).
El hecho marca un cambio de época: el blanqueo de dinero (billones de dólares) abandona Estados Unidos y se dispersa, se traslada a otras partes del mundo. La economía de nuestros vecinos resiente esa súbita pérdida de circulación de billetes verdes y para compensarla, las autoridades monetarias deciden imprimir mas, pero sobre todo, bajar la tasa de interés.
No solo eso: estamos ante un gobierno hiperliberal que ha decidido ir a la guerra en dos frentes simultáneos (Afganistán e Irak, con el mismo argumento) y se convierte en el primero de toda la historia de los Estados Unidos que financia su guerra pidiendo deuda (y no mediante impuestos). Tarde o temprano los estadounidenses acabarían pagando esa decisión: dos billones de dólares, 17 mil dólares por hogar, actualmente (Stiglitz, La guerra de los tres billones de dólares, Taurus, 2008).
Pero para que esa deuda no creciera en proporciones gigantescas, la Reserva Federal no solo redujo drásticamente los tipos de interés (cayeron del 6% en vísperas del 11-S al 1.2% a mediados de 2003), sino que debieron mantenerla deliberadamente baja durante mucho tiempo, aunque la economía no lo necesitara y aunque a su rededor se formaran un montón de burbujas aprovechando el crédito estúpidamente barato.
Pocas veces en la historia financiera, la caída de los tipos de interés mundial, inducida por la necesidad militar norteamericana, había sido tan abrupta y eso creó las condiciones para la ilusión de hipotecas subprime y la titulización de malas deudas: arriésguese a lo que sea, que la tasa es bajísima. Goldman Sachs y JP Morgan Chase se aprovecharon de este enloquecido río para recomendar la compra de acciones impagables pero provisional y aparentemente jugosas.
El engaño masivo duró unos seis años. Los países occidentales gastaron un dinero que no tenían, peleando en una guerra que a su vez, no tenía nada que ver con Osama Bin Laden. Para sustentarla, Estados Unidos recurrió a la falsedad jurídica internacional y a mentiras burdas, pero además tuvo que alimentar una gigantesca burbuja financiera que, tarde o temprano, debía estallar, justo en el momento en que los Smith o los Johnson o los Simpson, dejaran de pagar y derrumbaran así el castillo de naipes construido bajo el influjo del atentado del 11 de septiembre.
Desde ese momento, en octubre de 2007, pese a las provisionales victorias militares, la economía norteamericana se sigue asfixiando mediante la sucesiva convulsión del crédito mundial.
La respuesta a la malignidad del terrorista no solo fue militarmente torpe y muchas veces ilegal, sino que parece haber cumplido el mandato de Él, Todopoderoso. La reacción a las obsesiones de Alá, trastocaron casi todo lo fundamental en la política, la economía, la paz y guerra del planeta.
Así, mediante una complicada concatenación de decisiones, acontecimientos, cegueras y desgracias, se ha provocado una gran convulsión y el “desangramiento” de la economía de los Estados Unidos. Lo que consuma así el oscuro y alucinado sueño de Bin Laden.

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