JOSÉ WOLDENBERG
"Nuestros líderes han pedido que el sacrificio sea compartido. Pero cuando lo han pedido me han dejado de lado. He hablado con amigos míos, muy ricos, y aunque se esperaba cierto dolor, al final no se les ha tocado... Los mega ricos continuamos obteniendo extraordinarias ventajas fiscales... El año pasado, los impuestos que tuve que pagar fueron... solo el 17.4% de mis ingresos. Si haces dinero con el dinero, como hacen mis amigos súper ricos, el porcentaje será incluso más pequeño que el mío. Pero si lo ganas trabajando, el porcentaje seguro que lo excede, y además por bastante...". Es Warren E. Buffett en el New York Times del 14 de agosto de 2011. Y el título del artículo no podía ser más expresivo: "Dejen de mimar a los súper ricos".
Buffett es un hipermillonario, uno de los cinco hombres más ricos del mundo y apuntó con sensatez, que para afrontar la crisis, si bien los líderes "han pedido un sacrificio compartido", a los superricos casi no los han tocado. Como si quisiera desmentir a Marx, hizo patente que no siempre el ser social determina la conciencia.
Buffett nos remite al abc de la cuestión impositiva, a las estratégicas preguntas de cómo y cuánto debe aportar cada quien para la convivencia social, al tema ineludible de los impuestos. Se me ocurren por lo menos cuatro dimensiones.
Ética. Desde el universo de los valores, del deber ser, desde la dimensión de la equidad, no creo que se pueda refutar que quienes más tienen más deben aportar. No sólo en términos absolutos sino también en términos relativos. Si la ética aún tiene pertinencia, si intenta generar las coordenadas que construyen el bien y el mal, una sociedad requiere, para ser algo más que la disputa de todos contra todos, que los que resultan más beneficiados aporten más, por la vía impositiva, que aquellos que menos tienen.
Economía. Suele decirse que el cobro muy alto de impuestos lleva como consecuencia inevitable el decremento de la inversión, de tal suerte que una medida aparentemente justa tiene derivaciones perversas. Leamos, sin embargo, a Buffett: "Atrás, en los años 80 y 90, los impuestos para los ricos eran mayores... Y según algunas teorías económicas debería haber rehusado a seguir invirtiendo por los impuestos tan elevados que gravaban mis ganancias y mis dividendos. Sin embargo, no dejé de invertir, ni lo hicieron los demás. He trabajado con inversores durante 60 años y aún no he visto a ninguno, ni siquiera cuando la tasa era 39.9% en 1976-77, que se echara atrás y no invirtiera por el impuesto... Y para aquellos que argumentan que impuestos más altos dañarían la creación de empleo, debería decirles que se crearon de forma neta 40 millones de empleos entre 1980 y 2000. Desde entonces no ha habido más que recortes en los impuestos y una menor creación de puestos de trabajo".
Social. Las comunidades humanas son algo más que agregados azarosos de individuos, más que selvas donde el más fuerte resulta el triunfador, más que espacios donde se intercambian mercancías. O por lo menos deberían ser algo más que eso. Porque dejadas a la ley del más poderoso, a la supuesta autoregulación de los mercados, a la inercia de las relaciones sociales, lo que aparecen son sociedades contrahechas, polarizadas, escindidas. Sociedades marcadas por la desigualdad, la discriminación, la exclusión. Sociedades desintegradas, habitadas por clases, grupos, tribus, pandillas, que no sólo no se reconocen entre sí, sino temerosas y ajenas unas de las otras. Y ya sabemos, o deberíamos saber, que las profundas desigualdades sociales son portadoras de un buen número de patologías para la convivencia. De tal suerte que la búsqueda de una mínima cohesión social, de un cierto sentido de pertenencia a una comunidad más amplia -digamos un país- depende de los mecanismos de integración -empleo, educación, acceso a la salud y súmele usted- con los que se cuente. Y como bien ha insistido la CEPAL, ello sólo será posible con un auténtico pacto fiscal, en el cual los que más tengan más aporten.
Política. A la luz del debate estadounidense sobre cómo enfrentar la crisis de su deuda, afloraron con nitidez y virulencia dos grandes constelaciones políticas: la encabezada por el presidente Obama, que junto a los recortes presupuestales apuntaba a la necesidad de incrementar algunos impuestos y quienes, en el otro extremo, no estaban dispuestos a tocar siquiera las contribuciones. Fue un episodio donde la política se recargó de enorme significado, porque en torno a la cuestión impositiva uno descubre quién es quién. No obstante, entre nosotros, esa dimensión se encuentra (casi) borrada, difuminada por un consenso extraño. Como si en materia de impuestos y responsabilidades sociales no hubiera mucho que debatir. ¿No sería conveniente entonces reabrir la cuestión?
Recuerdo el final del texto de Buffett: "Mis amigos y yo hemos sido mimados durante ya mucho tiempo por un Congreso amigo de los billonarios. Es tiempo de que nuestro gobierno se tome en serio lo de compartir el sacrificio".
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